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Guggenheim: 20 años antes

Coincidiendo con el 20 aniversario del Museo, DEIA reúne a algunos de los protagonistas del proyecto Guggenheim

Guggenheim: 20 años antesJOSE MARI MARTÍNEZ

DEL Guggenheim Bilbao se dijo que no se podía construir, que iba a servir de almacén para el arte que no quería Nueva York, que era una concesión al imperialismo americano, el Hiroshima cultural... “Cuando se presentó el primer boceto del proyecto de Gehry, hubo una manifestación, la gente nos tiraba de todo, hasta huevos”, recuerda Juan Ignacio Vidarte, director general del Guggenheim Bilbao. Se cumplen veinte años desde que el titán de titanio abriera sus puertas al público. Hoy nadie discute su éxito, pero no hace falta más que tirar de hemeroteca para comprobar que fue un proyecto muy contestado, muy criticado por casi todo el mundo, por todos los partidos a excepción del PNV, por fuerzas sociales, sindicatos, patronal y por supuesto, por artistas y galerías. Casi todas las voces que entonces clamaron al cielo, pensando que se estaba tirando el dinero a manos llenas, lo alaban en la actualidad.

El encuentro tiene lugar en el atrio del edificio de Gehry. Los recuerdos se pierden inevitablemente en el origen, en los primeros contactos de los representantes de la Fundación Guggenheim con las instituciones vascas. “Ahora, celebramos los 20 años del museo, pero nosotros llevábamos mucho tiempo antes reuniéndonos, hubo muchos encuentros previos”, recuerda Vidarte, que dirige el Museo desde que este abriera sus puertas. Con anterioridad, fue el director general de Política Financiera de la Diputación y en 1992 fue designado director del Consorcio, responsable de la construcción e instalación del Museo en Bilbao. Junto a él, se encuentra Jon Azua, quien fuera vicelehendakari y consejero de Industria del Gobierno Ardanza. Azua es desde hace años también el delegado vasco en el Patronato de Nueva York, el hombre que vela por los intereses de las instituciones vascas en Manhattan.

Acuden al encuentro también otros protagonistas del milagro Bilbao, aunque pronto dejan claro que el éxito del Museo no ha sido una casualidad, sino un efecto buscado, del cual se encuentran muy satisfechos. “No fue una decisión tomada a la ligera, había un plan de viabilidad que lo avalaba. Se perseveró porque se creía en él”, apuntan Vidarte y Juan Luis Laskurain, por aquel entonces diputado de Hacienda. Una opinión que corroboran todos los presentes, entre los que se encuentran también el ex diputado general José Alberto Pradera, Josu Ortuondo, que era entonces alcalde de Bilbao, Ibon Areso, quien fuera concejal de Urbanismo, y Mari Carmen Garmendia, exconsejera de Cultura. El ex diputado general Josu Bergara y el lehendakari Ardanza no pudieron asistir al encuentro por problemas de agenda. El Bilbao de finales de los ochenta era una ciudad desalentada, acosada por la reconversión industrial, la conflictividad social y con una tasa de paro del 25%. Todos afirman que hubo una encomiable firmeza por parte de la Diputación, el Gobierno vasco y el Ayuntamiento de Bilbao por sacar el proyecto adelante. Durante el Gobierno Ardanza, Jon Azua puso en marcha iniciativas tan innovadoras como el Plan 3 R de reestructuración del tejido industrial vasco y enseguida se dio cuenta de que el Guggenheim iba a ser un proyecto de éxito, un tractor económico y cultural para Euskadi. “La gente decía que no era momento de tirar el dinero. Incluso en una importantísima empresa internacional, cuando se hizo público, lo primero que me dijeron es que era inconstruible”, rememora Azua.

“¿Recuerdas, Josu, la exposición sobre proyectos de Bilbao que hicimos en el Museo de Bellas Artes cuando te nombraron alcalde? La gente no se creía nada, pensaban que se estaba vendiendo humo, había una total falta de fe. Pero la oposición contra el Guggenheim fue mucho más, no se entendía que en ese momento de hundimiento de todo el aparato productivo había que gastar 130 millones de euros en un proyecto cultural. Pero la apuesta no era solo cultural, también era económica”, asegura Areso.

primeros contactos Para el ex diputado general hay una persona también clave en el embrión del proyecto: Pedro Ruiz Aldasoro. “Él fue quien trajo a mi despacho a Alfonso de Otazu, de la Fundación Duque de Soria, cuando tuvo constancia del interés de abrir una nueva sede del Guggenheim en Europa”.

