A esta forma de consumo se le denomina fast fashion, que supone la venta de colecciones de temporadas de moda diseñadas y producidas a un ritmo acelerado y de bajo coste para un consumo más rápido. Y para poner el foco en este aspecto de la industria textil, Fashion Revolution llevó a cabo ayer un experimento en plena Gran Vía de Bilbao, frente a la sala BBK.

Con una máquina expendedora de camisetas, que atraía a la ciudadanía por su eslogan Camiseta/Kamiseta 1€, preguntaba a aquellos que se interesaban por las prendas si deseaban comprarlas. Una vez marcado el sí, la máquina proyectaba un vídeo en el que se daba a conocer quién está detrás de ellas. “El vídeo te cuenta en qué condiciones laborales muy probablemente se haya confeccionado esta prenda, o lo que es lo mismo, las prendas del fast fashion”, explicaba Airí Ferrer, coordinadora de Fashion Revolution Euskadi. La información de que son mayoritariamente mujeres jóvenes, con jornadas de 72 horas de trabajo y por 0,32 dólares la hora, hacía que muchos de los que en un principio dijeron a la camiseta por un euro, decidieron después no comprar.

“No queremos vender camisetas, la idea es que la gente venga a comprar y que el mensaje impacte tanto que decidan no comprarla”, explicaba Ferrer. El objetivo es, además de dar a conocer el mensaje, difundir una campaña para conseguir un millón de firmas “para poder crear una ley que permita una regulación en la entrada de los productos que vienen de países productores textiles a identificar mejor quién ha hecho nuestras prendas y, de esta manera, regular que los derechos de estos trabajadores en estos países se cumplan. O al menos, los que han entrado en nuestra comunidad”.

El experimento de Fashion Revolution se ha llevado a cabo junto a Eduardo Rodríguez, estudiante de ingeniería en la Universidad de Deusto, que ha desarrollado la máquina expendedora a través de su Trabajo de Fin de Grado. “La idea era concienciar a la gente de temas que quizás pasan un poco desapercibidos en la sociedad en el día a día y el reto era desarrollarlo de una manera interactiva con la gente a través de una máquina expendedora”, explicaba.

Para Rodríguez, que un trabajo de ingeniería tenga un mensaje social “es importante”, ya que “le da un poco de valor al proyecto”. “De esta manera se puede utilizar la tecnología para cosas a las que no estamos habituados. Se suele decir que la tecnología se utiliza para reemplazar humanos en trabajos y todo esto, pero realmente hay cosas que se pueden volver más atractivas para que la gente se acerque y se les trasladen temas sociales y cale en la conciencia de las personas”, señalaba.

Y calar, caló. La gran mayoría de las personas que se acercaron a la máquina expendedora que respondieron sí a la primera pregunta, tras ver el vídeo, decidieron no comprar la camiseta. Fue el caso de Ainhoa Zabaleta, que aseguraba que el eslogan había sido lo que le había hecho acercarse a la máquina expendedora para comprar, pero que “para nada” se imaginaba lo que encontró. “No somos conscientes de lo que hay detrás de las cosas que compramos. Me ha hecho reflexionar sobre la forma que tenemos de consumir y cómo para que nosotros disfrutemos de ciertas cosas hay quien está sufriendo. Y no es justo”, indicaba.

Además de concienciar, el experimento dio lugar también a la reflexión. Y, es que, como confesaba Zabaleta tras utilizar la máquina, “gastamos poco en prendas que usamos durante muy poco tiempo, y de esta manera es una pescadilla que se muerde la cola. Yo no paro de consumir y así no para la explotación”.

Moda justa y equitativa. El experimento de la máquina expendedora se ha llevado a cabo dentro de la Fashion Revolution Week, un movimiento que cada año a anima a imaginar colectivamente un sistema de moda justo y equitativo para las personas y el planeta. Las fechas se corresponden días cercanos al 24 de abril, fecha del aniversario del colapso del Rana Plaza en 2013. Este edificio en Bangladesh albergaba varias fábricas de ropa de las marcas textiles más famosas y empleaban a unas 5.000 personas. Cuando el edifico se derrumbó, más de 1.100 personas, en su mayoría mujeres jóvenes, murieron y otras 2.500 resultaron heridas, lo que lo convierte en el cuarto desastre industrial más grande de la historia.

“No queremos vender camisetas. La idea es que el mensaje impacte tanto que decidan no comprar”

Coord. Fashion Revolution Euskadi

“La tecnología se puede usar para hacer que algunos temas sociales calen más en la gente”

Estudiante de ingeniería