Vingegaard desata la tormenta

Nada frena al danés, otra vez de amarillo en O Gran Camiño, la carrera que coleccionó el pasado curso por aplastamiento y que abraza en su debut competitivo con la fuerza con la que los niños aprietan los peluches que más aman. Asfixió al resto. Es su estilo.

Vingegaard firmó otra exhibición, rubricada con el clásico beso al anillo, su coreografía victoriosa, en Chantada tras dominar la subida al alto de San Pedro de Licora, donde se agitó y salió disparado a otro triunfo.

Vingegaard se sacudió el agua y cayó como una cascada sobre sus rivales, ahogados por el danés, inclemente. Egan Bernal, magnífico el colombiano, en su mejor versión tras el accidente que casi le costó la vida, y Jefferson Cepeda, soportaron el voltaje del danés hasta que este les electrocutó y alcanzó Chantada en solitario, sin nadie que asomara por el retrovisor. Salvo accidente, Vingegaard, varios peldaños por encima del resto, dejó la carrera sentenciada. Suyo es el camino. Todos los caminos de Galicia.

Entre carreteras secundarias, paisajes de verdor extremo y la tempestad de una borrasca que todo lo barre como en las pinturas de William Turner, que se ataba a los mástiles para sentir la fuerza de las tormentas y percibir mejor su furia, resoplaba la carrera en su segundo día de competición. El primero con tabla de tiempos.

Los Azparren, en la fuga

En la fuga numerosa, en medio de la lluvia, de la tiritona, surgió el eléctrico Xabier Mikel Azparren, al que le entusiasma la aventura. La suya, la vital, le ha llevado desde el Euskaltel-Euskadi al Q36.5, una estructura heredera del Qhubeka, para crecer.

El donostiarra compartió paisaje con su hermano pequeño Enekoitz, que pinta su maillot de naranja, hasta que a los pies del alto de San Pedro de Licora, Xabier Mikel emprendió el camino en solitario.

Alex Molenaar visitó después al mayor de los Azparren en un friso exuberante, de una enorme belleza cromática en vías de rock reposado y bosques entre casas desperdigadas, pintadas lejos del ruido, en un mar verde que invitaba al refugio, al fuego bajo y a una charla con un café humeante lanzado fumarolas de bienestar.

Olía a clásica y Vingegaard, el campeón que vino del frío pero al que le entusiasma la canícula del julio francés (sus dos coronas en el Tour fijan su estatus), ordenó marcha cuartelera en el Visma, su ejército.

El danés, que se tachó ante el viento en la inauguración de la carrera, se iluminó como un neón amarillo en la lluvia en un día empapado.

Ataque y remate de Vingegaard

En el repaso del alto, entre terrazas vertebradas por ordenados viñedos, se descorchó Vingegaard, de amarillo. Su pantone. Amarillo al cuadrado. El danés se tragó a Xabier Mikel y a Molenaar. Su ataque, duro, no tuvo la rabia de julio, pero dejó miseria a su espalda.

Aún queda lejos Florencia, desde donde partirá el Tour. En febrero, Bernal y Cepeda resistieron, corajudos, la primera descarga de entusiasmo de Vingegaard. El danés, sólido, cargó de nuevo. Les llevó al límite. Ritmo infernal. Dinamita.

Les congeló cuando apretó más. Fogoso. Bernal y Cepeda se arrugaron, encogidos. Se reflejaba la ambición de Vingegaard en el asfalto, un espejo que le respondía que era el mejor.

En Chantada, Vingegaard, solo, de la manera que le gusta ganar y sonriente, con la alforja repleta de ventaja, 25 segundos a Bernal y Cepeda, y a más de 40 al resto de favoritos, se besó el anillo. Es el símbolo del triunfo. El camino a la gloria del danés en Galicia. Vingegaard desata la tormenta.