Virgina Imaz: “Si hay que reírse de la gente, mejor de los iguales o de los de arriba”
Nacida en Donostia, aunque todas las capitales de Euskalherria la reindican como suya, Virginia ha dejado su querida Altzuola de forma temporal para trasladarse a Bilbao y apoyar a su hijo que estudia Bachillerato Artístico. Pero “soy de caserío”, dice sonriente
bilbao - Tras la muga de la nariz roja la payasa se libera de los convencionalismos y de lo políticamente correcto para inundar con sonrisas sus serias reflexiones sobre el pálpito del día a día: discriminación de la mujer, de la cultura, del organigrama social y también de la alegría que le produce que la violencia de ETA solo sea un recuerdo. Tal vez por todo esto Emakunde le ha reconocido con su premio. Una mujer capaz de hacer reír a todos/as.
¿Qué siente en su interior cuando un alguien pretende insultar a otro alguien llamándole payaso/a?
-Mucha tristeza y rabia, aunque estoy acostumbrada. En el lenguaje popular se usa la palabra payaso para insultar a alguien; también se habla de un circo como algo desorganizado y en sentido peyorativo. He trabajado en dos circos en mi vida y te aseguro que la disciplina es espartana.
¿Cuándo/de dónde le viene el gusanillo y por qué llega a ser payasa?
-Me defino como payasa y cuentera. Mi primer curso de clown lo hice por un amigo que me convenció; llevaba haciendo teatro desde los 12 años y me había especializado en las tragedias asistenciales de Sastre, Camus...
¿Era víctima de los prejuicios en torno a los clowns, los payasos, bufones?
-Sí. Mi amigo me hizo reflexionar; me apunté al curso y sufrí muchísimo porque es un desaprendizaje enorme. No me han criado para ser perfecta, para hacerlo todo bien... Me costó mucho. Del curso salí convencida de que el humor era cosa de hombres.
¿Entonces qué paso?
-Que en una semana me reí más que en todo el año. Salí endorfinada, chutada. Un poco enamorada de todo el mundo que es lo que consigue la endorfina y la risa. Cinco años después conocí a quienes serían mis maestros principales -la compañía francesa Bataclán-y en un fin de semana integré todo lo que había aprendido en cinco años. Lo mío fue una transición, una decisión de convertirme en payasa y abandonar la tragedia y el melodrama, por lo menos en la escena.
¿Monologuista/humorista/cuentacuentos... y payasa son lo mismo o cuentas similares pero no iguales del mismo rosario?
-Todos perseguimos el tema de hace reír, pero no utilizamos el mismo código; en mi caso yo me considero payasa, no graciosa. Cuando me entrevistan se sorprenden de lo seria que soy. Para mí es diferente ser graciosa que ser cómica. Cuando salgo a escena me transformo, busco reírme de mí; cuando no lo consigo, porque no me sale, es sin querer. Entonces me río de otros y otras.
¿En realidad su mayor competencia son los políticos?
-Me toca mucho salir a trabajar después de los políticos o de una autoridad académica, o del mundo de la investigación. Es más fácil reírse con los políticos o con alguien que tiene poder, porque todo el mundo está más dispuesto a reírse de alguien que tiene poder; es una especie de justicia poética, de justicia del pueblo. Me resulta muy fácil, pero intento no hacerlo. Como suelo decir, todo el mundo tenemos dentro una rubia del PP. No me gusta reírme de la gente. A nada que yo atine, las personas intuyen que me estoy riendo de mí; que no estoy haciendo una parodia de otra. Pero si te tienes que reír, que sea de los iguales o de los que están arriba.
¿Hay más hombres o más mujeres con la nariz roja? ¿Hay pocas mujeres payasas?
-A las que estamos se nos ve poco; hay más pero estamos invisibilizadas. Cuando empecé hace 36 años formándome no había visto payasas. Y hay algunas maravillosas. Al ser la primera, entre las vascas, soy la más conocida. En el Estado está Pepa Planas, catalana que también ha viajado por todo el mundo y que fue alumna mía. En el Estado habrá 200 payasas. Hay más mujeres con la nariz roja a nivel de formación y amateur, pero al dar el salto a la profesionalidad, la proporción se invierte en un 80-20%.
¿El humor tiene sexo, es decir, es diferente según lo haga él o ella, o esto es indiferente?
