BILBAO. Leiva (Madrid. 1980), el músico enjuto y fiel a las botas, el sombrero y el pantalón pitillo hasta en verano, ha regresado. El ex-Pereza está de vuelta con su tercer disco, Monstruos (Sony Music), producido por la mano derecha de Fito, Carlos Raya, y que acerca con guitarras rockeras sus miedos y monstruos personales y emocionales sin darle la espalda a la belleza y el romanticismo, entre vías, tejados y gatos. Ya están a la venta las entradas para su concierto bilbaino el 12 de noviembre en Santana 27.
Leiva sigue con la misma ilusión pero ya sin el “vértigo e incertidumbre” de su debut, Diciembre (2012), que “me seducían mucho”. Ya no puede incentivarse con “la posibilidad del fracaso” porque su segundo álbum, Pólvora (2014), demostró que el deseo expresado a DEIA, “volver a ganarme a la gente”, se convirtió en realidad con una gira casi interminable de más de 120 conciertos para “coger las sensaciones de la carretera” y vivir “el estado natural del músico, el escenario”.
El tercer paso del ex-Pereza llegó el viernes. Y parece liberado de la carga de sus dos hermanos mayores (ambos Disco de Oro) y volver a hacer feliz al del barrio de Osuna, que deseaba “recuperar la frescura y la espontaneidad” con el repertorio nuevo. Se llama Monstruos y, al contrario que en el anterior, se ha apartado de las tareas de producción, para airearse y centrarse únicamente en la parte artística, dejando el resto en manos del guitarrista de Fito y Fitipaldis, Carlos Raya, que repite a los controles.
Cuenta Leiva que acudió al estudio “sin maquetas ni ensayos previos”, solo con las canciones desnudas y una guitarra acústica. Allí, con el apoyo de Raya y la batería de José Bruno y el bajo de Iván González, la idea original de vestir de sofisticación los temas (“mayormente con melotrón”) fue derivando en un álbum esencial y crudo, con un sonido más rock que sus predecesores. Más tarde llegó la inclusión de metales, violines, teclados y coros, y la posterior grabación y masterización de Joe Blaney y Bob Ludwig, respectivamente, cuya biografía resalta encuentros artísticos con The Clash, Springsteen, McCartney y Keith Richards.
rock confesional Dedicado a Maca (su chica, la actriz Macarena García, no a su admirado Paul McCartney), Monstruos es un disco de rock, un álbum con las melodías adhesivas del mejor pop trufadas de guitarras eléctricas cortantes y briosas, sin artificios y repletas de referencias clásicas y reconocibles, contrapunto de unas letras que bullen de confesiones personales, miedos, mentiras, fantasmas, corazones rotos, oscuridad, sonrisas mágicas y el universo (con monstruos y también belleza) en llamas.
Leiva, con el apoyo a la composición de Raya y César Pop, también teclista, en dos temas, firma un disco de rock clásico, repleto de referencias anglosajonas, estatales y hasta argentinas, caso de Fito Páez, Calamaro y Charly García. El repertorio salta de los fraseos a lo Dylan de El último incendio, a los guiños a la ELO de Jeff Lynne en Guerra mundial, el riff stoniano de Medicina, la leve alusión a Radio nowhere, de Springsteen, con una guitarra muy Beatles en La lluvia en los zapatos? y hasta los ecos western de Morricone en Sincericidio.
Todo entre rock apasionado e intenso, medios tiempos y las dos baladas a corazón abierto del final del álbum, San Sebastián-Madrid (le gusta hacer senderismo por montes vascos) y Palermo no es Hollywood. Leiva, en uno de los discos más esperados de 2016, conecta también con el soul con los metales, que realzan Hoy tus ojos y crean finales eufóricos como el de El último incendio, firma melodías gloriosas como la de Sincericidio y sabe fundir fiereza rockera y toneladas de dulzura en canciones como Electricidad.
Sincericidio, primer single y palabra que en Argentina significa confesarse sin medir las posibles consecuencias, evidencia el carácter confesional de un disco que saca los monstruos de Leiva de debajo de su cama con versos doloridos (“nuestra revolución era una ensoñación, fin de la historia”) y dardos contra sí mismo (“¿Quién va a salvarme a mí de mi cabeza? sobre el alambre y sin destreza?” o “me he creído todas mis mentiras”) aunque sin abandonar el romanticismo exacerbado en Hoy tus ojos (“hoy tus ojos, mañana el mundo”, con Ramones en el retrovisor) ni la búsqueda de su espacio tras el éxito en, quizás, la mejor del lote. Se llama Breaking bad (“demasiado brillo e impacto/me ha venido grande para ser exacto?fue una rara pérdida el anonimato”) y en ella relativiza todos sus problemas, con sentido del humor, al cantar “ya sé que no sé para tanto”.