Bilbao - Amaneció en Roa el espigado Dumoulin con una sonrisa y el batín rojo, el más preciado, prensado a su piel. El holandés, que en Burgos se adueñó del tiempo, partía con una misión: encolarse a Fabio Aru, el guerrillero eterno. Unidos por una cadena. El líder se convirtió en la sombra del sardo. El sol que apuntaba a Aru proyectaba la silueta de Dumoulin, que se había apropiado del italiano. En Aru, que diseñó un día con pintura de guerra en el rostro, parasitó Dumoulin, que no tenía más horizonte que Aru y los dichosos tres segundos, una distancia que no es nada, pero que lo es todo. Dicen que el alma pesa 21 gramos, que es el peso que se evapora del cuerpo cuando uno deja de ser. El peso de la Vuelta son tres chasquidos. Tic, tac, tic. Es tan escueta la ventaja de Dumoulin y tan grande el deseo de Aru de birlarle esa renta, -los ahorros de casi tres semanas-, que el holandés tuvo colonizó el organismo de Aru para proteger su tesoro. Pegado a Aru, el líder descontó otro día al almanaque de la Vuelta.

De camino a Madrid, Dumoulin estrenó un maillot de velcro. Con él se subió al tándem en el que pedaleó Aru. No le concedió el líder ni una pulgada al italiano. Marcaje al hombre. Dumoulin, al que no le sobra equipo, se metió en la piel de Aru. Le persiguió con ahínco. Compartieron cada puñado de asfalto de una etapa arisca, rugosa, repleta de aristas y de terreno cenagoso. Territorio hostil. En ese escenario, con el puerto de la Quesera vigilante, Haimar Zubeldia, extraordinario, se quedó a un centímetro de abrir la sala de trofeos en una grande. Se le adelantó Nicolas Roche, más rápido que el de Usurbil en el careo que mantuvieron en Riaza. Haimar, que maniobró con inteligencia táctica, aferrado a su experiencia, llegó en el sidecar junto al irlandés, pero le faltó repris a Zubeldia, un diesel.

Fabio Aru es de gasolina. No le cuesta picar rueda. Así, quemando goma, trató de desligarse del líder, mimetizado al italiano indomable. El sardo, acomodado en el mullido sofá del Astana, una colmena al servicio de la abeja reina, maniobró desde lejos, antes de que se izara la Quesera. Ya había elevado el puño de rabia Purito, que atacó con más orgullo que convicción. El arrebato del catalán, que barrió a un par de peones de Aru, dio carrete al italiano, que decidió medir a Dumoulin. Si el holandés quiere la Vuelta, Aru le obligará a ganársela.

Aru, sin desmayo

El sardo agitó el avispero. El 7º de Caballería a la carga. Arrancó y Dumoulin tiró de la correa. El italiano puso aún más empeño y Dumoulin le estrechó el cerco. Gobernaba el corral el líder, que caminaba en Aru, al lado de Valverde, Quintana, Majka, Chaves, Nieve... Los favoritos se retaron desde la enaguas de la Quesera, por donde Haimar Zubeldia y Nicolas Roche, los últimos descartes de la numerosa fuga -25 corredores- debatían sobre el laurel. Zubeldia y Roche, que mezclaron bien, hollaron el puerto y dispusieron que se las verían una vez alcanzada la llanura. Pacto entre caballeros. En la montaña, entre los elegidos, no había lugar al entente. Tiovivo. Dumoulin encimaba a Aru; Valverde se ofrecía y se cosía a él Aru, que arrastraba a su vez a Dumoulin. Así en bucle. Chaves también logró un par de planos, al igual que Mikel Nieve, que enfiló hacia la cumbre, insuficiente sin embargo para desgarrar el grupo, pleno de efervescencia, agitado. Alcanzada la cresta de la Quesera, Dumoulin emergió. Adelantó a Aru para comandar el descenso sin riesgos. El grupo de favoritos recogió los restos del naufragio. En ese revoltijo, Dumoulin ejerció de patrón. Se puso en pie y abrió una rendija. Apenas unos metros a modo de mensaje para Aru. No hacía falta traducción. Yo también puedo atacar escribió sobre el asfalto el líder.

Mientras el holandés y Aru resolvían sus diferencias en la intimidad, el duelo en meta era entre Haimar y Roche. Zubeldia se quedó en el retrovisor para ver el dorsal del irlandés y rastrearle. Era lo correcto, lo que dice la academia: aprovechar el rebufo para después adelantar. Sucedió que Zubeldia, que nunca ha sido un velocista, no pudo con el fogonazo del irlandés, que se impuso en el mano a mano por inercia. Dumoulin también salió victorioso. Aru no pudo borrar su aliento. El líder lo había atado en corto. Dumoulin solo se arrancó del italiano para acudir al podio. Con el rojo sobre los hombros, se desabrochó de Aru, al que amordazó.