Bilbao - Cuando Eusebio Unzué, manager del Movistar, director del Reynolds que después mutó a Banesto y así sucesivamente, mide a Tom Dumoulin con la mirada de los sastres que van a coser un traje a medida, le viene a la memoria la percha de Miguel Indurain, uno de los más grandes. A Unzué, vista experta de tantos años amontonados en el ciclismo, el tallaje de Dumoulin le conduce al campeón navarro, que nació siendo un rodador con motor centroeuropeo, que subía las montañas por el placer de descenderlas y así, subiendo para bajar, se convirtió en rey de reyes. “Es un muy buen contrarrelojista que pasa bien la montaña”, dijo Unzué de Dumoulin, en proceso de muda en la Vuelta que le ha descubierto. El pasmo con el holandés provenía de su eco en la montaña. En Burgos, mesetario, aunque no tan plano como Holanda, que apenas se eleva un palmo sobre el nivel del mar, Dumoulin no sorprendió. Simplemente se exhibió siendo lo que es: un extraordinario contrarrelojista.
Dumoulin, que pretende levantar una catedral el próximo domingo en Madrid, colocó la primera piedra en la ciudad castellana. Los pilares de la Tierra son las piernas de Dumoulin, el señor del tiempo. Su dominio del reloj, su relación íntima con las manecillas, le sentaron en el trono de la Vuelta después de completar una majestuosa contrarreloj que le validó la efímera gloria de la etapa y quién sabe si la eterna felicidad de conquistar una carrera que ayer se estrechó al máximo. A Dumoulin, brillante, le cuestiona Fabio Aru, soberbio en la planicie. El italiano, puro nervio, apuró al máximo sus reservas y perdió 1:53 respecto al corcel holandés. Ese registro le alcanzó para situarse a un pellizco de la zamarra roja. Tres segundos les separan. Nada más. La Vuelta palpita incandescente. A Purito, que partió de rojo, le hizo palidecer la contrarreloj. El catalán, refractario a una disciplina que le provoca sarpullidos, encajó una montonera. Tres minutos le colgó Dumoulin. Purito se balancea tercero en la general. 1:15. Demasiado lejos cuando la carrera es un vis a vis. No hay sitio para un trío. O sí. Purito anuncia guerra.
La contrarreloj, una especialidad incómoda, salvaje por lo que exige, no tardó en fijar la cena para dos. En el espejo burgalés se reflejó inmediatamente el espinazo de la carrera. No es posible burlar al tiempo, juez supremo, siempre con la maza en la mano, dispuesto a sentenciar a unos, indultar a otros y elevar a unos pocos al altar. A Purito, Mikel Nieve y Majka los ejecutó Dumoulin, acompasado, absorto, atornillado al sillín, encolado a los pedales. La bicicleta era una extensión más del cuerpo del holandés, un cohete que no tardó en desconchar a Mikel Nieve, que había asomado un par de minutos antes en la rampa de despegue. Dumoulin, implacable, alineado perfectamente, reduciendo la resistencia al aire a la mínima expresión, portentoso su pedaleo, lanzó un carga de profundidad en el primer paso intermedio. Purito, que culebreaba picajoso sobre el sillín, se retrasaba 1:10. Majka emparentado con el catalán perdía 1:00. Aru era el mejor parado de los tres. Circulaba a 44 segundos del holandés, que partió incrustado a unas gafas de sol, la mirada encelada, a cubierto, y acabó la crono sin las gafas, desatado.
Dumoulin, la Mariposa de Maastricht, que viste de negro, agitaba con fuerza las alas. Libre en la llanura, solo, -como está corriendo la vuelta-, el holandés mantuvo la velocidad de crucero por encima de los 50 kilómetros por hora. Él, la carretera y la bicicleta. Easy Rider. El sueño de cualquier contrarrelojista. Esa clase de tipos que aman la soledad, el sufrimiento en la intimidad, el diálogo interior, el esfuerzo al límite, la constancia. Lo que era quietud en Dumoulin, una efigie sobre la bicicleta, eran espamos en Purito, que no se ajustó al recorrido. A Rafal Majka, algo más académico, también le sangraban los segundos. Se trataba de taponar la herida. Torniquete de emergencia. Fabio Aru también salía borroso en la foto, pero al menos era reconocible. En el segundo paso de referencia, (27,5 kilómetros) el sardo perdía 1:44, Majka 2:11 y Purito se iba hasta los 2:38.
la tenacidad de aru Restaba el epílogo y Fabio Aru, que posee el espíritu de los irreductibles, espartano, se agarró a la carrera con la fuerza de los desesperados. Dumoulin mantenía su apuesta, pero el sardo, que en la Ermita de Alba había dado muestras de su capacidad de sufrimiento y resurrección, del amor propio que le impulsa, no claudicó. Si Dumoulin es de goma en las montañas, Aru es de hierro en la contrarreloj. Se apretó a sí mismo, la lengua fuera, el rostro cubista, hasta nadar en ácido láctico. Pedaleó con el alma el italiano. Recurrió a cada miga de ilusión. Peleó cada centímetro de asfalto como si no hubiera mañana. No existe bandera blanca en ajuar de Aru. Así, sobre un potro de tortura, soportó el desenlace de la crono.
Mientras Purito y Majka acumulaban medio minuto más de plomo en sus bolsillos, el italiano parcheó la pérdida. Dumoulin, majestuoso de punta a punta en Burgos, únicamente pudo cargarle 9 segundos más en la desembocadura de una crono, que recuperó el color de Valverde y Quintana, que realizaron un buen trabajo para aparecer en el escaparate después de pasar unos días en la trastienda, en la oscuridad. El cañón de luz enfoca la sonrisa contenida de Dumoulin, el nuevo líder, que ha pasado de ser un buen secundario a anunciarse como la estrella de la función. Dumoulin peleará con Aru, que está a una brazada del liderato, por el cartel del estreno de Madrid. Los dos, con el permiso de Purito, quieren que su nombre sea el primero, el más grande y el más brillante. A Madrid se llega por Burgos. Frente a su catedral, La Mariposa de Maastricht, que en durante la Vuelta ha mutado en avispa, sacó su aguijón para picar.