"Se han malvendido muchas obras en el afán de empobrecer la iglesia"
El último libro de la novelista vizcaina trata de amar (y de falsificar) el arte. Mas entre líneas, también alerta de la necesidad de preservar el patrimonio artístico
Bilbao - Carmen Torres Ripa (Barakaldo, 1945) ha escrito La dama del cisne (Plaza&Janés) bajo el hechizo de la música de compositores como Prokófiev, en una danza entre el Renacimiento y el siglo XXI, rodeada de un halo de luz blanca, un color que interesa de modo especial a la novelista, pues representa la unión de todas las tonalidades de que se compone la vida. “Siempre hay que buscar la luz”, anima.
En un diálogo de su novela, uno de los personajes menciona el “estado deplorable” en que se encuentra el patrimonio artístico en España. ¿Comparte esa crítica?
-Sí, es algo que también me hizo ver Erik el Belga. Son muchísimas las iglesias, ermitas, así como retablos y cuadros que están muy mal cuidados. Además de necesitar restauraciones, estas obras se hallan en peligro de robo. Erik es un artista completo, conoce el estado del patrimonio... y sabe de las facilidades que ha tenido para robar parte de ese acervo artístico (sonríe). Asimismo, se ha comprado mucha obra muy por debajo de su precio...
¿Y a qué se debe?
-Los sacerdotes o los encargados de custodiar estas obras las vendieron sin tener ni idea de lo mucho que éstas valían, en su afán de empobrecer la iglesia, como predicaba Juan XXIII. Lo entendieron al revés: empobrecer la iglesia no significa vender patrimonio. Se (mal)vendieron muchas piezas de gran valor.
¿Alberga la esperanza de que esa dejadez sea resarcida algún día?
-(Duda). Tal y como se está valorando en estos momentos la cultura... La situación es mala, se está racaneando en ese ámbito, así que por ahora lo veo complicado.
De acuerdo a uno de sus últimos artículos de opinión publicado en DEIA, no concibe la escritura sin una “banda sonora” de fondo, y la de ‘La dama del cisne’ la componen Prokófiev, Rachmaninov y Schoenberg. ¿En qué medida le han influenciado estos compositores a la hora de crear esta novela?
-Me han influenciado bastante, siempre escribo con música de fondo. En el caso de La dama del cisne, algunas escenas las he escrito escuchando una y otra vez el mismo tema. Por ejemplo, la escena en que Leda se ve la primera cana la escribí con la música de Prokófiev, con la pieza El baile de los caballeros, del ballet Romeo y Julieta. La puse una y otra vez, hasta que empecé a sentir los colores rojos, el bermellón... la fuerza de las tonalidades, la ropa, el espejo, la magia del momento. Todo se fue uniendo como si fuera una bola de cristal que girara. Tan solo escribí un folio, pero para mí está lleno de música. De inspiración.
En alusión a esa “fuerza de las tonalidades”, ¿es por eso que decidió nombrar cada capítulo de la novela con un color?
-Divido los capítulos por colores porque la unión de todos ellos es el blanco, y yo doy mucha importancia al blanco, porque es luz, la explosión de todos los colores que lleva dentro. La vida nunca tiene un solo tono, se compone de muchos; pero, al final, la conjunción de todos ellos da como resultado el blanco. La luz.
¿Es ese el mensaje que quiere transmitir en ‘La dama del cisne’?
-Siempre hay que buscar la luz, está ahí en todo momento, nos guía. Imagínate yo, ¡si no veo la luz ahora me muero! El sábado me dieron una buenísima noticia: no tengo que recibir quimioterapia. Y me siento...
¿Rodeada de luz?
-Así es.
Está muy guapa.
-Bueno, ya sabes todo lo que nos pintamos las mujeres, ¿no? (risas).