En los caminos sinuosos de Urdaibai, donde los caseríos se asoman entre verdes colinas y el ritmo de la vida aún sigue el compás del entorno, Carmen Fernández avanza cada mañana con su coche repleto de sobres, paquetes y, sobre todo, cercanía. Es cartera rural, una figura imprescindible en estos pueblos donde no siempre llega todo… salvo ella. En cada parada, entrega algo más que correspondencia. “Hay mucha gente que solo me ve a mí en todo el día, e intento corresponder lo más humanamente posible”, cuenta con una sonrisa sincera. En su ruta no solo hay buzones, hay personas que esperan, como quien espera a un amigo.
A diferencia de las ciudades, donde el repartidor pasa muchas veces desapercibido, en el mundo rural el cartero es “casi una figura familiar”. “Aquí mantienes una auténtica relación con los vecinos. A muchos los ves todos los días, y de muchos conozco toda su vida. Te cuentan cómo están, te consultan dudas, incluso te invitan a pasar”, relata Carmen, con esa naturalidad que solo da la experiencia de quien se ha ganado la confianza de toda una comunidad. En muchos hogares, es más que bienvenida. Es esperada.
Canaria de nacimiento, llegó a Bizkaia hace más de una década por amor. Su marido, también cartero, fue quien le convenció de dar el salto. “Otros se traen una piedra volcánica de recuerdo, y él me trajo a mí”, dice entre risas. Antes de enfundarse el chaleco de Correos, su mundo eran los aeropuertos. Trabajó como azafata durante varios años, hasta que su hermano –también empleado de Correos– le animó a cambiar los cielos por las tranquilas carreteras de Busturia y alrededores: “Ambos trabajos comparten ese toque de aventura y el contacto humano, que para mí es muy importante. He volado mucho por trabajo al Caribe, y hoy en día prefiero quedarme en Urdaibai. Aquí soy más feliz”.
A diario recorre entre 47 y 50 kilómetros por zonas como Forua, Busturialdea y Murueta. La ruta puede parecer la misma, pero cada jornada es distinta. “Siempre hay alguna sorpresa. Me ha pasado llegar a una casa y que no contesten durante varios días. Si conoces a esa persona y sabes que siempre está, te preocupas. Y sí, he llamado al ayuntamiento para avisar, y resultó que estaban bien. Eso también es parte del trabajo. Aquí no solo repartimos, también estamos pendientes”.
En su coche caben muchas cosas: notificaciones de Hacienda, cartas de la Seguridad Social, libros de poesía, paquetes de Amazon… y también cartas escritas a mano desde residencias de ancianos. “Últimamente lo hacen mucho. A veces son nietos escribiendo a sus abuelos, o personas mayores que retoman el hábito de escribir. Esos sobres suelen llevar más cariño que tinta”, dice emocionada. Para ella, cada entrega tiene su historia.
Durante la pandemia, el papel de los carteros rurales se volvió aún más esencial. Carmen recuerda jornadas en las que repartía más de 150 paquetes. “La gente no podía salir, y el contacto con nosotros era lo único que mantenía cierta normalidad. Llevábamos de todo: medicinas, mascarillas, pedidos online… Pero sobre todo intentabamos tranquilizar”.
Hoy en día, su labor va mucho más allá de dejar una carta en el buzón. Los carteros rurales también gestionan certificados, pagos, cobros o incluso servicios financieros. “Ahora mismo puedes retirar dinero del cajero a través de Correos, y nosotros lo llevamos hasta donde haga falta”.
Carmen valora especialmente el entorno en el que trabaja. Habla con cariño del yacimiento romano de Forua, de las vistas de Laga y Laida desde San Bartolomé, del encanto del pueblo de Ea o de los caminos que bordean el estuario. “Este trabajo te permite ver lo que no se ve desde la carretera. Hay una belleza que solo se descubre parando. A veces me detengo unos minutos solo para mirar”.
Cuando se le pregunta por el futuro del medio rural, responde con esperanza. “Cada vez veo más gente joven que decide quedarse o volver. El ritmo de vida aquí engancha. No es fácil, claro, pero hay muchas personas que están apostando por vivir aquí. Y para eso, contar con servicios como el nuestro es esencial. Si no llega el correo, si no llega alguien a tu casa, ese sitio empieza a desaparecer”.
Después de cada jornada, Carmen vuelve a casa con la sensación de haber hecho algo que trasciende lo logístico. “Es un oficio que te conecta con la realidad de la gente. Ves historias, aprendes, te emocionas. Hay días en los que una simple conversación de cinco minutos vale más que todo lo que llevas en el maletero”, subraya.
En los pueblos donde vive y trabaja, su figura forma ya parte de la rutina. La furgoneta amarilla que se asoma por la curva ya no es solo el correo, es algo más. Y aunque los tiempos cambien, esa cercanía –la de la cartera que llama a la puerta, se interesa y escucha– es algo que ninguna aplicación podrá nunca reemplazar.