Ahí se dan de bruces dos nombres célebres en la historia de Bilbao, los de un gallego y un gaditano. Una curiosidad como cualquier otra. No en vano, Emilio de Campuzano y Abad de Caula nació en Santiago de Compostela a mediados del siglo XIX (en 1850 dicen los libros de Historia...) y Rafael Rodríguez de Arias y Fernández de Villavicencio, contralmirante y ministro de Marina, hizo lo propio en San Fernando (Cádiz) en torno a 1820. ¿Será posible que en pleno siglo XXI sus apellidos se crucen todavía en una Bilbao de vanguardia...? Parece ser que sí. Escuchemos el porqué de su presencia antes de relatarles qué tipo de vida se profesa en ese rincón enclavado en el centro de Bilbao, dicho sea con permiso del conocido como chalé Estraunza, un edificio de tres plantas rodeado de un jardín y situado en la Gran Vía, que fue utilizado durante la Guerra Civil como sede por el Gobierno Provisional del País Vasco. El inmueble era propiedad de la familia Escauriaza. Era un edificio de tres alturas con una amplia terraza en el primer piso y tejado a cuatro aguas. Residían en el mismo el matrimonio de Juan Ybarra y Calixta Bilbao, miembros de la alta burguesía bilbaina. Hoy Estraunza es la desembocadura de ese encuentro, un espacio también singular.
La plaza Campuzano se construyó en 1930 en honor de Emilio Campuzano, ingeniero y profesor que dotó a Bilbao de las primeras conexiones telefónicas. En 2006 fue reformada. El nuevo diseño mantiene la emblemática fuente central, diseñada por el arquitecto municipal Germán Aguirre, pero se amplían las aceras, los pasos de peatones, las zonas ajardinadas, incluyendo además bancos. La plaza, que no ha perdido su aspecto romántico, ha ganado, sobre todo, espacio para el ocio y el disfrute de los peatones.
Fue un profesor de geometría, estereometría y dibujo y director de la Escuela de Artes y Oficios de Bilbao. Dirigió también la primera instalación telefónica en Bilbao y fue profesor en la Escuela de Capatazes de Minas de la ciudad, que agradeciendo su trabajo, dio su nombre a una plaza pública en el centro de la ciudad (Plaza Campuzano), además de un instituto de enseñanza secundaria en el barrio de Atxuri, en Bilbao, que también lleva su nombre.
Rafael Rodríguez Arias nació en San Fernando (Cádiz), el 11 de mayo de 1823. Con 13 años se metió a guardamarina y prestó servicio en muy variados navíos. En 1885, llevando los destinos de España la Reina Regente, constituyó gabinete Sagasta y formó parte del mismo como ministro de Marina. Durante su mandato formuló la reconstrucción de la flota, cuyo fruto recibieron los astilleros vizcainos en el encargo de construir tres cruceros acorazados. Se preocupó de la protección de los astilleros, firmando y redactando decretos, que fueron la base de la prosperidad de la industria vizcaina y haciéndose muy popular su nombre en la villa.
Llega el paseante a la plaza Campuzano por Rodríguez Arias y se encuentra, unos metros antes de desembarcar, con el bar Marakay, con casi medio siglo de vida. A la vuelta de la esquina, en la propia plaza, se encuentra el Marakay Campuzano. En los dos locales se veneran las pulgas de jamón ibérico y el café, uno de los más apreciados de la ciudad. Junto al Marakay Campuzano hay un espacio que ha sido célebre en todo Bilbao. Acogió el cine Astoria, la pantalla más grande que conoció Bilbao y cuando llegó el declive de las salas tomó las riendas del local Forum Sport. Hoy asienta allí sus reales el Luckia Casino Bilbao que se posó primero en los bajos de la Sociedad Bilbaina (1996-2011), más tarde en Alameda Urquijo, allá donde se asentaba el fabuloso Coliseo Albia (2011-2023) y ahora donde les cuento.
Bar Estoril
Justo frente a ellos, propiciando a la plaza una suerte de patio de recreo a la bilbaina, se ubica un bar singular: el Estoril. Abrió sus puertas en noviembre de 1956. Desde el primer día ofreció un servicio distinguido envuelto en una decoración de tintes marineros. Pronto se ganaría el favor de Indautxu a la hora del aperitivo. Los vermús preparados se piden a destajo (los Negronis y las manzanillas de Sanlucar tampoco son mancas...) y para llenar el buche resultan esenciales las tortillas de chorizo y de jamón, los fritos de la casa, bien sea la croqueta de jamón, vetusta pero sabrosa gamba Orly, los medallones de merluza y el bacalao al pil pil y el majestuoso medallón de foie con compota de manzana.
Ya puesto allí, y con el morro caliente, quienes frecuentan la zona se sumergen en Estraunza, un espacio laberíntico que está poblado de locales. Allí hicieron nombre de gigante el Azulito y la cafetería Atalanta, hoy conocida como Adur, nombre con el que funciona desde el 2 de diciembre de 2014, conducido por Luis, Fermín y Tasio, tres de casa de toda la vida. La escoltan, bien cerca, la cafetería Florida abierta en 1981 por Antonio Cuesta, procedente del mítico restaurante California. Hoy en día continúa en manos de su hijo, el restaurador Iñigo Cuesta. Y unos metros más allá, La Charcu, un templo ibérico, se ha convertido en un local de moda, en un espacio para el tardeo y el disfrute.
No olvide el visitante sentarse en la mesa del Gure Kabi. Allí Adolfo, Beñoa y Maitane veneran la cocina vasca tradicional, con un pil pil de modernidad. En 2014 tomaron las riendas del Gure Kabi, en el local que ocupara el afamado Goizeko Kabi, y donde ofrecen más de cien menús diarios. La calidad de la materia prima no se discute. La minuta, tampoco.