Con voz serena y la confianza que otorgan más de tres décadas sobre los escenarios –entre teatro, cine y televisión–, Marcial Álvarez (Madrid, 1966) llega al Teatro Arriaga con Los lunes al sol, la versión teatral de la película de Fernando León de Aranoa patrocinada por DEIA. Con mucha humanidad y franqueza, encarna a José, un hombre expulsado del astillero que intenta salvar su historia de amor mientras se enfrenta al vacío que deja el desempleo. A través de él, Álvarez refleja cómo la falta de trabajo y la precariedad no solo afectan a lo económico, sino que golpean de lleno en los vínculos que nos sostienen y moldean tanto nuestra identidad como nuestras relaciones humanas.
Vuelve al Teatro Arriaga con la adaptación de un clásico contemporáneo. ¿Cómo está yendo la gira?
—Muy bien. La convivencia es muy buena. Al igual que en la función, donde los personajes son casi hermanos, nosotros también hemos creado un grupo muy bonito, con mucha amistad y muchas risas. Algunos nos conocíamos de antes, otros no, pero lo pasamos muy bien. Y luego, los teatros se llenan, al público le gusta… ¿qué más se puede pedir?
La obra tiene un trasfondo social muy fuerte. ¿Cómo ve esa temática de la falta de trabajo, no solo desde lo económico, sino también desde lo emocional?
—Por supuesto. La obra trata precisamente de eso. La falta de trabajo, la precariedad laboral, la falta de oportunidades… Todo eso afecta profundamente a la autoestima, a las relaciones personales, a la salud emocional de las personas. Hay un personaje (Nata) que hace muchos trabajos precarios, impersonales… eso genera desapego, desasosiego, heridas emocionales. La función habla de todo eso, con mucha profundidad.
¿Cómo ha sido interpretar a José?
—José atraviesa una historia de amor en medio de ese desasosiego que le provoca haber perdido su empleo. Trabajó toda la vida en el astillero y ahora está en paro, y eso afecta directamente a su relación con su mujer, Ana, que también está quemada, trabajando muchas horas por un sueldo mínimo. Es una historia de amor y desamor, muy bonita y muy real.
¿Ha empatizado mucho? ¿Hasta el punto de sentirse como él?
—Bueno, claro, uno se agarra a sus propias vivencias emocionales. Yo soy actor, una profesión sin mucha estabilidad. He tenidol a suerte de vivir de esto durante más de 30 años, pero el vértigo de no saber qué viene después lo conozco muy bien. Así que sí, empatizo con el personaje, y con muchos compañeros que han pasado por lo mismo o peor.
Y Bilbao, ¿qué significa para usted como plaza teatral?
—He estado muchas veces en el Teatro Arriaga. Siempre se llena. El público es exigente, quiere calidad, pero eso es un reto bonito. Además, el País Vasco es muy hospitalario. Siempre es un gusto venir.
¿Cree que al teatro le augura buen futuro con la revolución de la inteligencia artificial?
—Creo que sí. El audiovisual quizá pueda ser sustituido por hologramas, por IA, pero el teatro tiene esa esencia de ceremonia, de comunión humana entre actores y público. Es artesanal, directo. Hay cosas que no se pueden automatizar.
La obra tiene momentos muy duros, pero también muy humanos…
—Sí, momentos como los de Lino tiñéndose el pelo para entrevistas, o la relación de José con su mujer… son duros y muy emotivos. Pero también hay mucha amistad, mucho humor. La función es un canto a la hermandad, a la necesidad de apoyarnos.
¿Qué cree que es lo más importante para actuar bien? ¿La voz, el cuerpo, la emoción...?
—Todo. En teatro hay que proyectar la voz, adaptarse al espacio. Corporalmente tienes que estar muy vivo. El cine es más contenido, pero también tiene sus complejidades. Hay que ser completo, estar presente, sentir...
¿Cómo ha mantenido la vocación viva a pesar de los altibajos?
—La vocación va y viene. A veces se pierde la ilusión. Lo importante es conservar al niño interior, esa chispa. Cuando sales a escena, ves el teatro lleno y sabes que vas a hacer sentir algo bonito a alguien, la vocación vuelve.
¿Ha pensado alguna vez en jubilarse?
—No. Tengo compañeros que sí, pero a mí me gustaría seguir mientras pueda física y anímicamente. Hacer lo que me gusta, salir de casa, sentir el aire, estar con el público, con los compañeros. El sedentarismo no es lo mío.
Para terminar, ¿qué le diría al público que esta pensando en asomarse al Teatro Arriaga este fin de semana?
—Les diría que vengan, que creo sinceramente que van a pasar un rato estupendo. La obra está muy bien hecha, muy bien trabajada. Habla de nuestras vidas laborales y humanas. Además, en el norte, donde tantos han trabajado en astilleros o han vivido estas situaciones de cerca, sé que se van a sentir identificados. Y se van a reír, van a emocionarse, y van a reflexionar. Todo eso junto. Merece la pena.