Se despidieron con al menos dos certezas: que las alubias con sacramentos preparadas en putxera que les sirvieron frente al Puente Viejo al finalizar estaban deliciosas y que las piedras sí que hablan, como insinuaba el título de la visita guiada por las asociaciones Arra y Orexinal en el marco de las Jornadas Europeas del Patrimonio. Un recorrido por edificios de distintas épocas en los que palpita el legado de artesanos, indianos, arquitectos, soldados o trabajadores del tren de La Robla que forjaron la historia de Balmaseda.
Tan viva que sigue siendo un capítulo abierto. Orexinal desempeñó un papel fundamental para la labor que la Cátedra UNESCO de Paisajes Culturales y Patrimonio de la EHU desarrolla desde 2021 en el Cerro del Castillo. Lo que empezó como el deseo de retirar maleza de la colina sacudió los cimientos de lo que se creía saber de la villa ya desde la primera campaña arqueológica. Su situación “geoestratégica” entre la meseta y la costa le acarreó prosperidad con una cara B menos amable, la de padecer las peores consecuencias de las tensiones políticas por los siglos de los siglos.
“La primera prueba se centró en datar el muro más antiguo del emplazamiento” defensivo; se pensaba que correspondería al XII o XIII y “resultó del X”, explicó Iván Fernández, integrante de la asociación y participante en las excavaciones. En su etapa decimonónica el Cerro del Castillo se adaptó a la primera guerra carlista rebajando “de 17 a nueve metros de altura la torre medieval” y luego arrasándola hasta los cimientos, se amortizó lo que había sido el foso y un camino para carros serpenteaba en zig zag por la parte trasera para surtir de lo necesario a los efectivos.
Toneladas y toneladas de tierra removidas sacaron a la superficie después otra sorpresa para el equipo liderado por el doctor en Arqueología e investigador de la cátedra José Luis Solaun: un cuartel de 1836.
Dentro del pilar de socialización y puesta en valor de los hallazgos, varios paneles informativos detallan todos estos avatares de la fortaleza, dominada más tiempo por el bando liberal que por el carlista, y se instalaron también pasarelas que facilitan el recorrido. Además, se trabaja para mejorar la accesibilidad recuperando una ruta que partía desde la plaza de San Severino. Las piedras del Cerro del Castillo vuelven a mirar cara a cara hacia Balmaseda, como comprobaron las personas inscritas en la excursión desde el paseo Martín Mendia.
Centro ecléctico
Rebobinando un poco más atrás, el 8 de noviembre de 1808 la villa había ardido por los cuatro costados. Lo cita de esta forma una representación popular que rememora cíclicamente el triste episodio. La última vez, el año pasado. La irrupción de las tropas de Napoleón durante la guerra de Independencia se cobró un altísimo precio no sólo para sus habitantes sumidos en la pobreza, sino también para el patrimonio. Se perdieron gran parte de las casas del casco histórico de estructura medieval dos plazas enlazadas por cuatro calles principales que aglutina un abanico de estilos: del señorial palacio Urrutia a edificios de corte más contemporáneo ideados, por ejemplo, por Alfredo Acebal, que diseñó el teatro Campos Elíseos de Bilbao.
Con espacio para los arquitectos locales. Félix de la Torre, figura prominente en la política en Madrid. Su casa fue “la primera de Balmaseda equipada con telefonía”, señaló Ion Rodríguez, de la asociación Orexinal. Pepe Murga introdujo en 1921 en la iglesia del Corazón de María, hoy Klaret Antzokia, el entonces innovador hormigón armado, y proyectó chalés particulares en estilo neovasco en la Avenida de las Encartaciones. Justo enfrente se alzan las Escuelas Mendia, del sacerdote Pedro Asúa.
Desde el siglo XVII el palacio Horcasitas se yergue en la calle Martín Mendia, bautizada en honor al indiano que amasó una fortuna en América y tío del mencionado beato. Antigua aduana, puerto seco hasta que Orduña relegó a Balmaseda, fue adquirido por Antonio de Arteche y Villabaso. En 2022 Orexinal rescató mobiliario, libros y otros objetos que llevaban años abandonados al deterioro en un pabellón de Markina para una exposición que vistió temporalmente algunas de las estancias del lujo y refinamiento de este primer marqués de Buniel.
