Bilbao - Desgastados, roídos, cansados y deshabitados como los soldados de infantería tras días de encarnecidos combates, en medio de los campos de trigo, que fueron de batalla, hectáreas de sangre, metralla y muerte en la Gran Guerra, los ciclistas sellaron un armisticio. Pacto de sangre. Hermandad. Paz. Una tregua después de las trincheras de Zelanda, de los socavones del pavés y del campo de minas que es el Tour, que se cobra derechos de autor cada día. A Nacer Bouhanni, el sprinter de Cofidis, el soporte del equipo francés, su esperanza, se lo tragó una caída ayer. Un soldado menos. Arreciaba el viento que ululaba cánticos bélicos, llovía con fiereza en el Somme, donde se desangró Europa en la Primera Guerra Mundial, la que descubrió la industria de la muerte y la guerra de trincheras, una cicatriz que atravesó el viejo continente. Esos campos, peinados por el viento, el cereal mudando, que fueron destrucción y muerte, sirvieron ayer para un día de respiro, de descanso en la trinchera Tour, que avanza de combate en combate, sin resuello. No hubo almohadas mullidas entre Arras y Amiens. Más bien se trataba de recobrar el aliento en el catre. “Puedo decir que ha sido mucho más nerviosa de lo que parecía. Hemos salvado el día y es mucho; para mí ha sido de las jornadas más duras que recuerdo encima de la bici. Para mí, sin duda, ha sido bastante más exigente la etapa que el pavés”, confesaba Castroviejo, rolado en la infantería del Movistar, instruido para defender la pechera de Nairo Quintana, el general. Al igual que el colombiano, el resto de camaradas, Froome, Contador y Nibali decretaron el suspenso de las hostilidades una vez comprobado el peaje que podría suponer una batalla a campo abierto.
El viento, de costado y de cara, que gritó hasta los 40 kilómetros por hora y el abrazo de la lluvia era una llamada al combate descarnado. Nadie cedía, ninguno atacaba. Atrincherados. Hubo un instante, cuando el BMC y el Tinkoff se aliaron con los elementos, que descuartizó el pelotón, desarmado su mecano en los paisajes que recuerdan con enormes sepulturas, con monumentos mortuorios, interminables hileras de cruces, a los cientos de miles de soldados que se cobró la maldita guerra. Jóvenes que bien pudieron ser ciclistas, pero que la guerra enterró para siempre. De ellos queda la memoria. Hermanos de armas, supervivientes del Tour, cruel a cada metro, detectado el peligro de cavar una zanja en medio de un paraje que fue desolación, los ciclistas decidieron construir otro amanecer. Olvidarse de las rencillas después de un primer abanicó que dividió el pelotón. Los favoritos, resguardados por los blindados de sus equipos, se miraron de cerca y decidieron que no merecía la pena perder la carrera en una batalla. Ocuparon la calzada de oeste a este para conformar una solo frente. Las casacas del Tinkoff, del Sky, del Movistar, del Astana y del BMC levantaron un muro multicolor. El color de la calma. Nada que ver con el negro que dibuja a Thibaut Pinot, nuevamente negado por la carretera, que le descabalgó. Pinot se fue al suelo con un buen puñado de corredores a 20 kilómetros de meta. Al líder del equipo de la lotería le burla la fortuna. Rasca y pierde.
Demoledor greipel Con el entente cordial entre los grandes candidatos en vigor, firmado con la tinta del temor, -el miedo a perderlo todo por lograr un puñado de segundos-, se puso en marcha el sorteo de la etapa entre tipos que no recurren a la cabalística. Lo suyo resulta más prosaico. Causa-efecto. Armados de piernas capaces de lanzar la bicicleta a grandes velocidades, -en Amiens alcanzaron los 59 kilómetros por hora de punta- se inició el cortejo previo al sprint, el inaugural de un Tour que no hace prisioneros. En el debate por el triunfo argumentaron los grandes velocistas de carrera: Greipel (Lotto), Sagan (Tinkoff), Cavendish (Etixx), Kristoff (Katusha), Boasson Hagen (Qhubeka), Degenkolb (Giant), Demare (FDJ) y Coquard (Europcar). Entre los reputados especialistas sobresalió el puño de hierro de Greipel, un martillo pilón a pedales en la meta de Amiens. Maillot verde de la regularidad. Hulk. Su grito de victoria, una liberación, la sentencia para Sagan, cerró el pacto de no agresión.