VARIOS lectores de mi anterior colaboración en DEIA ¡Consíguete un gato! me han solicitado información sobre Patrick Leigh Fermor, el escritor de viajes de quien tomé prestada la historia que daba título y sentido al citado artículo. No han sido menos los lectores que me preguntan quién es el gato al que me refería en el artículo. Más aún, dando por cierto que el gato en cuestión no es otro que EAJ/PNV, la pregunta subsiguiente era: ¿Y quién le pone el cascabel al gato? No me cuesta ni un poco atender el pedido. Hablar sobre Leigh Fermor y su obra literaria, escasa y valiosa como los metales raros, es un regalo para los sentidos, un viaje con libro en la mano donde nunca se alcanza el destino porque cada llegada es un nuevo punto de partida que se inicia conociéndote mejor, más sabio que al partir por primera vez. Leigh Fermor, al día de hoy 95 años, sigue trabajando en el sur del Peloponeso griego, en un pueblecito de la región de Mani, esa punta de tierra que termina en el cabo Matapan, encarado a la isla de Creta. Aprendió a escribir a máquina hace cinco años y se dedica desde hace otros veinte a finalizar su trilogía, que comenzó con El tiempo de regalos, a pie hacia Constantinopla desde Holanda hasta el curso medio del Danubio, escrito en 1977; siguió con Entre los bosques y el agua, desde el curso medio del Danubio hasta las puertas de Hierro, finalizado en 1986; y culminará con la actualmente en elaboración "Desde las puertas de Hierro hasta Constantinopla".
En marcha
Lo singular de esta obra en tres entregas es que las notas de campo del autor datan del año 1933, cuando tenía 18 años. Inició su viaje a pie aprovechando el gap year, año sabático que muchos estudiantes ingleses se toman antes de ir a la universidad, viviendo durante el trayecto de una mínima ayuda familiar y gracias a su talento para relacionarse con todo aquel que se encontraba en el camino, fuese pobre de pedir o rico de dar. Inicia su viaje en Holanda y, siguiendo el curso del Rin y del Danubio, atraviesa una Europa a punto de desaparecer: los nazis recién llegados al poder con todas sus consecuencias, los aristócratas ignorantes que vivían ya un tiempo prestado, las grandes extensiones de bosques y láminas de agua sin contaminar, las tradiciones a flor de piel... Acontecimientos y cultura que al paso del viajero brotaban de entre las piedras como si él los hubiese sembrado, todo ello descrito con la mirada de quien se erige guardián de lo que estaría llamado al olvido si faltase alguien, como él, que lo describiese.
Leigh Fermor participa de lo que ve. A la manera de Velázquez, se introduce en el cuadro que está pintando. O a la manera de Brueghel, como cuenta: "El vínculo entre viajes y pintura, sobre todo en esta clase de viajes, es muy estrecho. Tenía mucho que pensar mientras caminaba por las huertas monásticas cubiertas de nieve y, cuando me encontraba en los campos silenciosos que se extendían más allá, se me ocurrió que hasta entonces solo un pintor había estado presente en aquel Winterreise, aquel viaje de invierno. Cuando no había edificaciones, regresaba a la Edad Media, pero en cuanto aparecía una aldea, me veía en el mundo de Peter Brueghel. Los copos blancos que caen junto al Waal (o el Rin o el Neckar o el Danubio), los gabletes en zig-zag y los tejados cubiertos de nieve, todo eso era suyo, como también los carámbanos, la nieve pisoteada, los troncos amontonados en los trineos y los campesinos doblados bajo haces de leña".
La Gran Llanura Húngara (Alföld, en magiar) con "escasas nubes en el cielo, tan inmóviles que casi parecían ancladas a sus sombras". Las Marcas de Transilvania y el reconocimiento del rumano, una lengua latina "abandonada a su suerte tan lejos de su hogar". Húngaros y rumanos, laberinto religioso y nacional; el descubrimiento del origen de determinadas palabras; hongre en francés, caballo castrado (los húngaros iniciaron tal practica); cravat (corbata), derivado de Croacia, implantado en Francia gracias al sedoso pañuelo de la caballería mercenaria croata de Luis XIV; coach (coche de punto), vestigio de la ciudad húngara de Kocs, presumiblemente porque fue el primer lugar donde se fabricó dicho vehículo. Arte, religión, historia, lingüística, folklore, van pasando ante nuestro ojos mientras el caminante llega a Las Puertas de Hierro, estrechamiento del Danubio, enormes paramentos verticales, que dan acceso a los Balcanes. Y desde allí, trece meses después de su partida alcanza Constantinopla .
