fisterra. El fin del mundo era ayer. Y lo quería Dani Moreno, el gregario de Joaquim Rodríguez en el Katusha, la casa rusa donde los españoles -Losada, Vicioso y los demás- viven en familia. Durante la temporada se concentran y entrenan juntos en Andorra, y en la Vuelta, el madrileño y el catalán comparten las noches. En la del lunes, en su habitación del Parador de Cambados, Dani le dijo a su jefe, y sin embargo amigo, que quería la etapa que acababa en el faro de Fisterre, la del Fin del Mundo, que le hacía ilusión ganar en un sitio así, en la meta más lejana. Pues entonces, le empujó Purito, vete a por él.
Para llegar al Fin del Mundo, antes había que morirse. Subían la cuesta de la muerte, el mirador de Ézaro en el que ya se retorcieron el año pasado Contador, Purito, Valverde e, imagínense, el resto. Una pared estrecha y revirada de apenas dos kilómetros al 13% de media y rampas del 22 sobre suelo de cemento, porque a ver quién es el ingeniero que asfalta eso. Los corredores subieron a gatas. Y alguno creyó morir. Los escapados -Danilo Wyss, Nicolas Edet, Jussi Veikkanen, Dennis Vanendert y Alex Rasmussen- lo perdieron todo, casi la vida. Pero los favoritos no se movieron. Quedaba mucho. 35 kilómetros para llegar al Fin del Mundo.
Iban por la Costa de la Muerte hacia Fisterra, donde una curva sigue a otra y la siguiente se le echa encima a la de más allá. Corrían por el espinazo de los acantilados golpeados por el viento fresco del Atlántico. Fue lo más duro del día. "La tensión", suspiró Nibali. Al italiano le arropó su armada celeste del Astana, como a Valverde sus chicos azules y a Purito su armada española de uniforme ruso. El líder, Chris Horner, se parapetó tras la espalda ancha de Fabian Cancellara, que la noche anterior había hecho de maestro de ceremonias en la celebración por la etapa y el liderato del chico que viene del otro mundo, América, y defendía su liderato ayer donde acaba este, en el borde de Europa. De ese otro lado del charco viene también Dani Moreno, el ciclista sin invierno. Siempre le pega el sol. Conoció a su mujer en Argentina y ahora de octubre a febrero pasa la vida allí, en la provincia de Córdoba, donde las estaciones están al revés. Es verano en invierno. Otro mundo. Cuando vuelve es primavera en Europa, el sol empieza a calentar y los ciclistas tienen las piernas blancas de entrenar forrados de ropa mientras las suyas están morenas, el color del buen estado de forma. Más en forma que nadie, ganó el pasado abril la Flecha Valona que acaba en el Muro de Huy, donde antes ya había vencido Purito, su jefe. Y su amigo. No dejan de serlo cuando corren. "No nos disputamos nada porque entre los dos podemos sacar más provecho". A veces Dani es el señuelo. "Es algo que entrenamos mucho". Se lanza cuesta arriba, alborota el grupo, agota a los rivales y después remata Purito. Otras, ataca para ganar. La etapa de Sierra Nevada de la Vuelta de 2011, dos de la Dauphiné de 2012, la pasada Flecha Valona? "Y el lunes por la noche le dije a Joaquim que quería la que acababa en el Fin del Mundo".
El Fin del Mundo lo marca un faro blanco que parece un brazo que corta el mar en lo alto de una cuesta de dos kilómetros no muy dura, pero sí demasiado para que resistieran los esprinters, los rápidos, los tipos pesados. Los eliminó, a los pocos que creyeron que podrían aguantar, el ritmo salvaje de Tiralongo al que siguió el ataque de Flecha en el último kilómetro, la respuesta de Herrada que estiró el grupo y la explosión de fuerza final de Dani Moreno, que cogió a Flecha en dos zancadas, se catapultó en una segunda detonación aún más violenta e hizo inútil la reacción de Cancellara.
Cuando Horner estaba convaleciente en Estados Unidos recuperándose de su problema en la rodilla, el suizo le llamó para decirle que estuviera tranquilo, que se entrenara bien para la Vuelta, que él le ayudaría a vestirse de líder. Lo hizo el lunes. Y ayer se pidió el día libre. En el último kilómetro dejó que Horner se defendiera solo y se fue a por Moreno. Pero cuando salió era tarde. Dani estaba ya en el Fin del Mundo.
nibali, líder sin querer Más allá no hay nada. El faro blanco y, después, el salto al vacío a la inmensidad azul. Por eso, Vincenzo Nibali, como el resto de favoritos, llegó con el pulso al límite, temió que el viento frío le secara el sudor y le hiciera enfermar, se dio media vuelta y se bajó en bicicleta al autobús que estaba junto al mar, en el pueblo. Y con él, Martinelli, su director, que recibió la llamada de un periodista, contestó y no se creía lo que le decían. Nibali era líder de nuevo porque, como a Basso, Zubeldia, Urán o Samuel, los jueces le habían picado seis segundos a Horner. Tardó veinte minutos el italiano en volver a subir al faro, presentarse en el podio y colocarse el maillot rojo que viste por segunda vez sin querer.
Lo desea de nuevo Horner, que no perdió la sonrisa, ¡qué felicidad!, y anunció que volverá a luchar por él en la siguiente etapa de montaña, el sábado, con final en alto en Peñas Blancas. A Nibali le preguntaron si su equipo defenderá hoy el liderato camino del Lago de Sanabria. Y el italiano dijo que "veremos". Que queda mucho y que esto no ha hecho más que empezar. Aunque ayer se llegara al Fin del Mundo.