bilbao - Se encogían las sombras, ateridas, empequeñecidas, ennegrecidas, minúsculas frente al dragón, el sol que escupe fuego en La Alpujarra, desoladora, árida, un viaje a marte, los corredores chupando bolsas de hielo. En una Vuelta que se consume a la parrilla no hay consuelo ni alivio. “Con este calor...”, decía lacónico Mikel Landa, medio minuto peor que su capitán, Fabio Aru, al que la canícula le enciende y le espabila el instinto. El italiano lanzó un ataque duro, seco, al mentón, cuando Capileria, un puerto de largo recorrido, tendido, un túnel sin ventilación, se evaporaba en la hoguera. El respingo de Aru, cargadas las alforjas con arrojo, dislocó a Froome. La radiografía ordenada por el sardo evidenció la pesadumbre del británico, que emitió señales preocupantes en el primer asalto al skyline de la carrera. El mismo semblante recorrió el espinazo de Mikel Landa, que no posee las piernas que deslumbraron en Italia. La vida no es color de rosa para el alavés, que espera el transfer al Sky, una formalidad. Mientras tanto viste de celeste, el color del Astana, donde gobierna Aru después de la tarjeta roja que recibió Nibali, expulsado de carrera por su vergonzante acción. Aru, camuflado hasta ayer en el sillón del comité de sabios, observando que acontecía a su alrededor, dio un paso al frente a un kilómetro para la meta. La pancarta esperaba a Lindeman (Lotto-Jumbo), que deshojó la margarita de forma satisfactoria. Me quiere. El flechazo de Lindeman fue la capitulación de Koshevoy (Lampre) y Cousin (Europcar), que se fue al suelo al tocar la rueda de sus rivales. El holandés gestionó mejor que nadie una fuga en la que Amets Txurruka (Caja Rural) cedió en los estertores, anclado. Al vizcaino, que aún no está en su mejor momento de forma, le pudo la ansiedad, exhibirse antes de tiempo en una subida maratoniana: 18,7 kilómetros.
Aru, que posee un reprís notable, no cometió ese error. Esperó el italiano y se lanzó con convicción ante las dudas de Valverde y Quintana. Extinguida la etapa, el colombiano avanzó que tendrán que reescribir el guion de la carrera. “Esperamos cambiar de estrategia para poder mejorar, ya que los rivales estamos viendo que juegan alrededor de nuestro equipo. Tenemos que empezar a aprovechar: un día atacar uno, un día otro, para sacar tiempo a los demás”. Mientras en Movistar debatían quién es quién, Aru se impulsaba con determinación para ser tercero en meta. Nada de palabras. Hechos. Los mismos que el sólido Esteban Chaves, el líder que colecciona maillots. El rojo del mejor, el verde de la regularidad y el blanco, el del joven más destacado. Chaves, sonrisa perenne la suya, se sostuvo con solvencia entre Valverde y Quintana. En Movistar, aún por definir un cabeza de cartel debido a la bicefalía de Valverde y Quintana, -un gobierno de cohabitación-, deberán variar el discurso para que no se solapen y anulen entre ellos. Quintana y Valverde se miran, pendientes el uno del otro, y el resto actúa sin dilación. Todos ellos, unos y otros, se dejaron siete segundos con el sardo, salvo Froome y Landa.
Lo que avanzó Aru lo retrocedió el británico, doliente en la ascensión, incapaz de sostenerle la mirada al potenciómetro, su gurú. Le negaron las piernas a Froome, el rostro raspándole de dolor. También a Mikel Landa, arrugado por el ritmo de su propio equipo, que tensó la subida para nutrir el empeño de Aru. “Las piernas se quejaban un poco. La subida se ha hecho especialmente dura, por el calor y por el ritmo de mi equipo para ganar tiempo con Aru que ha dado un paso adelante”. La zancada de Aru, el corazón en cada pedalada, sitúa al italiano en medio del escaparate. Si los fogonazos de Chaves, -el colombiano está repleto de pólvora-, perfilaron las primeras llegadas en alto, la cima de Capileira subrayó a un Aru en plenitud, siempre dispuesto para agarrarse al combate.
En La Alpujarra, el bochorno, tallando cada palmo, se plasmó un mural de claroscuros. El colorido pintó a Lindeman, que cantó bingo en una etapa que tenía inscrito el nombre de Txurruka una vez se confirmó que los exploradores alcanzarían la cumbre antes que los favoritos. En ese tránsito, en el pasillo que debía llevar al vizcaino a la gloria, Amets se trastabilló. Desde el pinganillo le advirtieron que la centrifugadora se había puesto en marcha. Había que espabilar para graparse al sueño. Txurruka, que aún padece la mordida de una caída en sus costillas, buscó su oportunidad, pero se le agotó la energía, la chispa que requería una subida entre los supervivientes, desmadejados, agotados. A empellones, Lindeman, Koshevoy, Cousin y Txurruka, -Quintero ya era historia- trataban de acceder al laurel en medio del infierno. Amets fue el primero en abandonar la partida. Se quedó sentado. Caminaba el trío a su manera, desordenada, boqueaba uno, que después atacaba: cabeceaba otro que no tardaba en acelerar... hasta que Lindeman, que apuro el ahorro de energía, deslomó a Koshevoy. En el retrovisor, Aru descosía el grupo de favoritos, que llegó a 7 segundos, tras desnudar a Froome.