bilbao - ¡Ah!, las rotondas, ese invento tan francés, pura simbología del Tour, la Torre Eiffel de las carreteras, el alguacil de la circulación, la estructura ideal para evitar cruces, accidentes, una enredadera sin embargo para los ciclistas. Esta Vuelta, que es un Tour al microscopio, trazó por una rotonda antes de que la carretera se subiera la corbata en Alcalá de Guadaíra, donde el atómico Caleb Ewan derrotó a Degenkolb, que no termina de coger la distancia, y al omnipresente Sagan. El pequeño australiano de ojos rasgados -su madre es coreana- fue un cohete que rememora la ignición del más explosivo Mark Cavendish. Tronó con energía Ewan, un rayo joven que reclama su espacio entre los guepardos. La llegada donde se presentó al mundo Ewan presentaba una migaja de desnivel, o eso parecía, pero ay... la rotonda y el latigazo y el reloj, que nunca espera, comenzó su cuenta. A Froome le dio a devolver. El keniata de nacimiento, británico, flemático, puntual, miró al reloj y sonrió. En un kilómetro, con la carrera acelarada, recortó lo que le regateó en el Caminito del Rey un agónico Nairo Quintana. Froome ha venido a la Vuelta para ganar. En un día del que se suponía un balneario, puro asueto, el británico salió gozoso. Es el idioma de los campeones. Siempre encendidos, con la alarma conectada las 24 horas.

Explicaba Markel Irizar durante el Tour de Francia que en el ciclismo moderno, lejos los tiempos de los grandes patrones que jerarquizaban el pelotón, sus tiempos, los lugares de cada uno; cuando el resto se apartaba para dejar pasar el carruaje de aquellos reyes, todos quieren estar delante y que no hay sitio para todos. Por eso esas peleas por la posición cuando se huele el jardín de meta, el remanso de paz. En ese Estratego, Froome, con el chip del Tour tatuado en la piel, convencido de que las grandes vueltas no se conquistan en la primera semana, pero se suelen perder, supo manejarse mejor que nadie en el mecano del final de etapa. El líder del Sky arañó media docena de segundos a Quintana, Purito, Landa, Aru y Valverde. Apenas una anécdota si no fuera porque Froome, sumamente metódico, agarrado a la torre de control de su potenciómetro, corre para ganar. El mensaje es claro y contundente. Sin contemplaciones.

más duro de lo esperado En las entretelas de la general, que ahora comanda Dumoulin -se enteró en el autobús de que era el nuevo líder ,“no me había enterado”, dijo el holandés- al rebasar a Chaves por el mismo método que aplicó Froome para limar unas manecillas, cada gesto se acumula a modo de anotaciones a pie de página del cuaderno de bitácora. El día a día no deja de ser una estratificación donde se computa lo tangible, el reloj, la posición de cada uno en la tabla de resultados, como lo intangible, eso de las sensaciones y de los discursos sin palabras, los que llevan encriptados las intenciones. El de Froome, que se repuso a tiempo de una avería, con sus compañeros prestos a reintegrarle al pelotón para que pudiera sisar algunos segundos, no necesita la máquina que ideó Alan Turing para descubrir qué decían las comunicaciones secretas de los nazis con su Enigma durante la Segunda Guerra Mundial.

Lo del británico es más sencillo. Froome pedalea tan desgarbado como atento. Ordenado y sistemático, con el radar encendido, Froome trazó la rotonda con pericia y lanzó el garfio para sujetarse a la sacudida de la proa, el anuncio de un sprint con repecho, el escenario ideal para que hubiera un corte de corriente en el cableado del pelotón. El chispazo iluminó a Froome, y a una docena de hombres, mientras que la luz de la linterna se apagaba para Nairo, Valverde, Purito, Landa y Aru, ovillados entre la rotonda y destemplados por el repecho. “No esperaba un final tan duro”, destacó Chaves, que perdió la zamarra roja en el intenso desenlace. El áspero final también se cruzó en las gargantas de los favoritos. Se quedaron en el arcén. Solo el británico se subió al expreso para saludar desde la ventanilla. En la Vuelta, como en el Tour, Froome, en modo on.