El noble poseía “una de las bibliotecas privadas más grandes del norte de España”, apuntó Eneko Beraza, miembro de Orexinal. Sobre esta línea, en 2023, el Gobierno vasco y el Ministerio de Cultura firmaron un convenio para catalogar cerca de 11.000 libros publicados entre el siglo XVII y finales del XX. “Documentos de relevancia, como testamentos y escrituras, que pueden aportar información interesante”, destacó Lakua en el Consejo de Gobierno que comunicó el acuerdo, añadiendo que quedarían disponibles para consulta en las bases de datos del Catálogo Colectivo del Patrimonio Bibliográfico Español y en la Red de Lectura Pública de Euskadi.
Los jardines rinden homenaje a la pintora de Balmaseda Mari Dapena, encarcelada por su activa lucha contra la dictadura franquista.
El espectro artístico local permanece ligado igualmente al pincel de Roberto Rodet, “desde los años sesenta, parte de la corriente renovadora del arte vasco con Oteiza y Chillida que abrió camino a la abstracción”, ilustró su hija Ana, así como miembro de la Junta Rectora del Museo de Bellas Artes de Bilbao y director del Vía Crucis Viviente. Experimentó con “retrato, bodegón, figuras, pintura mural y s se definía como arquitecto del paisaje, solía decir que si dibujar es difícil, más lo es desdibujar” y que “emociona, enriquece e, incluso, nos hace un poco más libres cuando una expresión artística es sincera”.
Estudio con historia
En diciembre volverá a abrirse al público el estudio que ocupó hasta su muerte en 1989 en la plaza de San Severino en un inmueble del siglo XIX cuyos vestigios arraigan hacia tiempos más pretéritos. “Comerciantes, escribientes, sastres, relojeros...” vivieron estas piedras, enumeró Cristina Rodet, quien mostró un utensilio hallado en el entorno que se cree que pudo haberse empleado para fijar cuerdas para atar animales. No resultaría descabellado deducir que, por su céntrica localización, en el lugar pudieron haber prestado sus servicios una posada o una posta para cambiar de caballo y proseguir camino, planteó. Las vistas de la iglesia desde los ventanales han ido cambiando, pero quizás alguno de los inquilinos orara en la capilla Urrutia, una de las joyas de San Severino, mandada construir en el siglo XVI por un comerciante con prósperos negocios con América.
Acatando lo estipulado en el testamento de Juan de la Piedra Verastegui, que se enriqueció en Panamá, se construyó en el siglo XVII el conjunto de Santa Clara que consta de convento, iglesia y preceptoría. Singular porque todos se mantienen en pie. El convento se transformó en hotel, mientras que la iglesia alberga el museo de la Pasión Viviente. La impronta de Francisco Martínez de Arce la une con la ermita zallarra de San Pedro Zarikete donde talló dos retablos barrocos, y otros puntos de Enkarterri con obra del maestro cántabro de Liendo.
En su época Santa Clara se consideraba ya extramuros, al otro lado de la muralla que abrazaba Balmaseda, tendida desde el Cerro del Castillo. Las piedras de la fortificación de la villa antes de ser villa aún tienen mucho que decir...
Al detalle
América
Vínculos. La estrecha relación de Balmaseda y América se aprecia en su patrimonio impulsado por indianos: las escuelas Mendia (Martín Mendia), la actual kultur etxea (escuelas financiadas por Pío Bermejillo) o el convento de Santa Clara (Juan de la Piedra).
Peregrinos
Camino de Santiago. La escultura de un peregrino saluda a la entrada del museo de historia local en la plaza de San Juan, recordando que el Camino de Santiago atraviesa la villa. La asociación Orexinal toma su nombre de la inscripción en la puerta del viejo hospital de peregrinos, de 1640, en la calle Pío Bermejillo.
Ferrocarril
Resurgir. Balmaseda experimentó un renacimiento desde 1894 con la llegada del tren de La Robla, origen de la célebre putxera. La visita se detuvo en bloques de viviendas de la Avenida de las Encartaciones destinadas a trabajadores.
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