EL día en que moriría, Astorqui desayunó tarde”. Con esta frase da inicio la novela La infamia, última obra de Arcadio Vargas que culmina su peculiar trilogía de novela negra taurina. Astorqui no es un cualquiera ni un personaje de ficción, aunque su biografía invite a pensar algo así, pues tan disparatada vida tuvo algo, qué sé yo, de realismo mágico. Juan Astorqui nunca robó una gallina, lo cual dice mucho a su favor, habida cuenta que pasó media vida entre tascas y ventas, en caminos y cunetas, compartiendo luna llena, pan y cebolla con Caracolillo, El sepulturero, El Feo, El Cachabas, El Virutas o El Calcetas... y otra media sirviendo de mozo de espadas a las figuras. Se le vio durante años en el patio de cuadrillas de Vista Alegre. Fue maletilla, matador de novillos, banderillero y mozo de espadas. Fue un hombre que vivió de cerca el mundo de los toros, sin olvidarse jamás de Castor Jaureguibeitia, Cocherito de Bilbao, a quien no vio torear jamás pero de cuya memoria se hizo fiel guardián.

Juan Astorqui Cánovas nació el 4 de septiembre de 1940 en San Miguel de Basauri y comenzó a tomar renombre el día en que cometió la insensatez de arrojarse, con su corto talle, de espontáneo contra la arena de Vista Alegre, sin que Julio Aparicio, Antonio Ordóñez ni Manolo Vázquez pudieran hacer nada por impedirlo. Fue una inexcusable prueba de valor que le costó un día de chirona y cuarenta duros de multa que fueron satisfechos a la autoridá correspondiente por un grupo de Incondicionales. Flaco favor le hicieron sacándole de las tinieblas, porque aquella ventolera se convirtió en reincidencia alevosa. Astorqui repitió faena en Vitoria, Córdoba, Valencia, Logroño, San Sebastián, Granada y Medina del Campo. Lamentablemente en Valencia no se encontraba quien le echase una mano. Oliéndose lo peor, se postró cual Ecce Homo, rodilla en tierra, ante la Fallera Mayor, gesto que fue muy aplaudido por el respetable pero que no impidió, sin embargo, que diera durante ocho días con sus huesos en la cárcel.

No se le apagaba el sueño. Con tal fin pasó sesenta y dos días, con sus correspondientes amaneceres, frente a la puerta de la plaza de toros de Granada. Su obstinación fue premiada con una oportunidad. Era el 25 de agosto de 1963, y había reses de diversa procedencia, siendo su labor aplaudida. El buen cartel conseguido le permitió volver a torear, el 12 de agosto de 1965, un festival taurino en el mismo coso (Curro Montenegro, El Taranto y Paquito Cagancho). Y, según él mismo contaba, cosechó varios ruidosos triunfos en esta plaza.

Mató varios festejos de noveles en el coso de Bilbao. En uno de ellos, debutó vestido de luces el curso de 1957, frente a novillos de Julio Jiménez. A éste siguieron otras actuaciones en las plazas de Somorrostro, Basauri, Espinosa de los Monteros y Orduña. Su última aparición tuvo lugar en las fiestas de Balmaseda, el mes de julio de 1968. Conocedor intuitivo en las técnicas del marketing, conseguía que sus actuaciones tuvieran un éxito multiplicado gracias a las emisoras de radio y a la prensa escrita, medios a través de los que exponía sus actuaciones, a veces imaginarias.

Cuando se desengañó y dejó de emular a su ídolo, Manuel Benítez El Cordobés, se pasó a las filas de los banderilleros durante un corto periodo de tiempo, y a la de los mozos de espadas, después. Retirado de los toros, siguió actuando en diversos festejos . En la tradicional Becerrada de los Chóferes, el 10 de Julio de 1979, fue herido de extrema gravedad, estando próximo a la muerte.

Con posterioridad, ejerció de ayuda de mozo de espadas de algunos matadores de toros. Después de regentar un kiosco de prensa durante varios años en el barrio de San Ignacio, se empleó en la plaza de Vista Alegre. Falleció en 2016. l