Los cineastas veteranos trataron de “reflejar la realidad” en la que vivían
Uribe, Díez, Olea y Armendáriz reconocen que en los 70 y en los 80 era difícil abstraerse de la violencia
donostia - Tras el silencio impuesto por la dictadura, unos pocos realizadores forjaron los cimientos del denominado cine vasco a finales de los años 70 y en la década de los 80.
Salvo en el caso de Montxo Armendáriz, que nunca había abandonado su Nafarroa natal, todos protagonizaron un regreso a Euskal Herria en los años 80. Imanol Uribe vivía en Madrid, donde estudió cine, aunque había pasado periodos vacacionales en Euskadi. “Recuerdo que de niño mi abuelo paterno me hacía desfilar con una escoba por el pasillo cantando el Eusko Gudariak”, rememoraba en la jornada del miércoles. Tras rodar algunos cortos, filmó El proceso de Burgos (1979) y se instaló en Euskal Herria para embarcarse en La fuga de Segovia (1981). “Mi intención no era hacer cine vasco, pero me atraía la temática. Para mí el cine fue un vehículo de conocimiento y en aquel momento la realidad más palpable era el tema de la violencia”, reconoce.
Pedro Olea había rodado en Madrid. Después de Un hombre llamado Flor de Otoño (1978), el productor José Frade, con quien tenía un acuerdo para hacer una película al año, le ofreció otro guion de Rafael Azcona -Sangre y arena, con Sharon Stone-, pero él lo rechazó porque no le gustan los toros y, además, quería hacer una película de brujas. “Frade decía que eso no daría un duro y al final rompimos”, afirmó el director, que se instaló en Bilbao, se matriculó en AEK para aprender euskera y logró terminar Akelarre (1983).
Por su parte, Ana Díez estudió cine en México e ingresó en el denominado cine vasco cuando este fenómeno era ya “un superéxito”. Primero trabajó como ayudante de dirección en varios proyectos, entre ellos 27 horas (1986), de Arméndariz. Hasta que Ángel Amigo le ofreció dirigir Ander eta Yul (1989), un largometraje que hablaba de cuestiones como ETA y las drogas. Por su parte, Armendáriz no estudió cine, sino que aprendió a base de ver películas en un cineclub clandestino y rodando cortos en Super 8. “No nos reunimos con intención de crear un cine vasco ni una identidad, sino para que el cine fuese reflejo de la realidad que vivíamos”, explicó el navarro, cuya generación se fijaba más en la temática que en la narrativa. Entonces, cuando rodaba el documental Nafarroako ikazkinak (1981), conoció al carbonero Tasio, que le inspiró la historia y el protagonista de su primera cinta de ficción, en 1984. - N.G.
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