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LA Fundación Menchu Gal, creada tras la muerte de la artista vasca (Irun, 1918-Donostia, 2008), está tratando de conservar, investigar y difundir la vasta producción pictórica de esta artista. Con tal fin está realizando la catalogación de gran parte de su obra, investigando sobre la misma, y tratando de difundirla. Reconocidos autores, museólogos, historiadores y críticos de arte como Francisco Calvo Serraller, Miguel Zugaza, Consuelo Císcar, Bárbara Rose, Xabier Sáenz de Gorbea o Ismael Manterola han reflexionado y vertido juicios críticos sobre la autora, valorando su vasta y valiosa producción, su entronque con las vanguardias de París, Madrid y País Vasco, aupándola al podio de las pintoras excelentes del siglo XX.

Tras diversas exposiciones llevadas en diversas capitales del Estado, la actual muestra de Donostia ha tratado de contextualizar la obra de Menchu Gal en las vanguardias francesas y españolas en las que se formó y bebió (cubismo, fauvismo y expresionismo).

Tras sus primeros aprendizajes en el País Vasco con el maestro Gaspar Móntes Iturrioz, Menchu Gal se dirigió a París, donde entró a formarse en el taller de Amadée Ozenfant, y conoció y trató a Fernand Léger, recibiendo las primeras impresiones del cubismo purista del primero y la vitalidad del segundo. A Menchu Gal nunca le satisfizo demasiado esta etapa, a la que acusaba de intelectual, fría, y aburrida. Picasso, Juan Gris, Braque, María Blanchard, y Oscar Domínguez eran otra cosa, creativos, racionales y ricos, los admirará posteriormente, pero en aquellos años tampoco le satisfacían del todo.

Con el que pronto congenió fue con Henri Matisse. El fauvismo le comunicaba vida, joie de vivre, y conectaba con su fuerte personalidad. "Yo pinto como respiro", aseguraba Menchu Gal. Pronto la autora cambió los negros, blancos y ocres por los carmines, verdes y amarillos.

Y tras su vuelta a España Menchu Gal conectó, gracias a la atención que le prestó Gutiérrez Solana, con los grandes pintores de Madrid, Daniel Vázquez Díaz y Aurelio Arteta, con la escuela de Madrid, su maestro Benjamín Palencia, su cuñado Alvarez Delgado, Rafael Zabaleta, Juan Manuel Díaz Caneja, Antonio López y con otros pintores.

Su relación con los artistas del País Vasco siempre fue cordial y notoria. Su reconocimiento fue mutuo, aunque quizás fue más fuerte el de ellos hacia Menchu, que el que ella tenía hacia los expresionistas abstractos. El arte abstracto siempre le pareció frío y pasajero, fiel reflejo de las corrientes filosóficas del existencialismo francés. Le parecía arte para snobs, arte de pose. A ella le interesaba más la pintura racial, más estructurada y figurativa, en consonancia con las nuevas figuraciones y realismos.

La pintura de Menchu Gal se ha movido siempre entre las corrientes cubistas sintéticas, el fauvismo y el expresionismo naturalista. A ella la realidad le atraía más que la ficción o la proyección de la mente. El paisaje postimpresionista, con el que conectó en sus inicios a través del pintor Gaspar Montes Iturrioz, le llevó a descubrir un paisaje y un bodegón de raíz más cubista. La influencia de su maestro francés Amadée Ozenfant le llevará a construir una serie de bodegones y naturalezas muertas, al pastel, al óleo, cubistas, grises, y con objetos varios, de gran calidad.

La belleza de los objetos humildes y cotidianos, tan del gusto de fauvistas y cubistas, cobra cada vez más fuerza en sus cuadros. A Menchu Gal esta plástica purista, y casi orfista, no terminaría por llenarle del todo. No le satisfacía. Sin embargo, en la actualidad la mejor crítica reconoce en ellos algunos de sus mejores aciertos y los considera de gran valía.