-Tiene sexo, etnia y edad. Un niño o una niña de 7 años no se ríe lo mismo que alguien de 70 años. Es lo mismo que si escucho a una persona afroamericana haciendo chistes de negros ¿Quién está más legitimado a reírse de algo/alguien? Quien padece lo mismo.
¿Las risas y sonrisas de los demás dan para vivir profesionalmente o las carcajadas ajenas son poco productivas?
-Aunque es muy complicado, yo he conseguido hacer un oficio de esto. Como gremio llevamos 7 años que no levantamos cabeza ni hombres ni mujeres. Pero las mujeres euskaldunes estamos aún en situación más complicada porque nos hallamos en el arrabal de la periferia del margen de lo que es la cultura. Además, payasas, cuenteras y titiriteras no es el teatro en grande. Es otra cosa; se nos van acumulando las exclusiones. No es fácil vivir de esto, pero soy afortunada porque he sobrevivido gracias a una de mis exclusiones, al hecho de ser mujer.
Al principio la llamaban feminista y payasa como un insulto.
-En mi primer espectáculo empecé a reírme de mí, como modelo publicitaria me reía por el hecho de ser gordita. Yo decía que quería ser modelo de tele, porque así me prometían amor y felicidad. No tenía las dimensiones y empecé a reírme de eso. La gente que programaba las actuaciones me decía: es que tú haces cosas de mujeres. Me daba mucha rabia. ¿Por qué lo que hacía yo era de mujeres y lo que hacían los hombres era para todo el mundo? No me programaban en los carteles, festivales. etc. Me llamaban payasa y feminista como un insulto. Fui a un cursillo para enterarme de qué era aquello del feminismo.
¿Salió convencida de que era feminista?
-Sí. Porque se trata de defender la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. A mí me habían vendido aquello de quemasostenes, quema hombres, malfolladas.... Pues no. Desde el movimiento de mujeres y asociaciones empezaron a interesarse por mi trabajo. He sobrevivido en los pequeños circuitos y estoy muy agradecida. Me da pena que en mi propio gremio haya actuado en grandes teatros dirigidas por otras personas y haciendo obras que no eran mías; no como payasa, no con mis propios espectáculos, porque lo que yo hago sola decían que para mujeres, y no es así.
¿Heredará su nariz alguien de la familia?
-Siempre le dije a mi hijo Ander que hiciera lo que le gustara. A él no le va solo el clown, ha salido más bailón que su aita y yo. Está muy interesado en algo que creo que hace falta más trabajo que es la danza cómica, que es de mucho ritual, protocolo y precisa más humor. Es muy joven, se está formando.
¿En qué lugares, locales y escenarios suele trabajar?
-Cuando empecé, en sitios indignos; a veces en garajes, lonjas, en el comedor escolar de escuelas y no se me caen los anillos. He estado ahí y en los lugares como el Cirque du Soleil en una carpa de 1.200 personas todos los días; me gusta todo. Si el público viene y quiere ver el espectáculo para mí es el mejor de los públicos y yo quiero encontrarme con él. Pero sí, hago una reivindicación de género.
¿Cuál?
-Hay pueblos con teatros municipales maravillosos que se los niegan a las Asociaciones de Mujeres porque abrirlos les supone gastos, cuando son las propias mujeres las que con su dinero pagan el espectáculo. Es como si las áreas de Cultura tuvieran el monopolio de lo que se programa según la importancia del artista. No es que a mí no me vean -que ahora con el premio de Emakunde tengo más visibilidad- sino que no ven a las usuarias, a las consumidoras. Para la franja juvenil y las personas mayores hay poquísimas actuaciones.
¿Pueden ser personas serias los payasos/as? ¿O porque hacen reír ya no son serios?
-El humor es una cosa muy seria. Además, reír no es lo contrario de la seriedad; el problema es que confundimos seriedad con la rigidez, con lo aburrido. Agradezco mucho el sentido del humor de mi vida, pero si nos hacen un recorte presupuestario y afecta a nuestro bolsillo y no podemos defender la supervivencia de nuestra familia, nos mosqueamos como todo pichichi. Hay cosas que no podemos tomarnos a broma. A veces la rabia te empodera, hace que te tengan en cuenta. Una crítica desde el humor va a levantar menos defensas y llegar a su destino desde otra manera.
¿Además de reír hace reflexionar?
