Bilbao

Ilustre damnificado por la irrupción de la fotografía digital, el humilde carrete de fotos ha quedado relegado al fondo de los cajones. Pero, como ha ocurrido con la recuperación del vinilo, toda una generación de jóvenes que no han conocido vida más allá del Photoshop, está inmersa en una cruzada por recuperar la excitante sensación de no saber qué han capturado hasta pasar por el revelado. Todo gracias a la lomografía, una tendencia que ha explotado con el auge de las redes sociales, que ya tiene una potente comunidad en internet -www.lomography.com es su foro de encuentro- y que algunos se atreven a calificar de estilo de vida.

El término lomografía viene de Lomo, un modelo de cámara fotográfica, fabricado en la antigua Unión Soviética a principios de los años ochenta y que se convirtió en la máquina de fotos oficial de los países soviéticos. Era, más que simple, simplísima, fabricada con materiales baratos y sin especiales cualidades técnicas. Mejor dicho, con algunos defectos ópticos que hacían imprevisible controlar el contenido de las imágenes. En los años noventa, un par de estudiantes austriacos descubrieron en Checoslovaquia aquellas reliquias y, con el tiempo, consiguieron que los artistas, siempre ávidos de emociones fuertes, empezaran a interesarse por las máquinas Lomo.

el desenfoque, un estilo de vida En la era del control absoluto de la imagen gracias a la tecnología digital, había algo excitante y misterioso en plasmar de manera involuntaria imágenes desenfocadas, de colores sobresaturados, con grano y efecto túnel. Con el tiempo la afición se fue extendiendo hasta la constitución de la Sociedad Lomográfica Internacional. Empresarios avispados se dieron cuenta del negocio, ya que las cámaras soviéticas eran limitadas, y empezaron a fabricar nuevos modelos similares a la original. Con posterioridad fueron diversificando para llegar a la especialización de la actualidad, con cámaras que sacan viñetas, grandes angulares o panorámicas.

El monopolio de la imagen digital ha dejado cadáveres por el camino. Entre ellos, Polaroid, que debido a la presión de los fans ha vuelto a fabricar. Pero un fenómeno aún más extendido es la lomomanía. "Los monopolios siempre son malos y, en este caso, es una lástima porque se deja de vender, se dejan de revelar diapositivas y cada vez es más complicado encontrar carretes en blanco y negro", desgrana Josean Pablos, fotógrafo aficionado de Gasteiz, que ha sido premiado en el certamen Periscopio por alguna de sus lomografías. "Pasa lo mismo que ocurrió con los dj"s que rescataron el vinilo -explica-. Los fotógrafos que consideramos que hay arte en lo analógico no queremos que se pierda". Pero la lomografía, un arte minoritario, "algo esnob", apostilla Javier Carrasco, propietario de la tienda fotográfica Foto Color Express, en la plaza Unamuno en Bilbao, cautiva cada día a más personas. "Vendemos a diario una o dos cámaras lomo", asegura mientras muestra parte de su escaparate, invadido por una legión de cámaras coloridas, puro flower power, fabricadas con plástico -"hasta los objetivos los son"- y armadas con anacrónicos y absurdos flashes. Muchos de los que van a revelar los carretes son jóvenes que nunca hasta ese momento habían tenido en sus manos una maquina analógica y ni siquiera saben rebobinar la cámara.

Algo parecido le ocurrió a Antxiko Gorjon, un joven baracaldés aficionado desde crío a la fotografía, que siempre había utilizado la digital. "Hasta que me dio el cuarto de hora. Hace dos años encontré en eBay la Lomo Smena original. Me mandaron cuatro desde Ucrania, que me costaron 45 euros, incluidos gastos de envío -relata-. Ahora estoy de pleno en la locura lomo; cuando tengo libre cojo unos carretes y me tiro el día entero por ahí disparando". Además de ser de fácil manejo, una de las virtudes de esta corriente es que "básicamente no sabes lo que estás sacando".

Nada que no puedan hacer Photoshop, el iPhone y otros teléfonos inteligentes de última generación. En una especie de efecto bucle, han desarrollado entre sus aplicaciones digitales el efecto analógico lomo, que ha encandilado a muchos aficionados a la fotografía, como Kepa Junkera. Pero este efecto lomo reinventado no convence a todos. A Josean Pablos le motivan precisamente las dificultades que entraña la lomografía de verdad. "Estás más obligado a seleccionar lo que quieres tirar que si fotografías con una digital. Hay que tener en cuenta lo costoso que es revelar, en tiempo y dinero. Cada vez hay menos tiendas que revelan y es muy caro". Comprar un carrete, revelarlo y positivar las fotografías puede salir entre 30 y 40 euros. Por eso muchos aficionados solo revelan y luego escanean los negativos en casa. Pero para los aficionados no es obstáculo. "El encanto que tiene es que la foto que vaya a tirar es la que va a quedar. Por eso es importante el criterio, el pensárselo", explica Josean Pablos.

que sale el payasito Sorpresas y muchas es la que se lleva Antxiko Gorjon cuando revela. "Me acuerdo que con el primer carrete quedé alucinado. De 36 fotografías, la mitad estaban borrosas y solo cuatro eran pasables; eso sí, quedaron preciosas". Maltratar el carrete y la cámara también es habitual. "Meto los carretes en el microondas, en el horno, para ver qué pasa", confiesa. Y lo que pasa es que se queda sin carrete o, por el contrario, obtiene "cosas interesantes". Este joven baracaldés, que expondrá dentro de un mes en la tienda de Ikatz, en la calle Buenos Aires de Bilbao, pretende realizar kedadas de aficionados, que salgan a pasear sus máquinas, ya que normalmente se empieza por una y la curiosidad lleva a agenciarse otra media docena de modelos.

De tener que llevar una única lomo a una isla desierta, hay disparidad de criterios, pero todos coinciden en que la Lomo L-CA, la clásica, es una buena opción, aunque la "versatilidad" de la Diana -"la más complicada, bonita y que requiere más conocimientos", apostilla Javier Carrasco- le hace sombra. Y "para las chuflas", añade, nada mejor que la Fisheye, la que dispara con efecto ojo de pez y que no puede faltar en cualquier celebración.

Y, si con su lomo no obtiene ninguna fotografía decente, al menos no pasará desapercibido. "Tengo una cámara Holga, enorme, de color rojo muy vivo -confiesa Josean Pablos-. Todo el mundo se queda mirando. Me han llegado a preguntar si es una cámara subacuática o si iba a salir el payasito, porque parece de esas de juguete".