durango - La primera pieza en el puzzle vital de José Julián Bakedano habría que colocarla en Durango, que es donde nació este activista cultural, en 1948. Allí, su padre le compraba cada semana la revista Fotogramas y las tres pesetas que costaba cada ejemplar dieron mucho de sí: el joven Bakedano se aficionó para siempre al olor corrosivo que desprende la mezcla de alcanfor, nitrocelulosa y alcohol etílico del celuloide. De Durango saltó a Madrid, donde cursó los estudios de Arquitectura y Derecho, aunque su pasión le empujaba cada día a las salas de sesión continua (“había más de cien”), a las que entraba burlando a tirios y troyanos: “Los menores de 21 años no podían entrar, y yo tenía 18”. Dos años más tarde, en 1968, grabó su primer cortometraje: La novia de Frankenstein, “una pieza experimental grabada en 8 mm”, formato anterior, incluso, al Super 8.
A partir de ahí, el talento y la energía de Bakedano se desbocaron para tejer un currículum portentoso y variado: es cofundador del museo de Arte e Historia de Durango y de la asociación Gerediaga; en 1990 creó el Festival Internacional de Cine y Deporte; desde 1982 estuvo a cargo del departamento de Actividades y Cinemateca del Museo de Bellas Artes de Bilbao (trasladada hace unos años a Azkuna Zentroa); ha participado desde 1968 en Zinebi; a principios de los 80 fue miembro del comité iniciador de la programación de ETB; ha sido crítico de cine, de arte y de literatura en diversas publicaciones; ha organizado semanas culturales y cine-clubs; ha grabado 13 cortos y dos largometrajes; ha coordinado más de 150 exposiciones de arte y ha escrito libros muy llamativos, como, por ejemplo, Fotografía del País Vasco o el estudio más completo que existe sobre el cineasta e investigador Norman Mclaren. Además, una recopilación de sus escritos se editó en 2002 con el título El conflicto perpetuo.
Pero, al margen de esta vasta biografía, Bakedano cuenta con un bagaje vital cargado de anécdotas, cosechadas, las más de las veces, al lado de grandes nombres de la cultura vasca. Y no solo de la vasca, porque el cineasta de Durango se carteó con Stanley Kubrick. “En las misivas hablábamos, sobre todo, de su proyecto fallido: Napoleón. Luego tuve la suerte de conocer a su familia y de compartir momentos entrañables con su mujer”, recuerda el realizador vizcaino.
También trabajó codo con codo con Alexander Trauner, con quien preparó una exposición: “Ha sido el director artístico más importante de la historia del cine, y un día me dijo una frase que yo repito muchas veces: las películas son demasiado largas y la vida demasiado corta”.
Entre el frondoso racimo de vivencias, Bakedano recuerda también el último y emotivo abrazo que le dio Oteiza, semanas antes de morir: “Me dio dos besos y un abrazo, y me dijo que se marchaba de viaje. ¿Te vas fuera, a Grecia?, le dije entonces. No, no, me voy a morir, respondió él”. Chillida le demostró también afecto, al igual que Balerdi, Mendiburu o Nestor Basterretxea. “Todos eran muy inteligentes y me aportaron mucho, pero Balerdi era especial, por su forma de pensar y de pintar, y por su extraordinaria vitalidad”, recuerda.
jubilado, pero menos Aunque se jubiló hace años, Bakedano sigue alimentando su espíritu inquieto y ejerce de comisario en exposiciones artísticas y de consejero en varios ciclos y certámenes cinematográficos.
Está escribiendo un libro sobre el director de cine Paul Schrader y tiene varios proyectos en cartera, esperando financiación. “Está De Gernika a Nueva York pasando por Berlín, basada en el libro escrito por el Lehendakari Agirre, la comedia Noche en Reno, basada en un relato de Atxaga, Ana y Martín gemelos o Arturo en el exilio, basado en cuatro cuentos de Sarrionandia. Esa es la espina que me queda clavada, porque aún no he tenido opción de dirigir un largometraje de ficción, pero parece que los productores no se deciden”.
Bakedano critica también la falta de ayudas para las iniciativas culturales y asegura que los recortes “eliminan muchas opciones de traer colecciones internacionales a Euskadi, a la vez que reducen la apuesta para con los artistas locales”. “Y es una pena -señala-, porque lo que se hace aquí no se parece a lo que se ve en el extranjero, el arte vasco no es mimético”. El durangarra se queja de que “el público vasco no está formado y es conservador”, y apunta al sistema educativo como culpable de ese hermetismo. Otro tanto pide para el cine: “más ayudas para las producciones vascas y para las empresas que quieran apoyar a los cineastas de aquí”.