-Creo que sí. Al menos es lo que me devuelve la gente, que se trata de un humor inteligente. Tampoco es que yo haga de poeta, pero mi payasa Pauxoa es muy filósofa y un poco poeta. A tí siempre se te ve el plumero, la ideología, me decían como crítica. Me acuerdo de Benedetti, que decía que todo el mundo que piensa y dice su opinión está comprometido. Hay gente que es más sutil o sinuosa o que muestra menos las cartas o que es menos coherente. A mí se me ve, porque soy transparente.
La vida es bastante estresante... ¿es difícil conseguir un aplauso, sacar una carcajada o al menos una sonrisa al espectador?
-En algunos sitios sí que es difícil. En ocasiones trabajo con Payasos sin Fronteras o en un hospital y me encuentro con situaciones duras. A mí, estos ámbitos tan extremos de trabajo me han enseñado a ser más humilde y a trabajar más. En Euskadi es complicado hacer reír; estamos cambiando mucho, pero cuando comencé era difícil, muy difícil.
¿Hemos cambiado?
-Sí. Mucho. En mis inicios era complicadísimo. Había algunos pueblos en Euskadi donde la gente iba al teatro como a misa. No estaban acostumbrados a ver payasos/as para adultos; durante el primer cuarto de hora estaban cortocircuitados, como diciendo qué es esto. Me tratan como a un niño/a. Pero luego iban entrando poco a poco. Había que tener fe. Suelo decir que pasando Altsasua todo es mejorar. Cambia la luz, el clima y el humor de la gente. Trabajo mucho en Andalucía, en el Mediterráneo, Levante... Aquí nos cuesta más; tenemos sentido del humor, pero cuesta más expresarlo, sacarlo, pero cuando se ríe, se ríe con ganas.
Premio Emakunde 2018. ¿Por qué hace reír más a las mujeres o por qué una mujer es capaz de hacer sonreír a todos por igual?
-Me parece genial que Emakunde reconozca que también hay trabajo para hacer en materia de igualdad en ámbitos diferentes. Este año he tenido el privilegio de ser yo, pero en realidad es un premio, un foco, iluminando la escena. La escena tiene que ver con el imaginario colectivo, con lo simbólico. Hay mucha violencia en lo simbólico y lo proritario son las mujeres amenazadas por sus parejas o exparejas. En educación hay mucho por hacer, pero los espectáculos de teatro educan el imaginario colectivo. A mí me creció la nariz de payasa al mismo tiempo que la conciencia feminista. Gracias a esta conciencia llegue a ser payasa. El feminismo me empoderó y me dijo: por qué no ser payasa. Claro que sí. Cuando las artistas llegamos a las escenas trabajamos de otra mirada.
Cuando prepara una actuación, ¿tiene presente o directamente miedo a la censura que hoy se ceba en saltimbanquis, tuiteros, humoristas... como si fueran subversivos sociales o terroristas de risas?
-Me parece alucinante. Desde aquí mi apoyo a la gente encarcelada por ejercer su arte. Creo en la libertad de expresión. Escuchamos a tanta gente racista, nazi... totalmente impune que hace delitos de odio y que no pasa nada, pero cuando el sesgo viene de otro lado, es salvaje.
¿Tiene que practicar mucho el doloroso engaño de la autocensura?
-Me censuro poco. Como te puedes imaginar eso me ha traído en 30 años algunos problemas. He estado en siete listas negras por todo el Estado y por diferentes gobiernos, sobre todo por mis trabajos como clownisonista. Pero soy una privilegiada porque he conocido a más de 2.000 personas maravillosas y lúcidas de ámbitos diferentes. Yo me censuro poco, ese es el problema.
Le preguntaría su opinión sobre la alegría del final de ETA, pero como aún existen Altsasuas redivimos me da corte.
-La primera tregua me pilló con el Cirque du Soleil en Orlando; mi marido y yo empezamos a llorar (todavía se emociona al recordarlo). Luego todo saltó por el aire, pero si no te lo imaginabas, era difícil que llegara como ha sucedido. Cada vez que ETA ha ido dando un paso lo he celebrado de todo corazón. También me han decepcionado los gobernantes que tenemos que no han aprovechado como debían esta oportunidad histórica y que siguen buscando todavía la rentabilidad política electoral. Creo que ya es hora, por ejemplo, de acercar a los presos cerca de casa, y los que no tengan delitos de sangre que estén ya en la calle. Hay que apoyar económicamente la reconciliación. En Euskalherria cabe todo el mundo y la haremos todas las personas que estamos; la paz beneficia a todo el mundo menos a cuatro políticos trasnochados.