Las películas históricas ambientadas en la Edad Moderna han estimulado la creación de un imaginario capaz de visualizar la vida de aquella época. Sin embargo, cuesta creer que en el mismo Bilbao los hombres salieran armados a la calle y se batieran en duelo por una trifulca de taberna, la justicia vizcaina impusiera penas como remar en galeras o ejecuciones en público, así como que el bandidaje estuviera a la orden del día y que la violencia se ejerciera con impunidad en el entorno familiar. El ensayo Historia negra de Bilbao (1550-1810), escrito por el doctor en Historia Luis María Bernal, recoge los delitos cotidianos ocurridos en la villa y las condenas impuestas para atajarlos.

Las autoridades se centraban en espacios conflictivos como las tabernas para controlar la criminalidad. “En las tabernas se bebía, lo que hacía que la gente se comportara de manera más violenta, y también se jugaba, lo que daba pie a enfrentamientos por hacer trampas o por mal perder”, explica Bernal. Además, en aquella época los hombres “casi siempre iban armados, con dagas o con espadas”. Se trataba de espacios en los que podían coincidir dos vecinos que se llevaban mal, pero también sucedía que Deusto y Olabeaga eran frecuentados por marineros extranjeros que después de largos periodos en la mar querían divertirse, alterando la vida de los lugareños.

Los robos y el bandolerismo también fueron cotidianos. “Era una sociedad muy empobrecida que tenía que soportar crisis severas”, argumenta Luis María Bernal, quien concreta que los pequeños hurtos, consistentes en robar fruta de los árboles o en entrar a las casas para llevarse ropa o dinero, estaban a la orden del día. “A finales del siglo XVIII, muchos soldados movilizados por las continuas guerras se transformaron en bandoleros y atrajeron a jóvenes que se dedicaban a asaltar a arrieros y vecinos. Aunque puede parecer más propio de Curro Jiménez y Andalucía, había asaltos en el Pagasarri o en Artxanda. Algunos de ellos eran muy graves, con gente asesinada o herida”, concreta.

El sentido del honor estaba muy ligado al linaje. “En esa época en la que los vizcainos originarios se consideraban todos hidalgos y nobles, insultar a la estirpe era una ofensa muy grande que requería una respuesta inmediata para conseguir que tu rival se disculpara”, explica. De hecho, la opción de acudir a los tribunales estaba mal vista por considerarse cobarde. ¿Lo más ofensivo? Las afrentas al comportamiento sexual de las mujeres. “Era lo que más marcaba la dignidad de un hombre, que su esposa e hijas no mantuviesen relaciones sexuales ilegítimas”, señala Bernal, quien indica que los pocos duelos que se celebraron en esa época mediante una cita tuvieron lugar en El Arenal. “Llegaba la noticia a las autoridades y trataban de impedirlo”, añade.

La mayoría de los duelos fueron inmediatos y ocurrieron por conflictos en tabernas. “Las peleas no tenían lugar dentro del local, sino que uno decía: Dímelo en la calle, y salían al exterior, tratando que tuvieran igualdad de armamento”, relata el escritor. De esa forma, ambos contrincantes combatían o sin armas o con las mismas armas. “Solía haber testigos, pero no intervenían. La pelea terminaba cuando uno demostraba su prioridad sobre el otro o cuando le hería... sin llegar a la muerte”, expone el doctor, aunque reconoce que había casos en los que se esperaba al rival a la salida de la taberna, de noche y algo bebido, para asesinarlo.

¿Había más criminalidad en la Edad Moderna? “Era una sociedad más violenta. Ahora se valora más a las personas capaces de controlarse; antes, a las que se defendían”, admite Bernal, quien revela que a pesar de ello no solía haber muchos casos de asesinato. “Alrededor de 1800 en el Casco Viejo había una población de 10.000 personas y podía haber un asesinato al año, algo más en época de bandidaje”, detalla. De lo que no cabe duda es de que había más impunidad, porque era más difícil demostrar la culpabilidad de un sospechoso. “La autopsia del cadáver se limitaba a la descripción de las heridas”, señala el escritor. Por ello, las pruebas más concluyentes eran los testimonios de los testigos o la confesión del acusado.

No obstante, pocos reconocían un crimen porque ello no reducía la condena, sino que la garantizaba. En ese contexto, lo habitual era que se recurriera a la tortura. “Sobre todo se usaba el potro: te ataban las manos y las piernas con unas cuerdas que iban a unas ruedas que el verdugo estiraba. Ello provocaba que se te descoyuntaran las articulaciones”, explica el historiador, quien concreta que los escribanos que participaban en las sesiones documentaron casos de acusados que resistieron hasta 45 minutos, pero también hubo casos de procesados que solo aguantaron los primeros tirones o incluso algunos que al ver el potro optaron por confesar.

Tratándose de un periodo tan amplio en el que las condenas no estaban legisladas como en la actualidad, a menudo la decisión quedaba a la voluntad del juez. “Para un mismo delito podía haber una condena de diez años de destierro y, cincuenta años después, diez años en galeras”, explica Bernal, quien indica que cuanto más alta fuera la criminalidad más severas eran las condenas. En una época en la que las cárceles, muy costosas, solo se usaban para encerrar a los acusados más peligrosos, era muy habitual la condena de destierro. Las condenas para los crímenes más graves consistían en trabajos forzados en la mina o remando en galeras, incluso en la pena de muerte.

No obstante, hubo pocas ejecuciones: “Los jueces vizcainos daban una imagen de dureza e imponían muchas penas de muerte, pero en los tribunales de apelación, en Valladolid, pensaban que no eran útiles para la corona y los enviaban a trabajos forzosos”. Sin embargo, no todos se libraron. Si un ciudadano demostraba su nobleza, lo ejecutaban por medio del garrote; al resto, por medio de la horca. Las ejecuciones se celebraban en la plaza de Bilbao, donde ahora está el Mercado de La Ribera. “Es de suponer que acudía mucha gente, era un espectáculo muy raro”, concluye.