Hay ocasiones, miren por dónde, en los que los lunes son días felices, por mucho que sean, según tantas y tantas gentes, los días más duros por aquello de que hablamos del arranque de la semana, los metros más duros de la cuesta de la semana. Hoy les vengo a hablar de una costumbre que nació a principios de los años noventa del pasado siglo, cuando se impuso una costumbre: todos los primeros lunes de cada mes se celebrará una comida organizada por la Asociación de Amigos de la Boina. La tradición nació en el restaurante Currito de Santurtzi, aquel que se llevo el vendaval de las ausencias y de los malos tiempos.
Hay lunes alegres, como se lo cuento. Lunes tan risueños y felices que parecen domingos, por mucho que se traten, carambolas de las carambolas, de primeros lunes de septiembre como el de ayer. Dices “hoy es primer lunes de septiembre” y a mucha gente le entran ganas de llorar, solo con la nostalgia que les provoca mirar al horizonte y ver lo lejos que queda el primero de julio o aquel que encabeza el mes de agosto, tan veraniegos. Pero ni siquiera esos evocan una sonrisa. Lo que gusta y alegra el cuerpo son los sábados, los domingos y demás fiestas de guardar.
A ese universo de la gente alegre pertenecen los protagonistas de hoy: los integrantes del Club de la Boina que puso en marcha Emilio González, Currito, allá por 1995, hacen ya 30 años cuando, dicen, Juan Luis Burgos, amo y señor por aquel entonces de Altos Hornos, le apoyó en la idea. Hoy ha cambiado el escenario y faltan algunos, que la vida no perdona y se lleva a los mejores a los lunes eternos. Ya no existe la casa cuna donde nació todo pero en el horizonte aparece otro local, El Abra, abierto en una tierra propiedad de Jon Ortuzar en la que Miguel Pérez Veiga maneja los fogones.
Es allí, en el corazón de Portugalete, donde se encuentran hoy los integrantes del club. Ayer se dieron cita los miembros de una entidad que preside Pablo Vélez y vicepreside Josemi Cuesta y que invocó a la gente que se reunió de nuevo en el viejo impulso que tuvo su réplica en Madrid, donde Alfredo Amestoy puso su empuje.
En un día como el de ayer, por donde se dibujó una ruta por la que abrieron sus puertas de Marije, Mari La Churrera y El Galeón, antes de llegar, como les dije, a El Abra. A la cita con una tradición de largo recorrido no faltaron gentes, además de las citadas, como los franceses Juan Hegoas y Marc Pecastaingss por ponerle a la cita un aire internacional. El flautista de Hamelin que los guio, al son del txistu, fue Mikel Bilbao y tras él avanzaban los pequeños niños de avanzada edad sin perder el compás.
Cada cual iba a la suya. A Karlos Ruiz de Zarate, por ejemplo, le recordaban el San Queremos que organiza una vez al mes y al heraldista Endika Mogrobejo le palpitaban los libros y enciclopedias que ya ha publicado. Todo, porque son amigos, bajo el son del cachondeo. Al llegar a la mesa, hora sagrada, cantan el himno oficioso (“con la txapela en la mano, como personas aristocráticas...”) y se entregan al yantar. ¿Quiénes? Ayer Roberto Díaz, Tomás Ruiz, José Josemi Cuesta, vicepresidente del club de la buena gente y un buen puñado de gente que acudió, pese la ausencia en la cuadrilla, en el recuerdo. Digamos por ejemplo dos: el médico y jazzman, José Larracoechea y Raimundo Flores, Mundi, cuyo florear de trompetas se echó de menos de lo lindo. A la cita tampoco faltaron Javier Rodríguez, Gerardo Tiedemannn, Jesús Expósito; el rey de la nutrición, Javier Aranceta. Ernesto Larraskitu, Francisco Lamprea, Melchor Juarros, José Antonio Ruiz, Txemi Olano, y otra gente que aún recordaba cuando el pasado mes de junio impusieron la txapela acreditativa al alcalde de Bilbao, Juan Mari Aburto, en la Sociedad Bilbaina. Fue un lunes con sabor a domingo.