bilbao. Carmelo Bilbao-Unanue (Bilbao, 1928-Getxo, 2005) quería ver mundo. Con 18 años intentó alistarse en la Marina, pero ello requería tener cumplidos 21, así que dejó un sobre con una carta a su familia y, maleta en ristre, se marchó a Francia. Luego vendrían Inglaterra, Canadá, Holanda, Sudáfrica, Taiwán... De niño el creativo deustuarra había soñado con hablar cinco idiomas, meta que logró de adulto. Y, más allá, cumplimentó su anhelo dorado: vivir de su pintura, "siendo honrado con el arte", explica hoy su viuda, Adriana der Kinderen.
Una luminosa pintura que delata su vitalidad. Pero, aunque Oteiza y él sentían admiración mutua, Bilbao-Unanue despedía mucha fuerza acompañada de la contención necesaria para pisar con los pies en el suelo, meditar sus cuadros, acometer audaces proyectos sin perder la cabeza por la pasión. El brillante pintor se bebía la vida y le gustaba conversar y exponer sus teorías, que no solían ser fruto de la impulsividad, como rememora Adriana.
Carmelo tuvo el valor de atravesar los Pirineos en arriesgada búsqueda de libertad, de paisajes y de ideas, dejando atrás un franquismo castrante. Así se bebió, sorbo a sorbo, a Juan Gris y a Picasso, que inspiraron sus primeras creaciones cubistas, para más tarde impregnarse de los grandes autores holandeses, especialmente Vermeer. A Adriana la había conocido en el Consulado Holandés de Bilbao, y desde entonces no se separaron. Ella fue la compañera de gestiones, partos artísticos y promociones. "Siempre le animé a que fuera auténtico, a que creara e innovara, como él quería", afirma Adriana, con la mezcla de rotundidad y dulzura que la caracterizan. Admiración y amor la unieron a Carmelo, gran amante de la familia. "Una buena persona", lo define el crítico de arte Xabier Sáenz de Gorbea.
En Alemania nació su hija, Karen Amaia -fotógrafa artística que hace honor a su apellido-, pero antes habían vivido otros lugares, como Noruega, Holanda y Bilbao. En esa época Getxo y Barrika se convierten en sus cuarteles generales, cuando Carmelo ya se caracterizaba por su personal impresionismo realista, depurando su obra, reduciendo al máximo las formas. En esta búsqueda oteiziana, la escultura le atrae poderosamente, y el oriotarra dirá que su pintura está "hecha de silencios vascos". Al impregnar de lírica sus creaciones maridó bien con Benito Lertxundi, cuyo Itsas ulu zolia muestra uno de sus óleos inéditos, Proas. La exposición en la galería Akros muestra hasta el día 11 una treintena de óleos, un pastel y una escultura del humanista Carmelo: sus primeras obras cubistas, las inspiradas por la Ría bilbaina, los estilizados arlequines, galgos y caballos; jarrones de colores en una visión particular que se quebró en el declive de su salud, en 2000. Obra ya escasa, pues vendió mucho y fue reconocido mundialmente, aunque, como artista tenaz y arriesgado, vivió momentos difíciles. Un hombre "sensible", según su mujer. Y valiente.