No se sabía bien porqué hasta que le preguntaron a Bertolt Brecht las razones sobre ese título, Bilbao Song, para una de las canciones de Happy End, dado que el dramaturgo, pese a ser hombre viajero, jamás había visitado la ciudad. Confesó que vio el nombre en un mapa y le gustó el juego de sus letras. Lo leyó y apreció su sonoridad así que, ¡zas!, la ciudad ganó presencia en medio mundo. Suena bien, ¿verdad? Bilbao song. Invocar para el vanguardista Bilbao de hoy la vieja luna de La canción de Bilbao de Brecht –es el letrista de Kurt Weill, el dramaturgo de la utopía social...– es una extraña utopía pero no conviene que la canción caiga en el olvido, habida cuenta que ha sido entonada por privilegiadas voces de medio mundo lo que pregonaba un nombre de ciudad con personalidad hace ya más de noventa años, habida cuenta que Bilbao song fue compuesta en la segunda década del siglo XX. Dejemos clara la ficha de la partida de nacimiento: la canción aparece en el primer acto de la comedia musical Happy End, escrita por Kurt Weill, con música de Elisabeth Hauptman y canciones, como les dije, del propio Bertolt Brecht el 2 de septiembre de 1929. Fue estrenada en Berlín y del original en alemán se hizo más tarde una versión en inglés, estrenada en Broadway en 1977. Como verán, a lo largo de este recorrido, no será la única mirada a una canción que ha crecido con el paso de los años. No en vano, la obra solo estuvo tres días en cartel tras su estreno. Hay que decir, eso sí, que Radio Berlín uso Bilbao Song como una de sus melodías de cabecera durante un buen tiempo.
Aquella estrofa repetitiva del comienzo de la canción, esa que decía “El baile en Bill, en Bilbao, Bilbao, Bilbao, era el más bonito de todo el continente”, –digamos que eso dice la traducción literal del original...– fue coreada una y otra vez. Primero en Alemania, luego en el Reino Unido cuando Happy End se estrenó allí, y a continuación en medio mundo. Muchos años antes de que el Guggenheim pusiese a la ciudad en el mapa, esta ya sonaba con un tono internacional. Y ha tenido otras llamadas, no siempre igual de felices. Por ejemplo, Ernest Hemingway escribió aquello de “Bilbao es una ciudad minera, rica y fea (...) Si queréis ver hasta dónde una multitud puede ser brutal y hasta qué punto pueden ser los toreros aterrorizados, id a Bilbao”. ¡Valiente notario!. Casi mejor quedarse con otros heraldos. No en vano, antes Shakespeare escribió sobre el “hierro de Bilbao” y la ciudad también se menciona en la ópera Falstaff de Giuseppe Verdi.
Como les dije, la canción se enclava en un musical al uso, con aquel tono de cabaret tan propio de la época de entreguerras, y en ella se habla de la “vieja luna de Bilbao”, imagen que ha quedado en la retina y en el alma de quienes han escuchado la canción y de tiempos que no volverán. Puede escucharse, suele escucharse, bajo el influjo de la nostalgia. Que cada cual lo haga como le plazca aunque no vendría mal el rescate de la canción, sepultada entre tantas melodías.
A pesar del origen alemán de sus autores, la comedia musical está ambientada en el gangsteril Chicago de los años 20, y es la historia de cómo Lilian Holidays, una teniente del Ejército de Salvación, intenta convertir y llevarle del mal al bien al jefe mafioso Bill Cracker. La canción suena en el primer acto.
Lleva esta crónica una buen rato sumergiéndose en la canción sin ofrecerle, a quien la lea, la letra de la que se habla. Oigamos la traducción de las dos primeras estrofas:
“El baile en Bil en Bilbao, Bilbao, Bilbao/era el más bonito de todo el continente./ Ahí podías tener por un dólar ruido y placer, ruido y placer, ruido y placer/ y todo lo que el mundo puede ofrecer./Pero, si hubiera entrado,/ no creo que le hubiera gustado este tipo de cosa:/ Había aguardiente y risas en cuanto uno se/ sentaba./ (...) En la pista, crecía la yerba/ y la luna verde pasaba por el tejado./ Además había música... De veras te daban/cuanto querías./ Joe toca la música de aquel tiempo./ Vieja luna de Bilbao/ donde el amor todavía valía la pena./ Vieja luna de Bilbao/ acostumbrada a los puros de Brasil./ Vieja luna de Bilbao/lo he dicho a menudo./ Vieja luna de Bilbao/ nunca me ha soltado.../ No creo que le hubiera gustado este tipo de cosa/ sin embargo/ ¡era el más bonito/ era el más bonito/ era el más bonito/ del m undo!”.
No se detiene aquí la mirada. Las palabras de Brecht han cruzado mil fronteras. Hacia 1960 Johnny Mercer hizo una nueva versión en inglés de la letra con la música del estribillo que se hizo muy popular en los Estados Unidos y hoy es un estándar de jazz que han grabado Andy Williams, Dee Dee Bridgewater y muchos otros. En versión instrumental ha sido interpretada por las orquestas de Gil Evans, André Previn y Percy Faith. Otras versiones son la de Yves Montand, algo descafeinada, la excelente versión de Lotte Lenya, esposa que fue de Kurt Weill, Ute Lemper, Anne Sofie von Otter, Asier Etxeandia, Marianne Faithfull o Blondie. Más cercana es la expresada por El Consorcio y el cineasta Woody Allen utilizó la melodía en una escena película An other Woman en 1988. Natxo de Felipe, con Oskorri, es el traductor de la única versión al euskera de la canción que el director Pedro Olea incluyó en un corto y hay otra versión en forma de poema de José Agustín Goytisolo que dedicó a la ciudad “de niñeras increíbles”, espolvoreado con la poesía social de los 50. Bilbao hoy casi no recuerda su canción.