bilbao

SU abuelo llegó de Letonia, conoció a una profesora de francés y español y decidió cambiar aquel mar Báltico en calma y el invierno del Ártico por el Cantábrico embravecido. Con él se trajo sus cámaras fotográficas y numerosas imágenes de su país, de su residencia familiar en Majori (Villa Ede), en Riga, contigua a las playas de la capital letona, retazos de un tiempo pasado que su nieta, Erika Barahona Ede, ha intentado recuperar. "Por casualidad cayó en mis manos el archivo de mis antepasados y me hice la reflexión de ir a los mismos lugares y ver lo mismo que han visto ellos. El lugar permanece, pero el tiempo se ha expandido de alguna manera y yo lo he vuelto a comprimir en mi último proyecto fotográfico", explica esta prestigiosa fotógrafa bilbaina, que cuenta con los premios International World Heritage Photo Competition (1998) y el Premio Europeo para Mujeres Fotógrafas, en dos ocasiones (Florencia, 2000 y 2002).

Gracias a una beca de la BBK, con la que viajó a Letonia, Erika Barahona buscó, recogió y después pulió esas imágenes para permitir ver este tiempo reencontrado en una magnífica exposición que se presenta hasta el 13 de julio en la Fundación Bilbao Arte. El proyecto recoge, a través de fotografías de gran formato, pequeñas ciudades bálticas de la república de Letonia -de donde es originaria parte de su familia- y de la costa de Bizkaia, conformando una especie de viaje sentimental de ordenación de la realidad. En algunas, curiosamente, como la que se tomó en la playa de Majori a principios de siglo, incluso se repite la misma escena casi un siglo después: Un niño se sumerge en la orilla del mar ante la atenta mirada de algunos adultos que charlan animádamente.

genética Erika viene de una familia de fotógrafos. Así que cuando su madre le preguntó al hacer la comunión qué quería como regalo no se lo pensó: una cámara fotográfica. "Me licencié en Geografía e Historia, con la especialidad de Historia del Arte. Me he dedicado a todo lo que tiene que ver con el arte, no especialmente a la fotografía, pero siempre ha estado allí. La fotografía ha sido como mi jardín secreto".

Hasta que en 1994, Erika Barahona Ede decidió dedicarse profesionalmente a ella en Berlín, coincidiendo con su trabajo para el Senado de la capital alemana. "Me fascinó la ciudad y empecé a retratar paisajes urbanos. Allí fue cuando me decanté totalmente", confiesa. Poco después la revista Geo en su edición alemana le encargó unas fotografías sobre el edificio de Gehry que se estaba construyendo en su ciudad natal, en Bilbao. Fue su primer contacto con el Guggenheim, con el que ha mantenido una estrecha vinculación desde entonces, ya que meses más tarde, se convertiría en la fotógrafa permanente y coordinadora del departamento de fotografía del museo.

Por las cámaras de Erika Barahona han pasado los creadores más prestigiosos del panorama internacional como Richard Serra o el propio Frank Gehry. En su exposición Retratos - que se presentó en Bilbao hace un tiempo y que ahora se está exhibiendo en Gandía- documenta parte de la historia del museo bilbaino. "A mí me gustaría que la gente vea lo que yo veo, pero sin influir en cómo debe verlo el espectador", explica.

Confiesa, no obstante, que se siente más cómoda con los paisajes que con los retratos. Como los que hasta el 13 de julio ofrece la exposición Grüße von nah und fern (Recuerdo del pasado y del presente) en la Fundación Bilbao Arte de la capital vizcaina. O como los que presentó en la exposición Das ist Berlin (Esto es Berlín), que realizó hace unos años con su pareja, el fotógrafo californiano David Hornback, en la que confrontaban sus visiones del mismo tejido urbano.

Una forma de enfocar la vida a través de la cámara, que les ha deparado las mejores críticas y les ha convertido en unos de los fotógrafos más destacados del panorama actual.