Bilbao - Era, sin duda, una de las exposiciones más esperadas de la temporada, y la expectación se palpaba ayer desde primera hora de la mañana. Una nube de curiosos admiraba con sorpresa el gigantesco busto masculino que emerge, literalmente, del suelo de baldosas que viste la entrada del Museo de Bellas Artes de Bilbao. Este ciclópeo invitado, convertido en el objetivo de continuos flashes y selfis, extiende a los visitantes una invitación para descubrir los entresijos de la muestra Escultura hiperrealista. 1973-2016, la principal apuesta para estos meses de verano.

Tras permanecer cerrado a cal y canto durante cerca de un mes y medio, el acuerdo alcanzado el pasado lunes con los trabajadores que prestan el servicio de atención al público permitió que ayer el museo bilbaino abriera sus puertas con normalidad. Y lo hizo por todo lo alto, con el estreno en primicia mundial de esta impactante retrospectiva que recoge el trabajo de los veintiséis artistas más representativos de la escultura hiperrealista.

Las 34 espectaculares esculturas que la pinacoteca acoge hasta el 26 de septiembre componen “una revisión profunda de la figuración humana a lo largo de los más de cincuenta años de existencia” de este movimiento artístico. El recorrido que ha trazado el comisario Otto Letze es, además, absolutamente inédito hasta el momento, ya que se trata de la primera retrospectiva de estas características que llega a los museos de todo el mundo, organizada por el Instituto para el Intercambio Cultural de la Universidad de Tubinga (Alemania). “Se ha hecho un esfuerzo muy grande para presentar esta exposición puesto que no es algo habitual, quizás por la dificultad que entraña reunir una serie de obras de gran calidad de los autores que han desarrollado este movimiento desde su creación y hasta nuestros días”, subrayó en la presentación Javier Viar, director del museo.

Embarcado en esta labor recopilatoria, Letze ha logrado traer a Bilbao préstamos artísticos pertenecientes a numerosas colecciones de todo el mundo. Así, a lo largo de los diferentes espacios que componen la muestra, el espectador se topa de frente con estas impactantes y realistas esculturas, increíblemente ricas en detalles.

A primera vista (e incluso si se observan con más atención) bien podrían ser tomadas por pétreos modelos que observan, provocan e invitan a reflexionar sobre temas universales como la soledad, el abandono, el paso del tiempo o el amor. Unos desconocidos protagonistas sugieren adentrarse en una lectura más profunda que trasciende su extraordinaria calidad técnica, visible en cada lunar y mancha que salpica la piel, en las pronunciadas arrugas que el paso del tiempo ha esculpido en los rostros o en cada vena que se adivina bajo la piel.

A través de todas ellas se revelan los diferentes modos de abordar la representación corporal por parte de los artistas del movimiento hiperrealista, partiendo de los pioneros norteamericanos que trabajaron en las décadas de los 60 y 70 hasta su apertura internacional y la exploración de las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías de la era digital.

El recorrido se divide en cinco secciones que se estructuran siguiendo un orden temático, reflejo de una evolución que parte de unas representaciones más cercanas a la realidad de la figura humana y transita hacia unas esculturas que juegan con las dimensiones o muestran realidades deformadas.

Precursores El trabajo de varios pioneros norteamericanos, reunido en la primera parte titulada Réplicas humanas, da la bienvenida al visitante con obras como el Viajero de Duhan Hanson, que reposa plácidamente rodeado de varias maletas, o los Dos trabajadores a los que se puede observar en un descanso de su jornada laboral. En ellas destaca el uso de técnicas tradicionales como los moldes realizados en yeso y posteriormente pintados, para darles la apariencia de realidad figurativa.

Junto a ellos, las curiosas (y en algunos casos quizá incómodas) miradas se clavan en el conjunto escultórico de desnudos Aquella chica (T. G. despierta), de Paul McCarthy. El artista recurre a menudo, como ocurre en este caso, a modelos reales para “intensificar la asociación entre su obra de arte y el espectador”.

Esta sección incluye también varias obras de Daniel Firman y John DeAndrea. Este último es, curiosamente, el autor de la pieza más moderna mostrada en la exposición, una escultura de bronce policromado llamada Lisa, que ha sido terminada este mismo año y que se expone al público por primera vez.

Las esculturas monocromas que componen la segunda parte de la muestra trasladan al espectador a finales de los años 50 cuando, tras el predominio de la abstracción, este nuevo tipo de obras dirigieron de nuevo la atención hacia la representación de la figura humana, tomando influencias del arte más clásico.

La ausencia de cromatismo en su labor creativa -todas ellas lucen con un solo color- “reduce el efecto de realidad” pero, al mismo tiempo, “enfatiza el anonimato de la figura y las cualidades estéticas de su cuerpo”. En esta sección se encuentran nombres destacados como el del español Juan Muñoz, Xavier Veilhan, Brian Brooth Craig o Keith Edmier.

Más allá de lo real La evolución natural del movimiento hiperrealista a partir de los años 90 dio lugar a un nuevo formato en el que los artistas centraron su atención en recrear partes específicas del cuerpo humano. Brazos y piernas emergen de las paredes en esta tercera parte para “provocar asociaciones relacionadas con la infancia o con la historia contemporánea”. La Cabeza con dispositivo de concha del británico John Davies, referente en esta tendencia, cohabita con los trabajos de Robert Gober, Jamie Salmon, Maurizio Ca-ttelan o Carole A. Feuerman. De entre todas ellas destaca, por su amplia extensión, la pieza titulada Vuelta al punto de partida, una sucesión de cajas de cartón en cuyos extremos se sitúan el torso y los pies de un hombre, respectivamente.

El juego de las dimensiones, como su propio nombre indica, es una zona expositiva que hace una reflexión sobre temas existenciales como el nacimiento, la muerte o la fragilidad de la vida, y lo hace utilizando formatos insólitos en los que se aumenta o se reduce drásticamente el tamaño de las figuras. El australiano Ron Mueck provocó una auténtica revolución dentro de este movimiento artístico con obras como su Papá muerto, un impactante desnudo de su progenitor a escala reducida. La misma huella dejan en el espectador la Mujer con niño que firma su compatriota, Sam Jinks; o Abrazo y Arrinconada, ambas del serbio Marc Sijan.

El recorrido finaliza con una visión 2.0 que refleja los avances científicos y tecnológicos que han ido transformado a lo largo de las últimas décadas la percepción y la comprensión de la realidad. Artistas como Evan Penny o Patricia Piccinini presentan perspectivas distorsionadas de los cuerpos, mientras que Tony Matelli desafía las leyes de la naturaleza con cuerpos suspendidos en el aire y Berlinde de Bruyckere transmite toda la crudeza y el dolor en unos cuerpos retorcidos y lacerados.

El hiperrealismo seguirá sorprendiendo en Bilbao, en principio, hasta el 26 de septiembre, aunque hay posibilidades de que la muestra sea prorrogada debido al retraso en su inauguración. Posteriormente viajará a México, donde la acogerá el Museo de Monterrey, y se podrá ver también en Copenhague (Dinamarca).