Nico Williams ha decidido quedarse en el Athletic y recoger la siembra de años en un terreno de naturaleza romántica y familiar, en lugar de adentrarse en un latifundio con socavones donde a veces hay cosecha y en otras ocasiones toca quitar zarzas. Es evidente que “el corazón” le ha dictado seguir en su “casa”, pero la cabeza le ha llevado a huir de la maleza de las palancas, los problemas de inscripción de jugadores o el troceo y venta del patrimonio de Barcelona. Como le ocurrió a Kepa, jugar en la selección española le ha abierto un horizonte al menor de los Williams. Compartir vestuario con futbolistas que son estrellas puede hacer olvidar a cualquiera, más a un chico de 20 años, el primer día en Lezama con el primer equipo, el debú oficial, el primer gol... Y, en definitiva, lo que supone otro tipo de vestuario, el de personas de gran talento pero que irradian normalidad, como Jauregizar, por poner un caso. Lo de Nico y el Barcelona parecía un capricho de juventud alentado por su amigo Yamal y el arrebato del propio jugador vasco. Contando además con el impulso de la deriva delirante del club catalán, presidido desde hace tiempo por personajes también de dudosa madurez. Pero lo de Nico y el Athletic tiene que ser un proyecto de éxito, siguiendo la estela de esa marca genial que ha puesto en órbita el presidente Jon Uriarte, WIN, y que cuenta con piezas para precisamente eso: ganar títulos y sacar gabarras.