HACE casi dos años, las Juntas Generales de Bizkaia propusieron a Xabier Sáenz de Gorbea un ambicioso proyecto para recoger en un libro la obra y figura de Ismael Fidalgo (1928-2010), un pintor encartado, no demasiado conocido por el gran público, que destacó como expresionista desde tiempos de la posguerra, y cuyas pinturas llegaron a entusiasmar al mismísimo Oteiza, que le apadrinó desde sus inicios. "Sabía que no iba a ser nada fácil porque su obra no está catalogada, pero me hacía muchísima ilusión. Conocí personalmente a Ismael, era un hombre generoso, muy campechano, que confesaba que la vida para él no tenía sentido sin la pintura", explica este profesor de Bellas Artes de la UPV, comisario y crítico de arte y premio Gure Artea.
Sáenz de Gorbea ha sido capaz, con la colaboración del Museo de Las Encartaciones, las Juntas y amigos y familiares del propio artista, de localizar y reunir más de 300 obras de este pintor de Sopuerta en el libro Ismael Fidalgo, la aventura de un pintor expresionista, una cuidada publicación que bucea cronológicamente, a través de las casi 200 páginas, en el entorno vital y cambiante de Ismael Fidalgo. El libro, que fue presentado ayer en la sede bilbaina del Parlamento de Bizkaia, supone la culminación de un proceso de investigación sobre la figura y la obra del pintor vasco, que tuvo como punto álgido la exposición retrospectiva que acogió hasta febrero el Museo de Las Encartaciones con más de 100 obras suyas y, como complemento, otra muestra con obras de artistas coetáneos suyos, en las Juntas vizcainas Ambas exposiciones fueron comisariadas por Sáenz de Gorbea.
postguerra Ismael pertenecía a lo que se ha dado en llamar la tercera generación de artistas vascos o generación de la posguerra, pintores que se hicieron adultos en los grises años posteriores de la Guerra Civil, una época durísima culturalmente. Nació en el barrio de Alén, en Sopuerta, aunque pronto se trasladó a Trapagaran porque su padre era minero y le ofrecieron un trabajo en la Babcok. Fildalgo comenzó muy joven a pintar, cuando tenía 15 años, según relató él mismo a Sáenz de Gorbea. Desde entonces, y hasta su muerte, no dejó ni un solo día los pinceles.
Su primer éxito le llegó en 1949, al ganar el premio de la galería Studio de Bilbao, un pequeño espacio artístico que acercó el arte contemporáneo a una sociedad que vivía entre las cartillas de racionamiento, la censura previa y la parálisis cultural de la dictadura franquista. Por estas fechas, Oteiza actuó como un Pigmalión que le fue ampliando el mundo de la creación y entabló una buena relación con Agustín Ibarrola y Ricardo Toja, una cordialidad que no desaparecerá con el paso del tiempo.
Fidalgo realiza el servicio militar en el Baztan, "donde continúa su trabajo y crea un grupo de trabajo con Ibarrola, que también está de soldado en Donostia y se juntan, como decía él mismo riéndose, para matar el hambre. Conocen a Menchu Gal y tienen varios discípulos, con los que tenían en común su amor por la pintura al aire libre", señala el autor del libro. La paleta de Fidalgo se dulcifica y pasa de sus oscuros paisajes mineros a reflejar un universo de rincones y callejas desconocidas hasta este momento, que aúnan lo rural y lo urbano. Le gustaban también los caminos románticos, que se pierden, que no se sabe a dónde van.
Ismael Fidalgo participó en la I Bienal Hispanoamericana (1951) y se trasladó a Madrid, donde la sombra de Jorge Oteiza fue poderosa. Allí vivió en casa del escultor de Orio, al que ayudó a modelar figuras de barro para los Apóstoles de Aran-tzazu en su estudio. Su primera exposición fue en 1953, en la sala Ibáñez de Iruñea, junto a José Luis Apecechea. Pero, Fidalgo tenía sed de aventuras. En 1954, comenzó a viajar por Castilla junto con el poeta Blas de Otero y Agustín Ibarrola y se dedicaron a pintar y a vender sus obras para sobrevivir. Aunque habían pedido trabajo en los campos como temporeros, no consiguieron que les contrataran. Pintaban paisajes hoscos, silencio, soledad, oscuridad, masas que parecen que se van a caer...
Y, finalmente, regresó a Euskadi asentándose en Trapagaran, donde deciden realizar una exposición itinerante a la que se unió María Dapena, una pintora también olvidada en la actualidad, para acercar el arte al pueblo. En la década de los sesenta comenzó a trabajar en La Balco, (Babcock Wilcox) como su padre y creó, junto con Marcelino Bañales, el grupo de pintores de La Balco. Encontró la manera de compaginar la pintura con el trabajo, con los horarios fijos.
Junto a otro pintor, Ángel Aja, continuó creando hasta su muerte, el 12 de febrero de 2010. "La pintura era su vida, artista de las entrañas, dignificó la pintura del paisaje y le dotó de la pulsión de un aleccionador sentido social. Fidalgo es memoria y testimonio de un tiempo y un espacio", concluye Xabier Sáenz de Gorbea.