bilbao - En Asiago, tras el puñetazo al aire de Pinot, -gritón vencedor el francés de la esgrima entre los primeros espadas: Quintana, Nibali, Zakarin y Pozzovivo-, los cuellos se giraron irremediablemente. Fue un acto reflejo. Como si los hilos del destino los desenroscara. Nadie miraba adelante porque para ver el futuro del Giro había que mirar atrás. Bola de cristal. Allí, a quince segundos, irrumpió la figura imponente de Dumoulin. Herido, pero no muerto. Sobrevivió el holandés, al que todos temían. El dueño del reloj dejó en suspense el Giro, que capitula hoy en el mecanismo de un reloj. Dumoulin concedió quince segundos, una pérdida menor después del asalto final en el cortante y retorcido filo de Foza, un sacacorchos. En la última montaña rosa se cruzaron las navajas, pero apenas hubo rojo sangre. A Dumoulin le bastó con una tirita. Alivio. El holandés acumula 53 segundos de retraso respecto a Quintana, que partirá de rosa desde la rampa en la que girará la ruleta del Giro. Sin embargo, los precedentes dicen que Dumoulin es el principal favorito para sonrosarse en Milán. Entre el líder y Dumoulin se intercalan Nibali y Pinot, todos ellos a la espera del desenlace de la crono.
La carrera se ha apretado en un puñado de segundos a falta de la crono de 29 kilómetros que, entre Monza y Milán, bendecirá al campeón del Giro del centenario. Capitulado el manojo de montañas, -un hipnótico desplegable en tres dimensiones en una semana demoledora para el organismo-, el Giro se planchará en una disputa entre bólidos y soledad. En ese escenario sobresale el poderoso caballaje del motor de Tom Dumoulin, que pulverizó a sus rivales en la primera contrarreloj del Giro. En los exigentes 40 kilómetros de la región de Sagrantino, Dumoulin, excepcional rodador, aventajó en 2:07 a Nibali, en 2: 42 a Pinot y en 2:53 a Quintana. Sucede que en el juicio final sobre el parpadeo de las manecillas los cuerpos se presentarán limados, secos. El alto relieve de las cumbres y la fatiga acumulada en el tuétano de tres semanas despiadadas marcarán la hora que ha atado la carrera en menos de un minuto. Al Giro solo le queda la cuerda del reloj.
Al desenlace estrujado, de ciclistas que son hilos, apenas espectros de sí mismos, se llegó a través de una etapa con aspecto de ultimátum para los jerarcas de la carrera. Quintana, Nibali, Pinot, Zakarin y Pozzovivo soñaban con aislar a Dumoulin, al que el día anterior le colgaron las piernas, de trapo. No había conexión entre sus órdenes y las extremidades. Cortocircuito. “Malas piernas”, definió entonces. El holandés errante en Piancavallo recuperó su mejor versión en Foza y minimizó las pérdidas en Asiago. Socorrido por Jungels y Mollema, flotó cuando quisieron hundirle. “Tengo que agradecer el trabajo impagable que me han hecho Mollema y Jungels”, destacó en meta Dumoulin tras un día en el que volaron las puñaladas y los intereses. Todos querían algo pero los discursos tenían mucho de medias verdades. Probablemente, solo Dumoulin atendía a un mantra, a un axioma: resiste y vencerás. Entre el resto se acumulaban ideas más difusas, ciertos recelos y la comunicación con la mímica de los codos, los que piden ayuda en forma de relevos.
Quintana, Nibali y Pinot, apiñados en las herraduras de Foza, un puerto que si no fuera por los ingenieros acabaría en espiral, querían desnudar al holandés, pero al mismo tiempo se miraban de reojo cuando caminaron juntos. Bizqueaba la desconfianza y se acumulaban las peticiones de relevos entre unos y otros. Un tiovivo incomprensible y con cierto aire surrealista. Dumoulin, un racimo de segundos por detrás, se sostuvo. No se alteró. En el balancín le animaron Jungels, Yates y Mollema, pendientes de su cuenta de resultados en el parqué bursátil. Firmaron un pacto. El entendimiento sirvió a la estirpe de los rodadores para sostener la mirada ante el batallón de escaladores que comandaban Zakarin y Pozzovivo, estimulados por la etapa.
todos contra dumoulin Quintana y Nibali se aliaron en Foza, donde el Movistar aceleró la marcha hasta que Nibali se desató. Comenzó el baile y la cuenta para Dumoulin, que en el inicio pudo contar con el empuje de Reichenbach, gregario de Pinot. Otra vez incandescente, el francés alimentó la caldera. Tachó al holandés y creció. Se unió a Nibali y Quintana. Más madera. Subían a fogonazos mientras Dumoulin sostuvo el tono tenue, que no apagado. Se congelaron las diferencias alrededor de los 20 segundos porque a nadie le sobra un gramo de fuerza. En la chepa de Foza, Zakarin y Pozzovivo percibieron el aliento en la nuca de Quintana, Nibali y Pinot. Se agruparon en el descenso. Un quinteto que bajó y gesticuló, donde nadie se entregaba del todo por eso de no conceder una sola sílaba de ánimo al prójimo. Los relevos en ocasiones eran perezosos y en otros intensos. Juego de nervios. Dumoulin, Jungels, Mollema, Yates y Reichenbach, un alfil de Pinot, se deslizaron por el tobogán sin arabescos pero mejor encolados. Dumoulin sabía que en aquella bajada tintineaba su Giro. El holandés, otra vez en el bucle de la persecución. Pero no era lo mismo Jungels, un magnífico rodador, y Mollema, en la defensa de su jardín, enraizaron con fuerza alrededor del Dumoulin para empequeñecer la desventaja.
El pulso entre ambas balanzas se mantuvo en equilibrio hasta que se desató el sprint en Asiago, con las bonificaciones estimulando un Giro que tras miles de kilómetros se cuenta en segundos. Pinot, muy activo en el epílogo de la carrera, fue el más rápido en meta, por delante de Zakarin y Nibali. Nairo Quintana se quedó sin el premio extra. Entonces, todos miraron para atrás y contaron con los dedos, cruzándolos. A falta de fuerzas, tal vez el karma. Asomó Tom Dumoulin y les chafó el gesto. Habían pasado apenas quince segundos. A Quintana se le posó una mueca. “La intención era cogerle más tiempo a Tom (Dumoulin) y no ha sido el que esperábamos”. A Dumoulin, tras resoplar, le brotó una sonrisa. “Hay opciones de ganar, pero no será fácil”, disertó el holandés. El Giro se funde en el reloj. Tic-tac.