bilbao. "¿Y cómo va a estar? Cabreado, claro, es para estarlo". La desazón es mayúscula en el entorno de Alejandro Valverde, un ciclista que se siente hostigado, "van a por él descaradamente", desde que estallase en 2006 en Madrid la Operación Puerto y empezasen a rodar las cabezas de ciclistas tan emblemáticos para sus respectivos países como Jan Ullrich o Ivan Basso. Países sedientos de venganza, de justicia divina que pregonan como acicate de una batalla legal a ratos kafkiana, a ratos exasperante, inmersa ya en sus estertores después de que el TAS amparase el martes con la razón al CONI en su decisión de sancionar al ciclista murciano y prohibirle correr en Italia durante dos años a contar desde el 11 de mayo de 2009. Y hoy mismo el asunto empieza a adquirir tintes dramáticos para Valverde, pues en Lausana, también ante el TAS, se presentan la UCI y la AMA para desplegar su dedo acusador con la intención de extender la sanción a nivel mundial con el mismo argumento bajo el brazo que el organismo olímpico italiano.
"Si al final de todo esto va para adelante, si me sancionan, ¿qué puedo hacer yo? Como no es algo que esté en mi mano... Pero sé que si lo hacen, cuando vuelva todo va a ser igual porque sé cómo estoy corriendo, sé cómo soy, sé que llevo ganando desde los nueve años y que lo sigo haciendo... Y sé que seguiré ganando cuando vuelva, aunque todavía sigo estando...", proclamaba ayer Alejandro Valverde, que aireaba en el programa El Larguero de la Cadena SER una mezcla de rabia e incomprensión que le atragantaba el verbo, que le hacía trabarse al disparar la lengua. A él, al ciclista infalible, al avezado ganador, al certero cazador, que aseguraba sentirse hostigado, continuamente encañonado desde que su nombre apareciese vinculado a la bolsa de plasma número 18, la de Valv-Piti. "Tengo la sensación de que me persiguen desde hace mucho. Van detrás de mí, claro. Desde el Mundial de Stuttgart (2007) que no me dejaban correr. Corrí, pero siguen persiguiéndome. Y no paran, no paran...", relataba Valverde, visceral y furibundo como no se le recuerda, que se preguntaba a sí mismo cómo era posible que después de tanto tiempo haya gente que siga empecinada en derribarle, en bajarle de la bicicleta a porrazos. "No se entiende. Al menos, yo no. Que quieran pararme ahora... Después de tanto tiempo...", escupía descorazonado recordando que en estos cuatro años, desde 2006, nunca había tenido ningún problema con el dopaje, ni con los controles, ni con los controladores que han llegado "a venir a mi casa hasta dos veces el mismo día; una por la tarde y otra por la mañana". "Pero yo no me quejo, nunca he tenido problemas, nunca me he negado. Y paso un control hoy y mañana voy a correr y gano. Y si no gano hago segundo o tercero".
A vueltas con el adn Aún masticando la amarga noticia, no por esperada menos amarga por aquello de la esperanza que jamás se esfuma, Valverde alternó durante su intervención momentos de abatimiento, "no sé qué va a pasar. No se sabe nada. Si son dos años, uno, seis meses, nada", con resurgimientos vitales en los que encarnaba al púgil arrinconado contra las cuerdas que ignora la lluvia de golpes que le caen del cielo y se abstrae, se apea de la realidad que le apalea. "No puedo pensar en que me van a castigar. Seguiré entrenando y corriendo, si me dejan. Pero el caso no es si yo estoy preparado para asumir lo que venga, sino que todo esto es injusto, que no tienen por qué sancionarme".
Fue, en cambio, al ser preguntado por si había tenido acceso a la prueba de ADN que el CONI presenta como verdad irrefutable de su conexión con la Operación Puerto cuando el murciano, un tipo agradable, abrazado a la mesura, se desbordó. Dijo que nada de eso, que ni siquiera le dieron la oportunidad de estar presente en el cotejo de las dos muestras de sangre que supuestamente le pertenecen, que lo habían hecho ellos mismos y punto. "¡Olé sus cojones!", exclamó el murciano al recordar ese episodio y el de la negativa de los italianos a cotejar con la bolsa 18 una nueva muestra de ADN "que yo mismo he ofrecido. Pero no, tiene que ser en Italia, con los suyos. Es que...", cerró contrariado antes de coger al vuelo un suspiro de suerte que le desearon. "Gracias, la voy a necesitar". Suerte para afrontar el juicio que hoy, el mismo día en el que expira el castigo de Riccardo Riccó, le enfrenta a la UCI en el TAS.