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EN la extraordinaria filmografía de los hermanos Coen coexisten películas densas, oscuras o llenas de simpatía y vida. Arizona baby (1987) pertenece a esta última categoría. Probablemente, su película más fresca y entrañable. Y la más fácil de ver? y de disfrutar. Nicolas Cage, el protagonista, le sigue teniendo mucho cariño a esta desvergonzada y desternillante historia que no se rige por el clásico patrón de padre ideal. Si no, no sería una obra de los Coen, que saben trasladar algunas señas de identidad de su cine: personajes oportunistas, descaro, ritmo álgido y un humor desternillante pero no tan negro. Nicolas Cage interpreta a un bandido que pide matrimonio a una agente (Holly Hunter). Una postal alegre si no fuera por su dosis de mala leche. La pareja no puede tener hijos y una vez más surge un plan: si no puedes con tus enemigos, róbales lo que más quieren. En ese momento comienza una divertidísima road movie que gustaría a los clásicos del cine estadounidense. Más tarde, alcanzaron cuotas más ambiciosas con El Gran Lebowsky, pero Arizona baby, una de sus películas más exitosas en la televisión, permanece como una de sus comedias más refrescantes. Y es que es imposible que los personajes pasen desapercibidos y que el espectador se sienta indiferente con sus disparatadas reacciones. Eran los 80, y todo estaba barnizado por una estética más gamberra. Aunque en el fondo perviva una interesante reflexión sobre la codicia humana.
El Macba de Barcelona prepara un seminario titulado los Malditos 80 sobre los puntos calientes y perspectivas que se introdujeron en la agenda internacional tras la irrupción del sida. Pero esa década también posibilitó la creación de unos códigos más libres incluso naifs para ver el mundo. Y dentro de su anormalidad, Arizona baby transmite una visión más inocente y sincera.