Razones no faltan para tomar las calles y denunciar las desigualdades que a diario amenazan el futuro de la mitad de la población. Ahí están, por ejemplo, las distintas violencias machistas, la brecha salarial, la falta de libertades o la invisible pero pesada losa de los cuidados. Y por si esto fuera poco, la alargada sombra de la pandemia ha dejado al descubierto las vidas en precario de miles de mujeres, sin distinción de edades, credos o lengua materna.

La crisis sanitaria, económica y social provocada por el virus ha engordado todas esas desigualdades de género -y también de trato- ya existentes. Y no solo en Euskadi; todos esos obstáculos son comunes a las sociedades, con independencia del grado de desarrollo y de bienestar que tengan.

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Manifestación del 8-M en Bilbao

Y según temen los principales colectivos y asociaciones feministas, esos otros efectos colaterales del covid-19 podrían derivar en un retroceso de todos los logros alcanzados hasta la fecha, tras años de lucha en las calles, pero también en los centros de trabajo, en las universidades, en los hogares€ Por eso entienden que ha llegado el momento de no rebajar los ánimos ni las demandas para dar cuerpo a políticas con perspectiva de género y corresponsabilidad y, de este modo, dar pasos hacia el reconocimiento y la dignificación de las vidas de esas miles de mujeres que, incluso sin pandemia, están en la sombra.

El desafío es global, no solo de la comunidad vasca. Y materializar esa transformación social basada en la justicia, el compromiso, la solidaridad y la igualdad es una misión compartida por todas las generaciones. El empoderamiento y la participación a todos los niveles son claves para ir ganando espacios. El lunes, una vez más, las calles y plazas de Euskadi volvieron a ser ejemplo de unidad. El movimiento feminista, las instituciones, los partidos y los sindicatos -cada cual por su parte y de un modo distinto- reclamaron mayores dosis de democracia para combatir a los negacionistas de la desigualdad. Conciliando el derecho a la manifestación con las medidas de salud pública en vigor, miles y miles de mujeres dejaron patente su preocupación ante la influencia que "el autoritarismo y el fascismo" tienen en el diseño de las diferentes agendas políticas.

"El resultado -decía Rosa Jiménez, del colectivo Shim Romi- es la precariedad que inunda nuestras vidas. Nuestros derechos laborales están siendo violados sistemáticamente", apostillaba durante el acto simbólico celebrado frente a las oficinas de Extranjería de Bilbao. Durante el mismo se denunció que "las políticas de control migratorios racistas destruyen nuestros proyectos de vida" y que "la Ley de Extranjería perpetúa la explotación y despoja de todo derecho civil y laboral a las mujeres que están en la llamada situación irregular". En un ambiente festivo y reivindicativo, las decenas de participantes en esta concentración -una de las más de cincuenta programadas en Bizkaia y del centenar autorizadas en Euskadi- corearon lemas y mostraron carteles en los que se podía leer, por ejemplo: Migradas y aliadas a las barricadas. "La lucha feminista y antirracista son más necesarias que nunca", apuntaba Jiménez.

Papel esencial

Porque el espíritu de este 8-M estuvo estrechamente ligado a aspectos inseparables para avanzar hacia un escenario de plena igualdad: se reivindicó el papel esencial que las mujeres han tenido y están teniendo durante la pandemia, y se reclamaron políticas reales con enfoque de género. "Porque el machismo y el racismo siguen presentes. Exigimos la colectivización y la corresponsabilidad de los cuidados. Nos negamos a sostener la vida en régimen de explotación y precariedad. Exigimos una red de cuidados públicos, gratuitos y universal que garantice condiciones dignas para todas las trabajadoras", expresaba Noemí Amaya, de la asociación Amuge.

"Seguimos en pie y seguimos luchando" remachaba Jiménez, portavoz ayer del Movimiento Feminista. Motivos para hacerlo hay unos cuantos por resolver. Y la pandemia ha puesto sobre la mesa algunos de ellos, invisibilizados hasta la fecha, como los vinculados a los cuidados o la pérdida de ingresos sufridos desde aquel primer confinamiento de hace un año. "Las mujeres mayores y pensionistas seguimos sufriendo las consecuencias de la discriminación laboral, la precariedad, la feminización de los cuidados y las tareas de sostenimiento de la vida que ni son reconocidas, ni generan derechos para acceder a una pensión suficiente y a una vida digna", apostillaban por su parte desde la Plataforma de Pensionistas de Bizkaia, que sumaron sus voces a la marcha del 8-M.