si el talento ocupara espacio, el portal de Relatores 22, escorado en un vértice afilado de la plaza Tirso de Molina, en Madrid, sería uno de los más henchidos y cotizados de toda España. En los primeros dos pisos habita Joaquín Sabina, y en el último conviven el compositor Luis de Pablo (Bilbao, 1930) y la artista plástica Marta Cárdenas (Donostia, 1944). Toneladas de ingenio arracimadas en una escalera prieta de madera, con un ascensor ruidoso incrustado en el centro. El último piso es como todos, una cueva laberíntica de techos altos donde caben mil mundos. A Luis de Pablo se le acumulan los libros -tiene más de 10.000-, las partituras, las biografías..., y a Marta Cárdenas las pinturas, las telas, los grabados y las cometas con forma de pájaro, que pueblan sus sueños. Ambos comparten la casa -terraza incluida- con dos gatos mansos que se deslizan entre los muebles como fantasmas de juguete.
Conviven, pero cada cual tiene su estudio, su parcela, su santuario. El de ella, disperso y algo desordenado, parece un bosque pintado. El de él, decorado con estanterías que rebosan libros, está presidido por la mesa de trabajo, que como si de un altar se tratara se erige en el centro, alumbrado por una luz mínima; ni el piano negro esquinado se atreve a reclamarle ese espacio.
Todo huele a papiro y la atmósfera es reposada, apacible... Hasta que los protagonistas hablan. Críticos con la situación que atraviesa la cultura en el Estado español, siguen activos y comprometidos con sus respectivas disciplinas. Marta, con el arte, y De Pablo, con la música. La pintura es para Cárdenas un espacio íntimo, un caudal mediante el que se expresa con naturalidad, algo tan propio como sus manos. Para Luis, la música es otro tanto, un lenguaje profundo, infinito, un manantial de sensaciones que fluye cuando arranca a a componer.
Dos artistas, dos personas, dos historias paralelas, dos mundos que siguen vivos. “Necesito pintar, forma parte de mí, como el comer. No pinto todos los días, pero leo, alimento mi blog, escribo en mis cuadernos; siempre llevo un cuaderno y lápices de colores encima. En mi caso la vocación brotó de forma natural, a los 13 años. Empecé con entusiasmo, me encontraba sola y descubrí el arte, y eso me salvó... Desde entonces no he podido parar”, asegura la pintora de Donostia, que hace un mes ilustró el cartel de la Azoka de Durango 2014.
Cárdenas no descansa, juega con dibujos, trazos, trozos de tela o de cartón, y su inspiración se infla con una mancha mínima: “Me inspira lo que veo, cualquier cosa. En una mancha puedo ver una cara, o un gato”. Pero Marta no vive solo de la inspiración. Ha estudiado a fondo las culturas orientales, sobre todo la japonesa, la china y la hindú. “Desde el año 80 empecé a pintar paisajes. Viajábamos mucho y leía literatura clásica china y japonesa, en inglés y en francés, poesía tradicional, donde se habla muchísimo de la relación del artista con la naturaleza; estudié esas dos culturas. Pero un año fuimos a la India y aquel viaje me causó un gran impacto, supuso una revolución en mi forma de entender el arte, era otro concepto de la forma, del color, de lo que es ser artista... Y pensé en empezar desde cero. Ahí cambió todo”, relata la donostiarra.
Cambió su forma de pintar, de crear, y también su relación con las galerías, que preferían a la Cárdenas paisajista, más fácil de vender, que a la furia abstracta que volvía a nacer para el arte. “La mayoría de galeristas no entendieron el cambio y me fueron arrinconando. Estuve durante más de 25 años viviendo de la pintura, me sentía reconocida, expuse en infinidad de ciudades de Europa, estuve varias veces en ARCO, y en los noventa todo eso cambió. Fue un cambio radical”, lamenta. Pero el golpe de timón tuvo también su recompensa: “¿Sabes lo que me hubiera aburrido siguiendo la estela del paisaje? ¿Sabes lo que me divierto haciendo las cosas que hago ahora? Tengo muchas más opciones; antes mi obra era más predecible, ahora disfruto mucho más, mi mundo es más amplio”.
Sigue creando pinturas y grabados, partiendo de una idea simple: “Puedes tener un motor de arranque, una intuición, y después hay que dejar que todo fluya. Estudio mucho cada dibujo, y luego tengo los cuadernos, unos doscientos, en los que voy explicando lo que hago”. Unos cuadernos que considera sagrados, porque “son recorridos de introspección, y de aquí saco muchas ideas”.
