bilbao - “Oye Chicho, no sabes qué puede pasar mañana; si tienes buenas piernas, inténtalo”. Ese consejo, esa voz amiga, -su compañero Hayman llama así a Esteban Chaves-, le quitó las esposas. Libre. Aquí y ahora pensó el colombiano, maillot blanco, el del mejor joven, hasta que lo mudó al rojo, al del líder, teñido en una ascensión prodigiosa a la Sierra de Cazorla, una terraza que se asoma a un océano verde aceituna, repleto el horizonte de olivos, el oro de Jaén, una aceitera gigante. Engrasado, fluido, reptó el colombiano Chaves, otra vez exquisito y rompedor. Una magnífica noticia para la Vuelta, que gana otro actor principal. Repitió el colombiano su asalto al Caminito del Rey, cuando se coronó líder por vez primera en un paisaje puntiagudo, erguido. Es su ecosistema. Allí donde la carretera se sube el cuello y los maillots, de redecilla para transpirar mejor, abren sus ventanales para oxigenar los motores, tufados por la chicharra. Chaves, menudo, ágil, corrió sin grilletes a pesar del consejo que le dio su director, Neil Stephens que le alertó del duro final. Le comentó Stephens, que ahorrara energía, que fuera ecológico, que no malgastara, que la carrera apenas ha amanecido, que ya tendría otros lugares en los que enseñar su poderío. Sin embargo, a Chaves le sedujo la voz de Hayman, que no es un visionario ni un futurólogo y no maneja la cábala. Atendió Chaves a su instinto. Para qué esperar al mañana, si nadie es capaz de adivinarlo. “Chicho”, escuchó... y Chicho, el Chavito, que se pasó meses rehabilitando su brazo derecho por una terrorífica caída, que sabe que el futuro se gana pulgada a pulgada, en el presente, se dio vida y se anudó al liderato con fuerza. “Ese ataque desde abajo y terminar llegando demuestran que Chaves es un rival muy serio; queda mucha Vuelta, pero para mí es alguien a tener muy en cuenta”, sugirió Valverde. Chaves, prudente, prefiere no pensar a largo plazo. Paladea su momento. “Ya hemos hecho algo grande, dos etapas y cuatro días de líder. Tenemos que disfrutar de este momento y mantener los pies en la tierra. Quedan etapas muy difíciles”.

La de ayer tampoco era un jacuzzi. Humeaba como una olla exprés Andrey Amador, boqueante, las piernas duras, el ácido láctico enjuagándole el paladar mientras trataba de despejar la vereda para Quintana y Valverde. Lo vio Chaves, que, atento, entró en órbita. Ahora o nunca. No esperó el colombiano a que se armara el Movistar. “Amador lanzó y yo pude remachar. Cuando ves al cuarto del Giro sufriendo es porque es duro”, certificó Chaves, subido a una catapulta. Sputnik. Su arrancada, un calco de su despegue en el Caminito del Rey, dejó sin respuesta al grupo, empequeñecido por un final que negociaba con la minería, con el barreno, una veta de granito. Stephen Cummings (MTN-Qhubeka) estiró en solitario la fuga en la que se amasó junto a Velits (BMC), Rubiano (Colombia), Terpstra (Etixx), Durasek (Lampre) y Gautier (Europcar). Lo hizo hasta el tobogán de Cazorla. Allí estampó en un muro repleto de aristas. Se movía a cámara superlenta Cummings, una moviola en bicicleta. Nada que ver con aquel esplendoroso aterrizaje en el Tour, en Mende, cuando derrotó a Pinot y Bardet en una etapa de archivo. Varado el británico, el colombiano, un colibrí, aleteó con fuerza y determinación. Hasta el infinito y más allá. Buzz Lightyear.

dumoulin se resiste Al desafío de Chaves respondió con arrojo Dumoulin, en su mejor versión. El holandés, que tenía apenas un segundo de ventaja en la general sobre el ciclista del Orica, reaccionó al envite de Chaves. A esa lucha se alistó Dan Martin, que buscaba la etapa y avanzar varias casillas en la general. Trató Dumoulin de coser el costurón producido por Chaves, para entonces los ojos imaginando el lustre de la meta. Dumoulin se desplegó con diligencia, sin mirar atrás. No necesitaba el retrovisor el holandés. Su sueño correteaba un puñado de segundos por delante. Lo vestía Chaves, conectado el turbo a poco más de dos kilómetros de meta. Agonizaba para entonces Cummings, crucificado en la empalizada. Chaves, risueño, las gafas de espejo, no hizo prisioneros. Ni Martin ni Dumoulin pudieron enjaularle. Atraído por el premio del liderato y la confirmación de situarse en el centro de la escena, Chaves rotuló con neón rojo su nombre en la Sierra de Cazorla. Esteban Chaves, Chavito o Chicho. Es lo mismo. Su nombre cuelga de las agendas de los favoritos, encolados ayer, sin fisuras en el final. Todos aguardan el Alto de Capileira, de primera categoría, donde acaba la jornada de hoy. Chaves prefirió no esperar a las predicciones del día después. Lo suyo no es la bola de cristal. Aquí y ahora. Carpe diem, Chicho.