EN las civilizadas tierras de una ciudad cosmopolita como Bilbao la naturaleza y la vieja vida también se abren paso y encuentran un espacio sobre el que posarse. La carretera serpentea y se retuerce: recuerda a un camino de esforzados mientras se despega del Bilbao de asfalto y trepa, ladera arriba, hacia la cumbre del monte Arraiz. A su alrededor florece una tierra de minas y canteras que ahora cruza la cicatriz de la supersur, una colosal obra de ingeniería. Se diría que es un lugar agreste que, a medida que asciende, gana en vegetación y en vistas. Tanto, que cuando se perfila sobre el horizonte la silueta de la ciudad, con su majestad la torre Iberdrola como mascarón de proa y el majestuoso monte Oiz al frente, el visitante se asombra.

Merece la pena regodearse en la contemplación. Son siete hectáreas de tierra caliza y magra; setenta mil metros cuadrados en ascensión a la cumbre donde vides y sarmientos se retuercen como la carretera que acerca al visitante. Es el reino de la Ondarrabi Zuri en Bilbao, enclavado en tierras que miran al sur en busca del sol y al refugio de los vientos. Un rincón secreto, la cuna del único txakoli de Bilbao que cuenta con la D. O. reconocida por el Consejo Regulador de Bizkaiko Txakolina.

Es la cuna del Txakoli Munetaberri. La suya es la historia de la recuperación del origen de una familia y sus recuerdos, un homenaje a los abuelos. El Caserio Muneta, en las faldas del monte Arraiz, es la casa original de los antepasados de los actuales propietarios.

Su recuperación, rehabilitación y transformación en bodega de txakoli data de los primeros años de este siglo. Digamos que es una explotación muy cercana a la ciudad de Bilbao, que la convierte en uno de los pocos viñedos urbanos existentes en el mundo. Y es que Munetaberri se encuentra apenas a 20 minutos del Museo Guggenheim. Dos universos bien distintos, ¿verdad?

A pocos metros de la cumbre, cuando el oxígeno escasea para los aventurados ciclistas que desafían la ley de la gravedad, surge el caserío Muneta-Goiko. Las piedras que hoy relucen tras su restauración dieron abrigo a una vida intensa. Gastan antigüedad de dos siglos aunque fue después, mucho después, cuando Pedro Antonio, Montaña, vecino de Bilbao, trabajador en el astillero Euskalduna, ganadero y baserritarra, se hizo con ellas, permutándolas hace un siglo por una finca de su propiedad en Larraskitu.

Quienes fueron testigos de aquellos días y aquella operación recuerdan que era una finca con cuadra para ganado en la que descansaban los todopoderosos toros de lidia que llegaban tras la trashumancia por el monte, para después bajar a las plazas de toros de Bilbao. Pasado un tiempo, junto a la cuadra, Montaña construyó el caserío Muneta-Goiko, dedicado a la actividad ganadera, además de a la elaboración de queso y leche. Ya entonces se hacía “algo parecido” al txakoli de hoy. Años después, sus hijos retomaron el negocio familiar, dejando atrás el caserío. A la muerte de uno de los vástagos, su viuda, junto a los dos hijos, continúan con el negocio y alquilan Muneta-Goiko hasta que, en 2000, deciden reformar el caserío y emprender la feliz aventura de Munetaberri. Toda una aventura.

La visita obliga a lanzar una mirada al suelo. Las faldas del monte Arraiz, con su 361 metros de altura sobre el nivel del mar, acogen las diferentes parcelas de viñedo. Situado al sur de Bilbao, su composición caliza y férrica proporcionan a este vino características propias de un suelo generoso que permite extraer el máximo potencial enológico de las diferentes variedades plantadas. Recuerda a una savia fecunda que da la vida.

Levantemos ahora la vista al cielo. Es un asunto de isobaras, pura climatología. Los viñedos crecen en un clima de carácter marcadamente atlántico. Es húmedo y templado, con baja luminosidad e insolación debido a las nubes y la condensación. En las notas de la bodega está registrado que la pluviometría oscilante los 1.000 y 1.300 mm con lluvias más abundantes en invierno, primavera y parte del otoño.

En esta estación, a su inicio, las primeras borrascas atlánticas se acercan a estas tierras, generando un régimen de vientos del suroeste, húmedos y templados. En la vertiente atlántica norte, donde se ubican los viñedos, estos vientos generan un clima seco y cálido por el efecto Föehn, generando una condiciones óptimas para la maduración de las uvas previas a la vendimia. En los meses de verano, las temperaturas acostumbran a ser templadas gracias a efecto termorregulador del mar Cantábrico. Este año el calor ha apretado de lo lindo, más de lo que acostumbra.

Desde el inicio del proyecto la bodega renaciente aportó por la Hondarribi Zuri, una uva muy bien adaptada al clima y al suelo, con personalidad propia y gran potencial enológico. En los últimos años, y dentro de las normas del Consejo Regulador, en la bodega han plantado otras variedades con el objetivo de ofrecer una gama de vinos más amplia: Hondarribi Zuri Zerratia, Hondarribi Beltza y Riesling.

La bodega se sujeta, además, con un firme compromiso con el medio ambiente. Ejemplo de ello es que Munetaberri Txakolina participa en el programa del Ayuntamiento de la capital bizkaina Hacia una estrategia baja en Carbono en Bilbao y de ahí nace el sello que lucen todas sus botellas. Trabajan duro en una gestión social y ambientalmente responsable. Un sueño.