Madrid. A Concha Velasco no le han faltado reconocimientos a lo largo de su extensa carrera, pero tenía una espinita clavada desde 1996, cuando se quedó compuesta y sin el Goya al que estaba nominada por Más allá del jardín. Ahora, la Academia de Cine Español le rendirá homenaje en esta edición de los galardones entregándole el Goya de Honor a toda su trayectoria. El de la Velasco es un Goya "de honor y cariño", matizó ayer el presidente de la Academia, Enrique González Macho, en un encuentro con los medios. "Concha se merece el Goya más que nadie, como profesional y como persona, porque es de lo mejorcito, lo mejor", dijo emocionado el veterano productor, cuyos comienzos en el cine también están ligados a la actriz.
Conchita tenía 15 años cuando debutó en la gran pantalla con La reina mora. Con cuatro más llegó su consagración, de la mano de su querido compañero Tony Leblanc, en Las chicas de la Cruz Roja. Fue la chica yeyé de Historias de la televisión y se ha puesto ante la cámara de Pedro Olea (Pim, pam, pum... fuego), Mario Camús (La colmena) o Luis García Berlanga (París-Tombuctú), entre muchos otros.
Según confesó, duerme pensando en qué sitio va a colocar el Goya, pero su discurso el próximo 17 de febrero será breve. "Con que me dejen salir al escenario para ponerme un traje largo de Armani voy que chuto", declaró con su entrañable desparpajo. "He ido a las rebajas y ya me he comprado dos", precisó.
Su enorme capacidad para reírse de todo, empezando por ella misma, quedó patente en su último espectáculo teatral, Yo lo que quiero es bailar, estrenado el pasado otoño en Madrid. En él hace un repaso de su vida, y no podía faltar la anécdota del Goya. "Yo creía que me lo daban por Más allá del jardín, y esto es primicia: me encontré a mi amiga Pilar Bardem, le conté lo nerviosa que estaba y por la cara que puso dije, ¡ya está, no me lo dan! Y esa noche lloré".
Cuenta sin tapujos que nunca la importó aparecer desnuda en escena. "Sólo me he negado a hacer Amantes, y fue porque mi hijo Paquito me dijo: Me mato". Tampoco ha tenido problemas en perseguir a los directores que admira, como sucedió con Berlanga -y lo consiguió- y como le gustaría que ocurriera con Alejandro Amenábar. "Le dije que me hubiera gustado trabajar de vieja de esas que tiran piedras en Ágora -cuenta-, pero el otro día lo vi en su cara: no voy a trabajar con él nunca".
Según dice, para recibir el Goya de Honor "es condición sine qua non tener entre 70 y 80 años y haber hecho más de ochenta películas". Ella tiene en su haber 73, y un currículum "que aburriría", comenta. "¡Pero me lo merezco, eh!", exclama.
Gracias a este "arte menor, pero arte" ha sido feliz y su familia ha vivido dignamente, se lo ha pasado en grande y la ha besado "lo mejorcito de este país". "¡La envidia que me tenían las fans de Manolo Escobar!", recuerda. "En el cine no se me ha resistido nadie. Luego, en la vida privada... Siempre he sido la malquerida", reconoce. Pero en la pantalla no hubo nadie como Fernando Fernán Gómez, "¡cómo besaba!", rememora. Aunque el beso que más recuerda es el que le dio a Sacristán en La colmena. "Junto a Lo que el viento se llevó y El hombre tranquilo, son los tres besos que más me han impactado de la historia del cine. ¡Y uno es mío!", se congratula.