BILBAO. El narrador, el hilo conductor de una historia en la que no siempre tiene el peso necesario, es un acierto más de esta genial película de los hermanos Coen. Una voz que parece de un viejo sheriff que nos sitúa en el universo del Oeste americano.

Un viaje antológico de la entrañas de la vieja América a la sociedad casquivana y moderna que representa la temeraria California, la capital mundial de la frivolidad y del cine. Porque El Gran Lebows-ki es ante todo cine en estado puro, materia prima de sueños y creador de personajes inolvidables que han pasado a la historia del celuloide. Es difícil elegir entre las extraordinarias creaciones de los hermanos directores más famosos del mundo. Porque tanto Jeff Bridges, en calidad de perdedor vago y oportunista, como John Goodman, en el papel de un descerebrado ex combatiente de Vietnam; Julianne Moore, como experta ninfómana y seguidora del Marques de Sade; el vulnerable Buscemi o el incomparable John Turturro... dan lo mejor de sí mismos. Maravillosos personajes que convierten en El gran Lebowski en una obra impagable, vibrante y clásica.

La selección de la música, otro gran logro como sigue siendo habitual en la carrera de los autores estadounidenses, abarca ritmos y estilos tan distintos como Bob Dylan, Tito Puente o Gipsy Kings, en su habitual tendencia ecléctica. Los Coen se despachan a gusto y en clave de humor en un retrato im-placable de una sociedad co-rrompida y surrealista. El nihilismo es la palabra que más se apela en el filme, el arma necesario para parodiar referencias históricas, políticas o fascistas, como el nazismo o el leninismo.

El Gran Lebowski es una gran comedia, rica en recursos e interpretaciones, corrosiva y sarcástica. El sinsentido acompañará a esa cuadrilla de holgazanes disparatados, héroes y antihéroes sin ningún tipo de complejos. Nada es lo que parece en una vuelta de tuerca continua.