No es el fin del camino pues se dirige a Grecia, donde conoce y se enamora de la princesa Balasa Cantacuzène. Él, 20 años; ella, 32. La comunión es de cuerpo y alma. Ella desciende de Juan VI Cantacuceno, quinto Emperador de Bizancio contando desde el último. Él aprende griego y se inicia en el conocimiento del arte y cultura helénica. Se trasladan a Moldavia, norte de Rumania donde la familia Cantacuceno había arraigado y reinado tras la caída de Constantinopla. La convivencia durará hasta el fatídico 1939, cuando Leigh Fermor regresa a Inglaterra para alistarse en el ejército. No volvió a ver a Balasa hasta 1965 y en circunstancias truculentas, introduciéndose clandestinamente en la Rumania de Ceaucescu, donde ella malvivía dando clases particulares de francés, inglés y pintura, siguiendo el mismo destino de todos aquellos aristócratas que no pudieron huir de las repúblicas populares del Este de Europa. Después de ese encuentro no hubo otro, aunque su amistad se mantuvo hasta la muerte.
En guerra
Patrick (Paddy) Leigh Fermor desciende de familia de notables anglo-irlandeses venida a menos. La mezcla de aventurero y cultísimo vividor, su natural simpatía, su versatilidad para vivir en cualquier medio social, todos estos atributos, nos llevarían a la errónea conclusión de esperar encontrarnos ante el estereotipo del bohemio radical izquierdista. Al contrario, se trata de un hombre de derechas pero antifascista. Conservador en lo político y conservacionista del medio ambiente. Legalista y guerrillero. Anticomunista y demócrata sincero. Un producto acabado de esa Inglaterra eterna, a veces incomprensible para las entendederas de fuera de las islas, donde la derecha es mayoritariamente autoritaria, connivente con el militarismo y demócrata de saldo.
Como sabía griego, lo lanzaron en paracaídas sobre Creta para organizar la guerrilla contra la ocupación alemana. La lucha fue sin cuartel. Los cretenses gustaban del cuchillo y el arrojamiento de alemanes a las profundísimas simas que en aquellas montañas proliferan. Los alemanes diezmaban la población a pura estadística, uno de cada diez... y hasta la siguiente aldea. Fue, junto con Yugoslavia, el teatro de operaciones más atroz de la II Guerra Mundial. En el clímax de esa barbarie, nuestro hombre dio uno de los golpes más espectaculares de la guerra: el secuestro del general Kreipe, jefe del ejército de ocupación en Creta. Con un comando disfrazado de militares alemanes, se lo llevó ante las propias narices de su escolta y atravesó no menos de ocho controles hasta alcanzar las altas cumbres de Léfka Ori (Montañas Blancas, uno de los escasos sitios del Mediterráneo Oriental con cimas nevadas). Allí sucede uno de los hechos más singulares de la guerra. Amanece sobre el mar de Libia. El secuestrado y más que culto general Kreipe, impresionado por tanta belleza ante sus ojos, recita el primer verso de una oda de Horacio: Vides ut alta stiet nive candidum/ Soracte". Leigh Fermor toma la palabra y continúa: "Nec iam sustineant onus/Silvae laborantes, geluque…
Cuando reparo que en medio de aquella guerra, la más mortífera hasta el presente, ocurre algo como lo que acabo de describir, que dos hombres cultísimos, inmersos y activos en la aniquilación, inspirados por la más pura belleza, se encuentran en la poesía, me aflige el sentimiento fatal de que la guerra seguirá formando parte de nuestra existencia a pesar de la cultura de los contendientes. Finalmente, consiguió trasladar en submarino hasta Libia a Kreipe, que estuvo preso en Inglaterra durante el resto de la contienda. Por su parte, Leigh Fermor fue aclamado como un héroe, recibiendo la ciudadanía de honor griega y la Orden de Servicios Distinguidos del Imperio Británico.
"Solvitur ambulando"
Caminante compulsivo y convencido de que las ideas creativas se alcanzan en movimiento, Leigh Fermor contestaba "Solvitur ambulando" ("Se resuelve andando") cuando se le preguntaba cómo afrontar los dilemas. Acabada la guerra, vagabundea por el Caribe junto con su recién desposada Joan Eynes Monsell, fotógrafa e hija de un parlamentario conservador. De esa estadía nos trajo otros dos regalos con forma de libros: The traveller"s tree y Los violines de St. Jacques. Le siguieron travesías por los Pirineos, África, Sudamérica y siempre Grecia, en mula o esquife, autobús o a pinrel.
Es maestro de otros grandes escritores cultivadores de un género literario mal llamado literatura de viajes que personalmente no comparto. Opino que no hay mayor distancia literaria posible que la existente entre una guía de viajeros y una obra de Bruce Chatwin, Robert Byron, Norman Lewis, Colin Thubron o Rebecca West, todos ingleses o irlandeses, nómadas que, con su mochila cargada de libros, atravesaron bosques, ríos, secarrales y ciudades para contarnos con estilo y erudición cómo somos y cómo fuimos. Ellos buscaron respuesta a sus preguntas poniéndose en marcha, abandonando el sedentarismo, la comodidad y el bienestar, invitándonos a recorrer el mundo por ese gran río común que en casi todos los idiomas se llama Cultura.
Y en cuanto al enigma del gato, ahí les dejo a cada uno estrujándose la sesera en su resolución. Si quieren saber de qué gato se trataba, debatan sobre la idoneidad de cada candidato, participen desde su criterio, pónganle cada uno de ustedes el nombre. Como casi todo, se resuelve andando. Solvitur ambulando.