Todos contemplan al niño solitario. Sus pies descalzos, sus raídas ropas. El niño es niño a pesar de los años y será pobre aunque pida limosna en el mismísimo Louvre. Así lo pintó Bartolomé Esteban Murillo. En un rincón mugriento, junto a un cántaro y un capazo. Por nombre, El joven mendigo. Su destino, eliminar el insecto que pica su torso día tras día.

Los críticos del siglo XVIII llamaban al cuadro El piojoso. Varios operarios lo desembalaron ayer del arcón en el que ha sido transportado hasta la capital vizcaína. "Es uno de los iconos de la obra de Murillo", resume Javier Viar, di rector del Museo Bellas Artes de Bilbao, donde se expondrá desde el lunes hasta el 17 de enero de 2010 gracias a un préstamo especial del museo parisino.

Lo acompañarán La vieja hilandera, que llegará desde Reino Unido, La anciana con gallina, procedente de Munich y otras 40 obras pintadas entre 1645 y 1648, los primeros años de creación del artista sevillano, en los que retrató a pobres y desamparados.

De las 42 obras que compondrán la exposición, titulada El joven Murillo y patrocinada por la BBK, 25 proceden de colecciones extranjeras y 16 se verán por primera vez en el Estado. El joven mendigo es el primer lienzo de tema profano pintado por el autor.

"Fueron los franciscanos quienes pidieron a Murillo que hiciera mención con sus obras a los desamparados y a la caridad, y es en ese contexto donde se sitúan sus pinturas", explica Benito Navarrete, comisario de la muestra. Para el experto, se trata de la primera vez que se pone en contexto la obra "dentro de la historia de las mentalidades, de la cultura, la sociedad y la literatura del momento".

Los visitantes de la exposición de Bilbao serán los primeros en contemplar El joven mendigo tras la última restauración realizada por los conservadores del Louvre, que han ayudado, según el comisario, a destacar "aún más la utilización sublime de la luz" propia en la pintura barroca española.

"arrepentimiento" Tras la supervisión del cuadro, los restauradores descubrieron que Murillo había pintado inicialmente un ánfora junto al niño y que, posteriormente, decidió cubrir dicha vasija para situarla más apartada del personaje. "Si se observa de cerca, puede verse ese primer intento del pintor y su posterior arrepentimiento", observa Navarrete señalando unas tenues líneas blancas.

La composición muestra un magnífico estudio de luz y sombra, "producto de la influencia de la pintura de Ribera y, a través de él, de Caravaggio", explica el experto. Pero, sobre todo, la presencia de Velázquez es más que manifiesta, tanto en la paleta empleada como en la forma de abordar la representación de personajes y objetos humildes.

"Desde el punto de vista formal, resulta muy interesante ese naturalismo inmediato en las ropas raídas y en los pies sucios del personaje, en esa sensación de soledad absoluta en un rincón mugriento, en los camarones situados en un primer término", prosigue.

Los objetos pintados al lado del mendigo representan su oficio de "mozo de esportilla", es decir, de aguador y repartidor. El aire solitario y un tanto desvalido del personaje evoca a los protagonistas de la literatura picaresca en las novelas El Lazarillo de Tormes y el Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán, del que Murillo conservaba un ejemplar en su biblioteca, puesto que los jóvenes "pícaros" ejercieron también el oficio de aguadores.

El motivo principal de la obra es el muchacho, tema que, con el tiempo, se convirtió en uno de los más característicos de la producción de Murillo. El joven mendigo, que se localiza en el siglo XVIII en una colección particular francesa, pasó a manos de un marchante y de Luis XVI en 1782, que lo compró en 1782 para que formara parte de las colecciones reales francesas. Pero su interés fue más allá. "En el siglo XVIII ya se mandan algunas copias a Estocolmo. La conciencia social plasmada en los cuadros profanos de Murillo hizo que los lienzos fueran copiados y demandados desde otros países europeos", explica Navarrete. Y hoy la pintura viaja porque todos quieren contemplar al niño solitario. El de las ropas raídas y los pies descalzos. El que sigue todavía tratando de quitarse un molesto piojo inmortal.