Bilbao - Londres. 3 de junio de 2017. Un atentado yihadista paralizó el mundo. Ignacio Echevarría, un joven gallego residente en Londres, salió en defensa de una mujer y utilizó como arma su monopatín, una de sus grandes pasiones. Fue herido de muerte. Su padre, Joaquín Echeverría, presentó ayer su libro Así era mi hijo Ignacio, el héroe del monopatín en el Hotel Abando. "La muerte de Ignacio puede ser buena si logramos que la gente reflexione sobre ella", dice.

¿Cómo recuerda ese día?

-Hasta el día siguiente del atentado yo no me entero de que Ignacio se vio involucrado en él. Estaba con mi mujer y comentó que estaban ocurriendo muchos atentados en poco tiempo. Lo que creí que me decía es que Londres no era buen lugar para estar, donde estaban dos de nuestros hijos. Pero la verdad es que no los relacionamos con ellos en ningún momento.

¿Qué pensó cuando no recibía noticias de Ignacio?

-El domingo por la mañana pregunté a ver cómo estaban, pero como no me contestaron me figuré que debían estar pasándolo muy bien. En un momento dado Isabel, una de mis hijas, nos dijo que Ignacio participó en la pelea. Que sus amigos le pierden de vista porque Ignacio corrió para ayudar a una mujer.

¿Cómo se sintió?

-Pensé que la vida era así. De algún modo no me sorprendió demasiado que Ignacio se hubiera sentido obligado a intervenir.

¿Por qué?

-Tras el atentado de Westminster (22 de marzo de 2017) volvió a casa e hicimos una celebración anticipada de su cumpleaños. Ignacio dijo que si hubiese estado patinando ahí ese día el policía seguiría vivo. De alguna manera lo que expresa ese día es que cree que no nos podemos dejar acoquinar, que no podemos permitir que se adueñen de todo y que hay que intervenir.

¿Ha sentido rabia en algún momento?

-No. La rabia tienes que sentirla contra algo que tú pienses que es enmendable o que hay una maldad intrínseca en alguien concreto. En mi opinión, los terroristas islámicos que protagonizan atentados realmente suicidas son víctimas del terrorismo porque entran en una dinámica en la que van a morir sin sacar ninguna ventaja. Por tanto, no soy capaz de sentir rabia contra ellos, me dan pena. La causa islamista es distinta, no me da ninguna pena. Es muy diferente lo que pienso de los terroristas que pertenecen a organizaciones que no arriesgan su vida, solamente están poniéndose en nómina de una empresa que paga bien.

No todas las personas serían capaces de actuar como lo hizo Ignacio. ¿Cómo le gustaría que fuera recordado?

-Cuando Ignacio muere, se empieza a escribir mucho sobre él y prácticamente todo lo que se escribe es muy elogioso. En ese momento tenemos miedo a no recordar al Ignacio que conocimos. Nosotros queremos recordarle con sus defectos y sus virtudes. En ese momento, a nivel familiar comentamos que queremos que se preserve su memoria, de cómo era realmente. No era Rambo ni Menéndez Pelayo, era una persona normal. Un hombre bueno, con una buena conducta, que se portó bien muchas veces, que cuidó a otros y que, según mi modo de ver, se puede imitar esa faceta suya. Su recuerdo nos puede servir para mirarnos en él e imitarlo. Reflexionar sobre las cosas que hizo Ignacio pueden ser útiles para muchas personas, pero nunca habrían sido útiles para nadie si no hubiera muerto el día que murió como murió. Por eso creo que su muerte fue útil.

¿Por ello decidió escribir el libro?

-El objetivo de este libro, en un primer momento, fue de consumo interno, pero llegué a la conclusión de que ese libro podría servir para hacer meditar a las personas y podría serles útil para hacerles pensar cómo era Ignacio, por la admiración que despertó una persona completamente corriente.

¿A usted le ha servido para cerrar heridas?

-No. Me costó mucho trabajo escribirlo, en el sentido de que pasé por momentos de emoción y me costaron muchas lágrimas, pero no me sirve de terapia como tal. Cuando aparece mi hijo Ignacio y veo que su cadáver tiene un aspecto sereno, no tengo más conflicto. El libro simplemente me ha servido para recoger cómo era Ignacio lo más fielmente posible e intentando convertirlo en humano, para que no fuera un ser trascendental o un héroe mitológico. Era una persona normal y corriente. A Ignacio le llegó la muerte en un momento muy bueno de su vida, lo cual es malo porque le cercenó un futuro que podría haber sido muy bueno, pero es bueno porque murió en un momento feliz. Murió haciendo algo que él quiso hacer, que también es bueno. No fue una muerte accidental. Fue una muerte como consecuencia de una acción que él quiso tomar.

El libro que ha publicado tiene un fin solidario.

-No queremos hacer fortuna con el negocio de su imagen. He entregado una cantidad a Adelante África, una ONG que cuida a niños huérfanos, y otra cantidad, a las Hermanitas de los Pobres que tienen una residencia de ancianos en la sierra de Madrid. Lo que genere lo iré dando a causas benéficas.