La Fundación Guggenheim, centrada en Nueva York, estaba pensando en su proyección internacional, en reforzar su presencia en Europa, pero los intentos por abrir una sede en Salzburgo habían fracasado. “Al principio, se sopesó utilizar el edificio de la Alhóndiga. El Ayuntamiento tenía el compromiso de poner el solar y Gobierno y Diputación pagaban al 50% la obra”, explica Ortuondo. Un espacio que no convenció al por aquel entonces director de la Fundación Guggenheim de Nueva York, Thomas Krens, ni al arquitecto Frank Gehry, quien fue elegido en un concurso internacional para construir el emblemático edificio. “Tras cenar en un restaurante, Krens nos comentó a Juan Ignacio y a mí que quería volver andando al hotel, para ver este solar. Parecía impensable poder levantar aquí un museo, había que cambiar los usos del lugar. Contactamos con Ibon Areso y nos dijo que se podía hacer”, explica Laskurain.

Ortuondo relata que Gehry quiso subir al mirador de Artxanda para tener otra perspectiva. “Luego, en el Puente de La Salve, sacó una cartulina de la chaqueta, un rotulador negro, hizo unos garabatos y dijo que el museo se tenía que hacer aquí”. “Esta decisión suscitó el enfado de la Fundación Duque de Soria porque pensaron que esto era una triquiñuela, que se planteaba algo imposible para hacer inviable el proyecto. Y nosotros también pensamos que iba a ser más complicado, porque los terrenos eran básicamente privados”, dice Ortuondo. La ley de Urbanismo de entonces permitía una ocupación anticipada y el Museo se pudo empezar a construir.

“¿Recuerdas cómo estaba esta zona antes del museo?”, pregunta Mari Carmen Garmendia a Vidarte. En el terreno donde ahora se levanta el gigante de titanio se asentaba un aparcamiento de coches, pabellones ocupados por familias, había habitualmente ropa colgada... “Era una zona absolutamente marginal. Así estuvo muchos años, hasta que Abandoibarra se fue desarrollando”, explica Vidarte. Mari Carmen Garmendia heredó el proyecto Guggenheim de su antecesor, Joseba Arregi. “Cuando iba a casa sentía como una especie de electricidad que me recorría todo el cuerpo. Solía decir, ya estoy enchufada al Guggenheim, por todo lo que suponía de preocupación, de afrontar un proyecto que tenía sus riesgos pero que yo sabía que iba a ser importantísimo para el país”.

Recuerda la exconsejera que, a petición propia, comparecía ante el Parlamento Vasco para informar casi mensualmente sobre la evolución del proyecto. “En febrero de 1995, pusimos además en marcha un programa de visitas dirigido a profesionales de distintos ámbitos, para dar a conocer el proyecto. Visitábamos las obras con katiuskas y cascos. Fue una inversión que mereció la pena y que ayudó mucho a que se fuera conociendo y valorando”.

“El primer proyecto que tuvo Gehry de escamas, no era de titanio todavía, fue el auditorio Disney en Los Ángeles y, en Estados Unidos no se atrevieron a construirlo porque decían que era irrealizable e incontrolable en el precio. El Guggenheim se hizo con tecnología de aquí, fue una gran demostración de capacidad tecnológica al mundo de primera línea en construcción. Dio una imagen excepcional de país”, dice orgulloso Areso.

‘efecto bilbao’ El Museo abrió sus puertas al público el 19 de octubre de 1997, “en plazo de tiempo y presupuesto. Se habla de la cifra de 130 millones de euros, pero ahí está incluido el edificio, que costó 80 millones de euros, el pago de 20 millones a la Fundación Guggenheim y lo que costó la colección. lncluso sobraron 26 millones de pesetas”, explica Vidarte.

Hoy, 20 años después, el conocido efecto Bilbao-Guggenheim no solamente sigue vigente sino que, si cabe, se ve revitalizado y es un referente mundial para el mundo museístico y de desarrollo económico. El 3 de diciembre de 2014 Richard Armstrong, sucesor de Krens al frente de la fundación, firmó en Bilbao la renovación del acuerdo con el museo por otros veinte años.

“Siempre suelo comentar que mucho crítico de este país tendría que asistir a los consejos del Patronato en Nueva York para poder ver con qué admiración se mira a Bilbao y a la gestión de Vidarte; y cómo se valora el museo dentro de toda la red -señala Jon Azua-. Y me voy a permitir decirlo, la envidia que genera en la inmensa mayoría de los consejeros por las exposiciones, el nivel sostenido que tiene, las iniciativas que se generan, una tras otra, sin parar... Hay que reconocer el gran beneficio que ha tenido para Bilbao, pero también para el Guggenheim Nueva York, que atravesaba dificultades cuando se apostó por este Museo”.

Aunque Azua advierte que hay que mirar también adelante: “El Guggenheim Urdabai es imprescindible”, sostiene convencido.