Estuvo más cerca del espíritu del genovés Niccolo Paganini, a quien le llamaron el violinista del diablo pese a sus virtuosidades y destrezas, que de Ara Malikian, otro violinista de rabiosa actualidad y un instrumento casi de alta tensión. Lo digo porque Italia, Roma casi siempre, estuvo presente en buena parte de su vida, pese a que fuese hijo natal de Sestao, donde nació en 1933. Con todo, Félix Ayo fue un hombre con prodigiosas capacidades para la música durante más de 60 años: un niño prodigio en sus comienzos y uno de los más grandes intérpretes del siglo XX, un pianista capaz de adueñarse de la armonía con su instrumento.

Pero si Roma fue la ciudad de su vida, hubo una obra que le persiguió durante décadas. Grabó tres veces Las cuatro estaciones, de Vivaldi. Uno de esos discos, con Ayo como violín solista del grupo I Musici, es un ejemplo de éxito de ventas de la música clásica, ya que se han vendido más de 10 millones de copias. El violinista, considerado entre los primeros del mundo en música barroca, tocó miles de veces la obra. “Ya cansa”, llegó a comentar sobre esa pieza a la que tanto amaba.

El suyo fue un melódico espíritu que sobrevoló los grandes auditorios del mundo. Falleció hace apenas unos meses, en septiempre del pasado año, a la edad de 90 años y con una carrera fantástica. Recuerdan los datos biográficos que estudió violín en el Conservatorio de Bilbao, donde se graduó a los 14 años y donde obtuvo el primer premio extraordinario Fin de Carrera en violín y música de cámara. Luego perfeccionaría su formación en París, Siena y Roma. Con tan solo 18 años, participó en 1952 en la fundación de la orquesta de cámara I Musici, que alcanzó pronto fama internacional por sus interpretaciones de la música barroca italiana y de Vivaldi en particular. Como primer violín de I Musici, cargo que desempeñó hasta 1967, Ayo fue protagonista de dos celebradas grabaciones de Las Cuatro estaciones (1955 y 1959), que recibieron el Prix National du Disque, además de participar en numerosos registros recogidos mayoritariamente en los sellos Philips, Columbia, EMI y Dynamic. Cansado, cómo no.

La carrera de Félix Ayo fue tanto meteórica como maratoniana. No en vano, a sus 10 años llegó un circo a Bilbao. Necesitaban un violinista y fueron a buscarle. “Dejé una nota a mis padres, me llevaron hasta allí y después me acompañaron a Sestao”, recordó el propio Félix en alguna ocasión como una anécdota. Quien sí le influyó más fue su tío Ernesto, a quien oyó tocar cuando Félix apenas tenía tres años.

No se limitó a su actividad con I Musici. En 1970 formó el Quartetto Beethoven di Roma, considerado uno de los mejores cuartetos de cuerda y cuartetos de piano existentes. Con innumerables giras por Europa, Rusia, Estados Unidos, Canadá, Sudamérica, Australia, Nueva Zelanda, Japón, etc., y una presencia continua en festivales internacionales, es uno de los mejores conjuntos de cámara del mundo. A partir de 1972, fue profesor de violín en la Academia Nacional de Santa Cecilia de Roma y ofreció clases magistrales en todo el mundo. También se dedicó a la dirección orquestal. Era imparable, ya lo ven.

En 1981, formó dúo con otra pianista de Sestao, Emma Jiménez, pareja de viaje de Joaquín Achúcarro, otro de los monstruos de la música clásica en estas tierras del norte. Juntos compartieron giras y actuaciones durante 25 años. Violín y piano dieron la vuelta al mundo, podría decirse. Achúcarro compartió habitación con Ayo en Siena en 1949 y recuerda que estudiaba 8 horas diarias. Esa fue su vida, una enseñanza y un aprendizaje continuos. Y un violín vibrándole junto al pecho.