ES mucho más que notable que un documental tenga éxito. A excepción de que se trate de un tema sensacionalista o que genere controversia - como los realizados por el americano Michael Moore- casi nunca sucede. Suelen pasar sin más pena que gloria. Por ello, el que El viaje del emperador consiguiera recaudar casi 80 millones de dólares, solo en EE.UU., cuando fue estrenado en 2005 fue una auténtica sorpresa.

El director francés Luc Jacquet apostó en su primera incursión en el mundo cinematográfico por un documental que tiene también mucho de película, ya que narra una historia y tiene un argumento con principio y final, aunque sus protagonistas no hayan cobrado por haber interpretado a la perfección el papel de su propio personal. La cinta es un estremecedor relato fruto de más de un año de rodaje y de más de 120 horas de grabación, necesarios para captar el peregrinaje de cientos de pingüinos desde el océano hasta el oamok, explanada helada donde se reúnen para iniciar el ritual de apareamiento y donde comienza una historia de amor que durará todo el año.

La supervivencia El documental narra como en el océano, el pingüino emperador se parece más a un delfín que a un ave. Este animal potente pero de movimientos fluidos es capaz de surgir de las profundidades como un torpedo a golpe de riñón, patinar ágilmente sobre el hielo y volver a levantarse para alzarse sobre sus patas. Pero una vez en pie, este ave de andar torpe está siempre a merced del menor obstáculo. Pero, ¿cuál fue el motivo de que este extraño pájaro nadador abandonara el agua helada en la que se deslizaba con tanta gracia? El motivo es uno solo, primordial, esencial: la supervivencia de su propia especie. Pero en la Antártida hay pocos sitios para elegir, porque, en invierno, en un perímetro de cien a doscientos kilómetros alrededor del continente, el mar se congela. Al norte el mar helado, el océano y su alimento. Al sur la banquisa, desértica pero estable. Entre los dos está el pingüino emperador, andando. Andando a lo largo de cientos de kilómetros de invierno y de peligros. Andando el interminable camino que separa el alimento de su hambriento retoño. El viaje del emperador narra esta epopeya.

Esta cinta es una prueba más que palpable de que todavía la naturaleza puede vencer al mundo digital en la industria del celuloide. Siendo un documental diseñado para la gran pantalla, no es una historia compleja ni magistral, pero es una bella historia de amor a la vida, porque sin duda la oportunidad de seguir la pasión instintiva del pingüino emperador es un ejemplo único de una especie cuyo ciclo vital está adaptando el periodo anual de forma que no le deja tiempo para menesteres anodinos.

evento vital El viaje del emperador consigue que el espectador se convierta en colaborador más que en espectador. La forma de acercarse a los animales y de contar los diferentes eventos vitales son excepcionales por la secuencia de los planos. Para muchos, el valor del largometraje reside en haber convertido al pingüino emperador en el protagonista de una bella historia de amor en el último paraíso natural que queda en el planeta.

El hermoso documental, en el que se van sucediendo escenas positivas, se ve casi siempre con gusto... a lo que no resulta ajeno la utilización majestuosa de su fotografía y unos omnipresentes intérpretes que, a pesar de que no han cobrado por su trabajo, bien podrían haberlo exigido.