pARA subir la cuesta de La Loma hasta su apartamento, 700 metros al 18% en un barrio de Bogotá, Jeyson Cortés tiene que esprintar. “Si no, me quitan la bicicleta”.
La casa de Mikel y Noel en Miribilla, donde le acogieron cuando llegó hace dos años para ser ciclista como al niño que van a tener ahora, está un poco más vacía estos días. Y hay un hueco que impide que se cierre el corro de su cuadrilla de Algorta, y un taburete lleno de ausencia y un Kas naranja que sobra en cada ronda. Cuánto ha recibido Jeyson de esa gente; cuánto ha dado. La primera vez que se fue, hace un año, Chatarra, uno de los directores de Punta Galea con más solera y fama de cascarrabias, de duro, el Clint Eastwood del ciclismo que masca tacos, se echó a llorar al despedirse. Hace falta mucho para ablandar ese frío corazón de mármol, una piedra honesta. O poco. Bastó con que Jeyson le mostrara cuánto apetito traía de Colombia. Cuanta hambre, pero de bicicleta. Quería ser ciclista. Solo eso. Qué poco. Pero cuánto.
Se ha ido Jeyson de vuelta a La Loma. A esprintar cada vez que vuelve de entrenar hasta su apartamento que está al final de la cuesta. Allí le espera su madre. Qué buena mamá, que coraje. Le crió ella. A él, a su gemelo que ahora quiere ser futbolista y a sus dos hermanos, que, maduros, volaron ya de La Loma a otro barrio. No es fácil todo eso. Lo hizo mamá, ella solita, vendedora de instrumentos musicales que este año escribió la última nota de la hipoteca del apartamento. Ya no tiene que pagar más al banco. Quizás le quede ahora para ayudar a que su hijo sea ciclista. Lo hablarán estos días. Cómo les gusta la charla casera e íntima. De madre a hijo. O de igual a igual, que ya es un hombre Jeyson, 19 años, mucho aprendido y más por aprender, eso siempre. Los dos a solas mientras la luz se va apagando entre las ranuras de las persianas del apartamento hasta que se oculta el sol en La Loma y la calle la toman las sombras.
Es peligroso andar por ahí. De noche y de día. “Llego de hacer 200 kilómetros y subo la cuesta a tope para que no me quiten la bici. Hay mala gente”. Y buena. Mira Don Hernando, el empresario, por ejemplo. Un día le vio con su vieja bicicleta que había cambiado a un vecino por la suya de biker cuando se cansó de tanto salto y tanto golpe y le dijo que si quería otra. “Me dio una Alan, como la que usaba Lucho Herrera”.
Ni siquiera Don Hernando sabía entonces lo que valdría la Alan. Dos millones cuatrocientos mil pesos (600 euros). Es lo que necesitaba para viajar a Bilbao, lo que vale el billete. Un vuelo hacia su sueño ciclista. A Mikel Guinea, que había pedido a un conocido alguna referencia en Suramérica, un buen ciclista y un buen chaval, le dieron el nombre de un juvenil: Jeyson Cortés. “¿Te vienes?”. Estaba a un billete de avión de la respuesta.
Para reunir todo ese dinero, Jeyson, un ayudante de autobús que andaba en bicicleta porque su abuelo había sido corredor y un día le regaló sus viejas zapatillas para que probará y el chico probó y le gustó, montó una rifa. Sorteaba la bicicleta, la Alan que le dio el bueno de Don Hernando. Le compró boletos la gente del barrio, los buenos chicos que entrenan en la pista de La Loma a los que les agradece su ayuda llevándoles gorras y bidones y ropa de ciclista que recopila durante la temporada, pero abajo, a los pies de la cuesta que sube hasta su apartamento. Con eso se compró el billete de avión y se plantó en Getxo hace dos años para correr con Punta Galea, donde fue un buen juvenil, ganó dos carreras, estuvo a punto de llevarse la Vuelta a La Rioja y, sobre todo, le ablandó el corazón a Chatarra.
Normal. “Es un chaval que enamora”, dice Guinea, el padre que no tuvo -se marchó de casa cuando él tenía 10 años-, le acogió en su casa hace dos años y lo volvió a traer el pasado invierno para que corriese, después de tocar tantas puertas, en el Opel Ibaigane que desaparece al finalizar esta temporada y deja al colombiano sin dorsal. Se marchó la semana pasada a La Loma sin saber si encontraría equipo para seguir corriendo. “Ya veremos qué hacemos, pero volverá, eso seguro”, promete Guinea, que además de equipo para uno de los mejores debutantes en aficionados -cuarto en el Premio Primavera, algún puesto más entre los diez primeros, una buena Vuelta al Bidasoa...- busca casa para él, que la suya, con el bebé que viene, se queda pequeña, y no escatima para ayudar a Jeyson. Pide para él lo que no pediría para sí mismo. El año pasado, la voluntad a quien quisiera poner algo para el billete de avión del chico. Aportaron muchos. La cuadrilla de Algorta. Cada uno lo que pudo. 20 euros, 50, 100... Con eso y lo que sacó de otro sorteo se vino a Euskadi. Y volverá, ya verán.
Y con él, los tres juveniles colombianos que ha tenido Punta Galea este año, Avellaneda, Torres y Sainz, igual de buenos chavales que Jeyson, igual de hambrientos de bicicleta.