BILBAO. EL instinto, sabio, tiende a escuchar al cuerpo, un mapa de los festejos y del dolor que se sublima en el Tour, la carrera que muerde con fiereza desde hace más de un siglo. "Los pedales y el cambio". No duda Luis Zubero (Zeberio, 18 de marzo de 1948) cuando pedalea hacia la juventud exuberante del Kas, el legendario equipo que trataba de enjaular el colmillo de El Caníbal, Eddy Merckx, y recorre el arco evolutivo de las bicicletas, las reinas de la Grande Boucle. "Han cambiado mucho en todos estos años, pero lo que más los pedales y el cambio", establece. En el archivo, Luis se ve sentado sobre una Massi, una bicicleta italiana, en el amanecer de los 70, cuando asomó en el ronda francesa. "Las italianas eran las Ferrari de las bicicletas", refuerza Luis desde unos ojos azules que hablan con entusiasmo, desde unas manos que ondean con energía el aire del taller de Ciclos Zubero, su hogar desde hace 35 años. En la tele que corona la trastienda, luce el Tour. En Marsella gana Cavendish. Camino de Marsella se cayó Luis.

"Los pedales y los cambios", repite. Es el cuerpo magullado el que tira de la lengua del excorredor. "Mira, recuerdo que en una etapa que acababa en Marsella, bajando el puerto, me pegué un golpetazo de pantalón largo". Los rastrales, el bozal de los pies sobre los pedales, bien fijados, no le dieron ninguna opción para poner pie a tierra. "Fíjate el golpe que me pegué que hasta se me salieron las zapatillas volando por ahí. Era incapaz de encontrarlas". Ríe Luis con la accidental anécdota, que le dejó la armadura abollada y un símbolo de solidaridad. Sus compañeros al lado. Escuderos. Así era el Kas. Quijotes y Sanchos. Aquella caída, los huesos en el suelo, le susurra. "Ah, los pedales. Claro, piensa que si llego a llevar un calapié automático en aquellos tiempos...". Era la época del caballo de hierro. "Mi bici pesaba sobre nueve kilos, pero era manejable", destaca de las Massi con las que recorrían el Tour, la ronda que no hace prisioneros. "Todo el mundo va nervioso durante la primera semana. Luego, a medida que transcurre el Tour, las peleas, con la gente con menos fuerza, son otras. Distintas".

Pugnaban desde la Massi, o desde la Colnago, el corcel de Merckx, bicicletas que tenían las manetas para el cambio en el cuadro, cerca del manillar, pero muy lejos de su actual posición. Desde allí, con una palanca manejaba Luis los platos: 42 dientes para la catalina pequeña y 53 para la grande. La otra palanca, para los piñones. Eran seis. "Eso era lo de menos. Lo duro era la posición de las manetas. Sobre todo cuando ibas subiendo". De nuevo el riesgo a la caída le arranca el discurso, siempre alegre. "Subiendo te agarrabas al manillar para hacer fuerza. ¡Cómo para no hacerlo! Cuando vas justo, en puertos duros, con mucho calor, soltar una mano del manillar para cambiar de piñón era peligroso. Agarrar el manillar con una sola mano en situaciones así no era fácil". Los ciclistas tenían algo de equilibristas. Mandaba la máquina. "Te tenías que adaptar a la bicicleta, más que ella a ti", argumenta Luis, que echa de menos una bicicleta Marotias con la que disputó los Juegos Olímpicos de México, en 1968. "Aquella bici se me adaptaba como un guante. Pero no sé qué hice con ella. Una pena".

La idea de lograr que la bicicleta fuera una prolongación del cuerpo tomó fuerza a mediados de los 80. La bicicleta de ángulos imposibles con la que Moser batió el récord de la hora mostró otro camino. Una vía que tumbaba la tradicional geometría y avanzaba diseños posteriores. En ese tiempo Look inventó los pedales automáticos, una tecnología derivada de las fijaciones para los esquís. Sobre esos novedosos pedales Hinault ganó el Tour de 1985. "Esa fue una gran revolución porque con el pedal automático se aprovecha todo el giro de la pierna. Se hace fuerza también cuando se sube.

Además, es mucho más seguro porque de un gesto puedes liberar el pie", sugiere Julen, hijo de Luis, también un Zubero. Ciclista, por supuesto. "El otro gran salto fue integrar las palancas de los cambios en las manetas del freno. Se cambia sin tener que quitar las manos del manillar. Es una gran ventaja". Las manetas del cambio escalaron hasta el manillar en la década de los 90. Julen, perfil de hilo, exprofesional, también atiende en el taller. Habla de motos para radiografiar las bicicletas actuales, las que poseen el cambio electrónico, más fiable y que es la última aportación significativa. "Las bicis de antes eran como las chopper: grandes, largas, difíciles de manejar. Había que adaptarse a ellas. En cambio, las bicis de ahora son más recogidas, más cortas, más manejables. Están diseñadas para que se acoplen a la perfección a la persona. Se tiene en cuenta la posición, todas las medidas, la ergonomía. Las bicicletas son como una moto GP". El ciclista como parte del conjunto, no como un anexo.

En esa búsqueda de bicicletas cada vez más ligeras -"el peso es una obsesión", establece Julen-, los cuadros de aluminio que brillaron a partir de los 80 y que dejaron atrás a los de acero claudicaron frente a los de carbono, que irrumpieron una década después hasta imponerse de forma indiscutible "por su ligereza. Una bici pesa ahora unos siete kilos". En el Tour de 1991, Indurain y Rominger estrenaron bicicletas con el material prodigioso. También las ruedas han supuesto una transformación y el abanico en estos tiempos es muy amplio. "Es una cuestión de aerodinámica", suma Julen sobre un proceso evolutivo que no cesa. "Son pequeños detalles que mejoran las bicis cada año. Pero si no das pedales...", cierra Luis.