eN países diversos, como Francia y Perú, recuerdan con admiración a Juan Larrea Zelaieta, nacido en Bilbao en 1895 y fallecido en 1980 en Córdoba (Argentina), en cuya Universidad daba clase entonces. Una larga vida que parecieron varias, al igual que sucede cuando nos asomamos a un Oteiza inabarcable: “Fue varias personas; investigar su vida es como abordar el cubo de Rubik, que cuando ya has terminado un lado te das cuenta de que hay otro reto fascinante en el siguiente”, describe su biógrafo, el también escritor bilbaino José Fernández de la Sota.

Fernández de la Sota ha demostrado a lo largo de su trayectoria la alta y premiada calidad de sus trabajos poéticos, ensayísticos, periodísticos... y la magna figura del autor criado en la calle Henao le había llevado a realizar una primera entrega biográfica en la colección Bilbaínos Recuperados, de Muelle de Uribitarte (2009). Pero, a medida que descubría más facetas de Larrea, comprendió que “había que hacer una biografía completa”. José no entiende cómo nadie la había abordado antes que él -aunque la bibliografía existente es amplia-, ni tampoco que no haya una calle en Bilbao con su nombre. Así que, tras cuatro años de laboriosas búsquedas y asombrosos hallazgos, ha publicado Juan Larrea (El hombre al que perseguían las palomas) con la editorial El Gallo de Oro.

En esta semblanza, asistimos a un Larrea que sirvió de emisario del encargo de la Exposición Universal de París de 1937, para que Pablo Picasso pintara, en tiempo récord, su mítico e internacional Guernica. Estuvo presente en buena parte del proceso, e incluso él realizó el pago al malagueño (en dos entregas). Asimismo, pocos saben que la Generación del 27 se larvó en Bilbao. Juan Larrea y el santanderino Gerardo Diego estudiaban Letras en la Universidad de Deusto; corría 1912 y ambos encontraron tantas afinidades que combinaron amistad y objetivos. Años más tarde, el vanguardista grupo del 27 tomaría cuerpo, derivado en buena parte de ese embrión intelectual e idealista. Larrea guionizó a Buñuel y Alberti le bautizó “un vasco secreto y difícil”, ya que no le gustaba salir en las fotos sociales, pues era muy independiente. En su afán infatigable de abrazar horizontes, el escritor se aventuró a buscar tesoros de arte inca por Sudamérica, en periplos que probablemente Steven Spielberg querría para sus películas de acción... “Alguien hará una película sobre su vida trepidante”, prevé Fernández de la Sota.

Siempre en vanguardia

Efectivamente, Juan Larrea era intenso, “impulsivo”, “idealista”, apunta a DEIA su biógrafo. “León Felipe y yo somos dos desorbitados”, afirmó el propio Larrea en la entrevista que Santiago Amón le hizo en El País en 1977. Amón reintrodujo al escritor vasco tras sus 40 años de exilio por la dictadura, pero el prolífico autor bilbaino se desencantó con la huella que había dejado el franquismo, tanto en Bilbao como en Madrid. Para él, que era amigo de Juan Gris, de Buñuel, de Alberti y García Lorca... el retroceso que encontró a su vuelta resultó impactante.

Su familia pertenecía a la alta burguesía bilbaina, si bien su madre era navarra. Inquieto desde bien joven, alcanzó un buen puesto en el cuerpo de Archiveros Bibliotecarios en Madrid, ciudad en la que pudo engarzar con el mundillo literario, pero su búsqueda de nuevos horizontes le llevó a no conformarse y saltar a París. Allí ya empezaban a despuntar las grandes vanguardias del siglo XX. “Él siempre buscaba más allá”, especifica Fernández de la Sota. En París crea la revista Favorables-París-Poema, uno de los exponentes de “la primerita línea de la vanguardia” en la que comenzó a sumergirse. “Un vasco que escribía poesía en francés. Era muy singular”, destaca su biógrafo.

“Todo se le iba quedando pequeño”, aclara De la Sota. Su familia, acaudalada pero “ultraconservadora y ultracatólica”, no casaba con su espíritu “inconformista”. Y saltó de Madrid a París. De hecho, su esposa, Margarita Ambry, era francesa. En la capital gala entabló amistad, por ejemplo, con Juan Gris y Luis Buñuel. Buñuel le encargó algunos guiones para sus películas. Cuenta De la Sota que en una ocasión en que Larrea andaba muy mal de fondos el cineasta le explicó, mientras le entregaba su cheque, que había practicado cambios sobre su guión. A Larrea no le gustó el resultado, y le devolvió el talón. Ante su rotunda postura, Buñuel debió de decirle: “Juan, tú no eres de este mundo”.

Sin duda, el poeta y ensayista no era fácilmente clasificable. “Sólo me siento protagonista de mi mundo”, aseguró, lejos de ínfulas. Y su perfil autónomo no le llevaba a hacerse fotos de grupos -como las famosas realizadas en Sevilla, por Pepín Bello, de la Generación del 27-. En cambio, él influyó desde la sombra en Alberti, García Lorca, Gerardo Diego y Vicente Aleixandre. Por ello, y por sus narraciones, es, según Vittorio Bodini, “el padre desconocido del surrealismo español”. A Bodini le escribió en una carta: “Soy el hereje en varios niveles y sentidos, en el religioso, en el político, en el socio-cultural. He aquí por qué represento el papel de gran predicador en el desierto. Como comprenderá, me tiene sin cuidado”.

Dos lados del océano

La vida intensa de Larrea le llevó a conocer el mundo del opio y las drogas, pero él era un idealista que quería cambiar el mundo. De hecho, a veces se deprimía al ver las injusticias. Al principio, y desde su carácter independiente, no se enmarcó en un movimiento político, pero más adelante sí apoyó a la República. Con algunos toques místicos -donde coincidía y a la vez chocaba con Oteiza-, Larrea veía símbolos por todas partes. De ahí su buen diálogo con el surrealismo. La cuestión es que él no comulgaba con las dos corrientes preponderantes y antagónicas, el conservadurismo reaccionario y el marxismo y su visión materialista: “Él apostaba por una tercera vía, pues tenía una visión del mundo espiritual, aunque absolutamente crítica. Así que le dieron por los dos lados”, cuenta De la Sota.

A Larrea era difícil seguirle. Eso debió de opinar su mujer cuando él decidió vivir en México, tras largo tiempo en Perú. El prolífico autor realizó una auténtica aventura en pos de lo que después ha sido la más vasta colección de arte inca fuera de Sudamérica. Había heredado al morir su madre y lo gastó en ella para al final donarla al Museo de América. Ambry no lo soportó. Tras morir Franco, Larrea anduvo por Europa, pero volvió a trabajar en Perú, investigó en Estados Unidos -cuando se le acababan las becas malvendía obras de Picasso- y dio clases en la Universidad de Córdoba. Allí un cáncer de estómago puso fin a su fílmica vida.