“Si quieres ser feliz toda tu vida, cultiva un huerto”, reza un proverbio chino. Más allá de la felicidad que otorga, el colegio público Berango-Merana ha impulsado un proyecto de huerto escolar para que el alumnado de Primaria conozca de primera mano y se involucre en el proceso de cultivo de verduras, frutas, hortalizas y plantas aromáticas que luego forman parte de su vida cotidiana. Un proyecto educativo desarrollado durante el curso escolar que, sin embargo, cuando llega el periodo estival se interrumpe debido a las vacaciones, con el consiguiente perjuicio para la cosecha. Por este motivo, con el objetivo de realizar un seguimiento a la huerta durante el verano, la dirección del centro escolar y Berango Gazte Lab crearon este verano un proyecto solidario, con la ayuda de los vecinos del pueblo y el AMPA de la escuela, tejiendo una red de voluntarios para el cuidado de la huerta durante los meses de verano. Gracias a ello, con la vuelta al colegio en septiembre, los escolares han podido dar continuidad al proyecto de huerta, que este año luce espléndida. En este sentido, Jabi Jiménez, coordinador de proyectos de Berango Gazte Lab, señala que “el fortalecimiento de las comunidades es fundamental para enfrentarnos a gran parte de los problemas de la sociedad actual: individualismo, polarización de las clases sociales, aumento de los niveles de enfermedad mental y del paro juvenil. La clave está en cómo podemos actuar como grupo contra esos males, ya que individualmente no se puede. Y las estrategias a seguir las tenemos que encontrar a través de la innovación social, ya que las respuestas antiguas no se corresponden con las nuevas preguntas. Y es ahí donde entra Berango Gazte Lab, un catalizador de intereses y necesidades que al crear nuevas conexiones puede diseñar esas nuevas respuestas, siempre con y para su comunidad”.Inicio

Este proyecto educativo fue impulsado por el docente Pello Sarriegi, ahora ya jubilado, que puso en marcha el huerto “con un método innovador, sin emplear tierra, a base de un sustrato formado por paja y salvado”. Desde entonces, a lo largo del curso el alumnado realiza diferentes tareas en el huerto.

De su mantenimiento este verano se encargaron cinco familias, formadas por Bea Uriarte, Alberto Rodríguez, Esti López, June Martínez, Joseba Fernández, Ruth Álvarez, Urtzi Arkotza y Beñat Sanz, entre otros, que se fueron organizando por turnos en función de los días de vacaciones disponibles. “En junio se plantaron diversos productos y durante el verano, como hay tres meses que no hay nadie en el centro, la dirección del colegio pidió voluntarios para realizar el mantenimiento”, explican. De lo contrario, al inicio del curso en septiembre la cosecha se hubiese perdido.

De esta forma, siguiendo los consejos de los más duchos en la materia, han conseguido sacar adelante el trabajo encomendando. “Principalmente lo que hemos hecho ha sido regar y lo que más trabajo nos ha dado ha sido la zona de los tomates. Nos enseñaron cómo se capan y pusimos las cañas para hacerles de guía”, detalla. Asimismo, al final del verano fueron vigilando que las plantas estuviesen “bien oxigenadas y controlando la humedad”. Además, los materiales utilizados han sido recolectados en el entorno buscando la “sostenibilidad” del proyecto. Igualmente, el trabajo en equipo de las familias ha permitido a algunos de los escolares “verse también en verano porque les ofrecíamos la posibilidad de venir a cuidar del huerto si querían”.

Y es que crear un huerto escolar aporta multitud de beneficios a los niños y niñas como, por ejemplo, el desarrollo de habilidades motrices, puesto que requiere remover la tierra y utilizar instrumentos con las manos como palas o regaderas; trabajo en equipo, para que los alumnos se coordinen entre ellos a la hora de repartir las labores; así como aprendizaje sobre los alimentos, las vitaminas que tiene cada fruta o verdura y cuáles son más sanos.

Por último, después del esfuerzo llega la recompensa. Así, a lo largo del curso, los escolares suelen llevar los productos que cultivan del huerto a la mesa de casa. “Le gusta mucho cultivar sus propios productos y llegan a casa muy contentos. El año pasado llevaron lechugas y, por ejemplo, también kale, que algunos en casa no comíamos”, concluyen.