bilbao - Fue una locura. Maravillosa. En realidad, solo el reconocimiento separa a los genios de los locos. Van Gogh era el Loco del pelo rojo. En Montpellier, dos genios, Peter Sagan y Chris Froome, se aliaron subidos a una quimera, a un imposible, para reafirmar el orgullo y la pasión. Dos ciclistas excepcionales aunque manejen distintos perfiles. El viento les unió para celebrar con champán un jaque estupendo. Victoria para el eslovaco, más segundos para el británico. Brindis. Chinchín. Sagan se agarró a manual de estilo, presidido por la improvisación y arrastró a Froome, entusiasmado con la idea. Mientras otros se sientan en el diván, el campeón del mundo actúa. Cae en cascada. Un torrente de ciclismo crudo. Arrebatador. Froome, al que se supone metódico, ortodoxo y cartesiano se soltó de los grilletes del potenciómetro y se entregó a la rebelión. Otro día de pasión. Se las ingenió en el Peyresourde y repitió el goce entre el viento porque desea el Tour.
Sagan olfateó el viento, de nuevo juguetón y cortante, y se lanzó a la aventura. Se descosió unos metros junto a su colega Bodnar. Froome, que empieza a corretear como Sagan, no lo dudó. Otra sorpresa. El líder se exprimió hasta soldarse al tándem. Geraint Thomas, que viajaba en el sidecar con Froome también se alistó a la revuelta. La toma de la Bastilla, la víspera de la conmemoración del 14 de julio, día nacional de Francia. El arreón de valentía resultó conmovedor en un ciclismo que se contabiliza con las tablas de Excel, se habla por la radio y se escucha a través del pinganillo. Nairo Quintana quedó retratado, otra vez empequeñecido y desorientado frente al asalto de Froome, que le endosó otra docena de segundos en meta, al rebufo del indomable Peter Sagan, glorioso en Montpellier.
El británico ofreció otra lección de ciclismo sin pinganillo. A expensas del afeitado Mont Ventoux, recortado en seis kilómetros, Froome es el único entre los grandes que parece desear el Tour con la lujuria suficiente como para enfrentarse al viento y los peligros. El precioso botín de Montpellier no debe pesarse en la balanza de las manecillas, -fueron doce segundos los que endosó a Quintana, que acumula 35 segundos de retraso con el británico-, sino en la romana de la ambición. Allí la báscula registró una tonelada. La entrega de Froome en altar del Tour es máxima. Un amor incondicional. Corre para ganar y está dispuesto a variar su catecismo para conseguirlo. Se ha reconstruido el británico, de repente salvaje. No espera a nadie el líder, contagiado por el ímpetu de Sagan. Oposita a su tercer Tour Froome y para doctorarse sorprendió en el descenso del Peyresourde. Inconformista, leyó el viento que soplaba en el extrarradio de Montpellier y que le acercaba a París. Vio el brote de Sagan y se desabrochó. La corona merece tomar riesgos. Correr como si no hubiera mañana. El mañana es hoy para Froome, discípulo del aquí y ahora. Un converso. Su causa es el Tour.
otra pérdida “Cuando he visto salir a Sagan me he dicho que había que intentar el golpe. He rodado a tope y no era fácil. Espero no haber perdido demasiada energía para mañana (por hoy). Me lo preguntaba en los 10 últimos kilómetros, me cuestionaba si valía la pena este esfuerzo. Me daba cuenta de que estaba gastando fuerzas, pero tenía que intentar sacar unos segundos, sabiendo que Quintana estará muy fuerte en la última semana, expuso Froome. A Nairo, precavido, pensando en lo que vendrá, en los réditos de un depósito a plazo fijo, lo desmadejó el viento, como otros favoritos. Eolo se llevó al Movistar por delante como esos tornados que giran alocados y lo mismo arrancan techumbres que levantan vacas de los prados.
La respuesta de Eusebio Unzue, manager del Movistar, a la pérdida de Nairo fue culpar al recorrido. “Nunca apetece perder segundos, pero viendo este incomprensible recorrido, que nos metan por esos pueblos que vamos, con viento favorable, corriendo riesgos corredores y público. Puede ser bueno para el espectáculo, pero para quienes tenemos intereses en el pelotón es muy duro”, indicó. La justificación de Unzue acompasó el discurso de Quintana, feliz por salvar el día más “difícil”. “Me quedo con el lado positivo de que no tuvimos caídas. La organización no piensa en el ciclista, busca el espectáculo sin darse cuenta del recorrido por el que nos mandan, estamos arriesgando la vida”. Las palabras de Quintana también se las llevó el viento. Froome maniobró por los mismos recovecos y caminos sin coartadas. El Tour es lo que es.
de repente, sucedió El viento persiguió al pelotón, zarandeándolo durante kilómetros desde el tendal de salida. Apenas perdió filo el cuchillo al que más temen los ciclistas. Es navaja traicionera que sale para pinchar y hacer sangre mientras ulula Eolo. El miedo y el estrés tomaron el espinazo de los corredores, empapado el tuétano por los sudores fríos. Las pausas del viento eran pequeños pueblos, cañones estrechos en los que se disparaban los ciclistas, expulsados por el manotazo de viento favorable que generó más pavor y alguna que otra caída. Vichot y Howard se mantuvieron de pie durante largo tiempo, pero estuvieron a merced del viento, dos cometas al aire hasta que se ordenó el revuelo y el pelotón entró en estado catatónico, a modo de terapia antiestrés después de que se abriesen y se cerrasen los abanicos.
Se recostaba la etapa, que no el viento, cuando apareció el genio de la botella, Peter Sagan. “El ataque no estaba planeando. Es imposible planificar un ataque con corredores que llevan el maillot verde y el amarillo. Simplemente sucedió”. Froome respondió a la invitación. Pacto entre caballeros. Geraint Thomas y Bodnar, fieles escuderos, les acompañaron. “Cuando Froome y Geraint Thomas se unieron a nosotros pensé: ‘Somos demasiado fuertes. Nunca nos van a coger. Nos empleamos a fondo, muy duro, y sucedió lo que buscábamos. Es increíble”. Una docena de kilómetros contra el mundo. Qué demonios. Hagámoslo. Locos por el Tour.