Marta Cárdenas viaja poco a Euskal Herria, y su obra se muestra a cuentagotas. Atxaga le requirió en 2013 para el 25 aniversario de Obabakoak, y el año pasado diseñó el cartel de la Azoka. “En general, no me siento reconocida. En otro tiempo estaba hasta en la sopa, pero tras el viaje a la India y mi cambio de estilo, se me cerraron muchas puertas. Ya sabes, querían una obra de Marta que fuera reconocible. De todos modos, ahora estoy con varios proyectos y para 2016 me harán una retrospectiva en la Sala Kubo de Donostia”, concluye.
FALTA LA MÚSICA Marta se excusa y sale a hacer algunos recados, y ahora son los ojos de Pablo los que me inquieren; ojos que mudan al compás de la propia conversación, pasando de la quietud abisal al infierno de Dante, y viceversa, en cuestión de segundos. Un tema puede fascinarle y otro enojarle, pero en ningún momento pierde la chispa del humor, que a cada rato libera en sonoras carcajadas. “Es verdad que no se oye mucha música clásica, que los compositores en España estamos desatendidos, pero lo que falta en la sociedad no soy yo, lo que falta es la propia música. La gente está a otra cosa. ¿Qué puedo hacer yo frente a Bárcenas?”, proclama el veterano compositor, que suma una carrera imponente, jalonada de premios y reconocimientos de toda índole, tanto en el Estado como en el extranjero (sobre todo en el extranjero).
La palabra maldita no tarda en copar la conversación. Crisis. “Se nota, y ahora me encargan piezas los intérpretes, más que las instituciones”, apunta. “Pero lo que está en crisis es la sociedad misma -advierte-. Falta una base cultural fuerte y nadie se preocupa de eso, ni los de ahora ni los de antes, nadie se preocupa por llevar la cultura al pueblo. La República hizo un esfuerzo con las misiones pedagógicas, antes de la Guerra Civil, y la cosa duró menos que un merengue a la puerta de un colegio”. En lo que respecta a la música, el compositor afirma que “lo que se quiere es buscar el éxito frente a un determinado público, que ya está previamente amaestrado. Se prima la cantidad frente a la calidad, y parece que la música contemporánea se ciñe solo al rock, al pop o al hip-hop, es decir, manda Estados Unidos. En las escuelas no inculcan el amor por la música o la poesía, no explican su valor, lo que nos pueden aportar. En España la música no ha estado nunca en los planes de enseñanza, no lo consideran importante. Pero cuidado, la culpa no es solo de los políticos, la culpa es de los españoles. Si no hay una presencia musical de altura en España será porque la gente no lo exige”. De Pablo aboga por reforzar estas disciplinas en la enseñanza, pero no de cualquier manera: “Hay dar a conocer las disciplinas con respeto y con conocimiento, es decir, conocerlas conociéndolas. Ves un cuadro de Velázquez, sí, ¿pero porqué es tan importante? Pues eso es lo que deberían enseñar en la escuela. Para mí la cultura es lo más profundo, es la identidad del país”.
El maestro denuncia que en la enseñanza no se inculca “ni la aproximación a nuestra propia cultura ni el respeto y el amor por ella”. Y vuelve a su terreno para explicarlo: “Pertenezco a un área cultural que está prácticamente sin desarrollar, y que cuando se desarrolla, pobre de ti, porque sirve para hacer política. Y así hay compositores que no se lo merecen convertidos en dioses, porque son nuestros. Creo que España es un país que ha tenido una historia muy trágica y la cosa más frágil en esas luchas suele ser siempre la cultura, es la que paga el plato, porque nadie sabe muy bien para qué sirve”, abunda el académico de Jakiunde y de la Real Academia de Bellas Artes.
A pesar de todo, el maestro trata de mantenerse optimista, pero él cree que “hay muchos países que por una serie de razones intervienen activamente en la cultura mundial, y otros que han preferido inhibirse, y los artistas que hemos tenido la suerte o la desgracia de pertenecer a un área que no ha tenido mucho dinamismo, somos reciclados por otros países”. De Pablo habla como si no hubiera acabado de encontrar un lugar en su propio país: “¿Conoces alguna biografía de Manuel de Falla escrita por un español que esté bien? ¿Conoces alguna de Isaac Albéniz hecha por un español? ¿Conoces algún libro español que te explique lo que es la zarzuela? Los libros que existen sobre eso son una mierda. Si quieres una buena biografía de Falla tienes que aprender francés. A veces se traducen, menos mal. Es una carencia que España arrastra desde principios del siglo XIX”.
Pero no todo son sombras, y el bilbaino reconoce que “en España hay grandes compositores, y en el País Vasco también, Gabriel Erkoreka y Ramón Lazkano, entre otros”.