bilbao - En la avenida Juan Carlos I de Murcia, en paralelo al tranvía, se desangró la carrera. Un afilador, un frenazo y el chasquido que convoca una caída masiva. El caos. El dolor. El crac. La montonera de carbono desparramó a los hombres hacia todos los puntos cardinales del dolor. Dan Martin, tercero en la general, se retorcía sobre la hierba que encarrila el tranvía. Van Garderen, al que la enfermedad le descabalgó del Tour, se sujetaba la clavícula en el bordillo. Se le rompió la Vuelta. Mastica el padecimiento. Su quebranto es de las ramas secas cuando cascan. Leña apilada sobre el asfalto. Unos metros más allá, Bouhanni, el esprinter francés, se ovillaba sobre su sufrimiento. Despedido del Tour por una caída, Bouhanni deja la carrera española por la puerta de la enfermería. En medio de los quejidos, de un dolorido Frank Schleck que se reincorporó con el cuerpo pellizcándole, el silencio, mudo, pesado, plomizo, ese que suele hablar de las tragedias. Boeckmans, recostado sobre la carretera, en posición fetal, no se movía. Inerte. El asfalto se pintó de angustia, de inquietud, de zozobra. La imagen más dura era la del belga, la del corredor que es un pájaro desvalido. Inmóvil el belga, agrupado sobre su caparazón, emitía señales preocupantes. Un fuerte golpe en la cabeza. Sobrecogía una polaroid que rememoraba la caída de Pardilla en la Vuelta al País Vasco o la de Pozzovivo en el Giro. El recuerdo está metido en el cuerpo de Boeckmans, el más perjudicado de todos. Traumatismo craneal severo, tres costillas rotas y un pulmón perforado. En como inducido, la vida del belga no corre peligro.
Por unos minutos Boeckmans se quedó en blanco. Sin conocimiento. El escalofrío llegó al tuétano de la carrera. Los servicios médicos de la Vuelta no tardaron en atender a los heridos. Preocupaba Boeckmans, que no reaccionaba. Los galenos ponían orden en el hospital de campaña. Una ambulancia le trasladó con urgencia al hospital de Arrixaca. De allí llegaron buenas noticias. Boeckmans estaba consciente y fuera de peligro. La fortuna quiso coger la mano del belga. Bienvenido a la vida. La caída, brutal, le escupió lejos de la Vuelta, a un coma inducido. También envió a Van Garderen a rayos X. La radiografía determinó que el norteamericano sufre una rotura del hombro derecho. Bouhanni y Dan Martin, dañados, tuvieron el mismo recorrido pero mejor suerte.
Igual que Peter Sagan, que evitó ese destino después de que una moto de carrera le atropellara y le tirara al suelo cuando el eslovaco pretendía enlazar con el grupo delantero. Derribado, con la pierna izquierda raspada en la caída, en carne viva, Sagan se malencaró, con razón, por la torpe maniobra del motociclista, expulsado de carrera. El eslovaco, adrenalítico, el cabreo en cada centímetro de su piel, golpeó el coche médico y tiró su bicicleta ante un episodio lamentable que le costó una multa debido a su conducta. Greg Van Avermaet sufrió un incidente similar en la Clásica de San Sebastián. Entonces una moto mandó al suelo al belga, que se disponía a conquistar la carrera vasca. A Sagan se le acabó la etapa después del incidente. Visiblemente enojado tras la caída, decidió ir de paseo hacia meta. No era para menos. “No hubo intencionalidad, pero estas cosas no pueden pasar”, expuso Patxi Vila, director del Tinkoff, que estudia medidas legales por el accidente.
El capítulo de Sagan fue otro punto negro en un día nervioso, alterado aún más en la Cresta del Gallo, la chepa que tuvieron que pasar en dos ocasiones y que en su descenso mordió a José Joaquín Rojas y Howes que cayeron, aunque pudieron agarrarse a la carrera, enloquecida en su desembocadura. Saltaron ciclistas al ritmo que estallan las palomitas de maíz en un final sin tregua, más propio de una clásica. En la Cresta del Gallo se agitó el avispero. Después de una finta de Terpstra, al que rastrearon Valverde y Froome, puso pies en polvorosa un grupo de siete corredores: Losada, Gonçalves, Elissonde, Rojas, Bambrilla, Durasek y Henao, atrapados en el ascenso.
un campo de minas Instalado el espíritu de supervivencia como máxima en una jornada que se había convertido en un campo de minas, más de uno jugó a la ruleta. Alberto Losada (Katusha) y Kenny Elissonde (FDJ) lo intentaron antes crepuscular ataque de Adam Hansen entre el callejero de Murcia. Haimar Zubeldia se entregó a la caza de Hansen para que se presentara en sociedad su compañero Jasper Stuyven, pleno de gozo en un sprint apretado con Pello Bilbao (Caja Rural), que se quedó a un palmo de la gloria. “Nunca había estado tan cerca de ganar en una carrera como esta, me da confianza para seguir probando”, expuso el gernikarra, que está realizando una magnífica campaña. “Ha sido una pena, pero me han superado en la línea de meta. Da rabia tenerlo tan cerca”, cerró Pello Bilbao. Era el candado a un día atropellado, caótico, angustioso, escalofriante por momentos, en el que la Vuelta salió en camilla para acudir al hospital.