BILBAO - Una imagen poderosa, bailes imparables, proyecciones visuales provocadoras de alto contenido sexual y violento, y una música híbrida sostenida sobre una electrónica macarra y fraseos hip hop despidieron Bilbao BBK Live 2017. Sus responsables fueron los sudafricanos Die Antwoord, dúo de moda en el mundo musical alternativo. Justo antes, los ya veteranos Primal Scream bastante hicieron con sonar convincentes entre los chubascos, con el público huyendo del barro.

La actualidad más rabiosa y un grupo ya legendario convivieron en la despedida del festival. El hoy se impuso mayoritariamente ante una audiencia compuesta por unos 30.000 jóvenes que, rayando casi las dos de la madrugada, esperaron ansiosos la presencia de Die Antwoord, un dúo sudafricano en cuyo diccionario no existe las palabras sugerencia y sutilidad.

Afrikaners de Ciudad del Cabo, ofrecieron un directo impactante marcado por la espectacularidad y la provocación. Y la respuesta fue tan impresionante debajo como encima del escenario, limpio de instrumentos si exceptuamos la mesa del Dj (Hi-Tek) que disparaba los samplers y secuencias electrónicas. El dúo, formado por Ninja (él) y Yo-Landi Vi$$er (ella), hizo más kilómetros que un medio-centro defensivo en el amplio escenario dispuesto con varios niveles, por el que la pareja corrió y danzó sin descanso con ayuda de dos bailarinas..

Salieron con amplias sudaderas y la cabeza oculta, pero después se cambiaron tantas veces como una folclórica. Entre botes y alternando monos, chándals y hasta en calzoncillos, el dúo se dedicó a repasar sus últimos discos, Ten$ion, Donker Mag y Mount Ninji and da nice time kids, artefactos híbridos de rap macarra y electrónica de rave.

Con un ritmo sonoro y visual imparable, en el que música e imágenes proyectadas engarzaban con precisión, con un montaje de video-juego, fueron dejando caer sus éxitos, de We have candy a Love drug (“tu amor es como una droga y soy tan adicto”), pasando por el muy celebrado Ugly boy (nos pareció ver en el video una foto de Marylin Manson para ilustrarlo durante unas décimas de segundo), Baby’s on fire y I fink u freeky.

Freaky es una palabra que se ajusta perfectamente al dúo, cuyos integrantes, entre un rap sintético y a volumen ensordecedor y ayudados por los botes incansables de sus seguidores, fueron alternándose al micrófono (él, alargando los rapeados; ella con su voz aniñada y gritona), los bailes, las poses macarras... Tras ellos y en las pantallas laterales, una sucesión de imágenes (plátanos, llamas, ratas, máscaras, niños albinos, violencia, sexo...) que, como su música y puesta en escena, alternó contundencia, espectacularidad, provocación y diversión. ¡Vamos, algo difícil de olvidar hasta para los críticos más sensibles!

Entre la tormenta Antes del vendaval freaky de los sudafricanos, que tendrían un lugar destacado en la filmografía de su admirado David Lynch, les llegó el turno a los escoceses Primal Scream, unos veteranos que reinaron en la década de los 90, donde nadie les hacía ni una ligera sombra sobre el escenario.

Hoy, la banda de Bobby Gillespie no vive su mejor momento artístico, aunque sus últimos discos les den mil vueltas al 80% de los artistas multivendedores de los últimos años. Así sucede con el que les acercó a Bilbao el sábado, Chaosmosis, del que rescataron las bailables y efectivas 100% or nothing (el cielo se rompió cuando sonaba) y (Feeling like a) demon again, esta última con una sonoridad que remitió a New Order.

No sabemos por qué, pero Gillespie ha decidido abrazar la faz más clasicista de su discografía, olvidando la más experimental y electrónica, cuya simbiosis les hizo grandes. Y su directo se resintió en Kobetamendi ante la falta del espíritu que recorría los circuitos sintéticos de temas como Accelerator, Exterminator, Kowalski o Miss Lucifer. Sí se atrevieron con Swastika eyes, pero ya sin Kevin Shields en la formación no sonó con la contundencia necesaria.

Y tampoco está ya el punki Mani al bajo, sustituido por una efectiva pero modosa bajista. Él, todo actitud, habría ayudado a Gillespie a levantar el concierto antes de que despuntara con el rock tradicionalista y stoniano de Dolls (sweet rock and roll), Rocks, Country girl y el baladón (I’m gonna) cry myself blind. Y, especialmente, con las canciones de Screamadelica (Loaded, Movin’ up y Come together, una orgía de comunión drogota, psicodélica y gospel), en las que el público que no huyó del aguacero y el barro, logró finalmente la comunicación deseada con sus ídolos.